VII

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El sonido del arpa sonaba por toda esa habitación, la melodía era sencilla pero perfectamente coordinada, con cada acorde la joven concubina recordaba un poco de su vida junto a su padre y hermanos. Lo extrañaba, extrañaba correr y reír junto a su hermana, los días en los que su padre los llevaba de caza para que su hermano practicara su tiro con el arco, sin darse cuenta las lágrimas recorrieron sus mejillas hasta caer en el suelo.

—¿Qué dices Ibrahim?— Solimán había dejado de escribir una vez escuchó a ibrahim hablar.

—La señorita Zahra, estaba llorando mientras tocaba el arpa, cuando pase por el salón de los instrumentos me llamó la atención que alguna de las criadas estuviera ahí cuando no había clase. Me asomé y la vi limpiar sus lágrimas y sollozar, pensé que debía decirle de esto alteza

—Claro, hiciste bien. Parece que ella está sola, pensé que se llevaba bien con Gülfem.— luego de pensar un poco Suleiman se levantó de su asiento dejando el trabajo a un lado. —Ibrahim prepara todo, saldremos de cacería. Llevaremos a Zahra con nosotros.— Ibrahim hizo una reverencia y salió del lugar para preparar el carruaje.

Zahra había dejado todo ordenado de nuevo, antes de que pudiera salir del lugar escuchó la puerta abrirse y con eso, a Suleiman entrar al lugar.

—Alteza— hizo una reverencia, el principe caminó hasta ella, tomó delicadamente su mentón haciendo que la chica lo mirara, fue entonces que notó el color rojo en sus ojos, sus pestañas estaban mojadas aún, Solimán pasó sus manos por los ojos de la chica para terminar de secar estos, ante tal acción, Zahra bajo sus párpados cuando recibía el tacto de los dedos del principe en sus ojos.

—Tu rostro se ve más radiante cuando sonríes, pero ahora te veo decaída y triste, tus ojos no brillan, tus mejillas no están rojas y tus labios no muestran esa sonrisa encantadora.
Mi alma se estruja al verte así... No me gusta verte sufrir.

—Alteza yo...— Solimán colocó su dedo en los labios de la chica para silenciarla de manera suave.

—Shh... No tienes que explicarme. Zahra, quiero verte bien.— el príncipe acarició sus mejillas y acercó sus labios hasta los de ella para unirlos en un beso delicados y tierno al que Zahra correspondió. —Ven conmigo— La chica tomó la mano de Solimán y caminó con él por los pasillos, los que los veían pasar por los pasillos murmuraban una vez el príncipe se alejaba con la concubina, Gülfem logró verlos salir del castillo, ante eso ella solo se fue a sus aposentos.

—No le pertenece a ninguna de las dos...  A ninguna— repetía en su mente, estaba celosa, pero no podía culpar a aquella joven  que ahora consideraba una amiga en ese lugar.

—alteza, ¿A dónde iremos?— Suleiman sonrió a la chica mientras la ayudaba a subir al carruaje, una vez ella se acordó el también se subió sentándose frente a ella.

—iremos a cazar, bueno, el lugar donde al que nos dirigimos es hermoso y lleno de paz, quiero que lo conozcas. Que estés fuera de estos muros por un momento.— Zahra sonrió levemente, se levantó antes de que el carruaje avanzara  y tomó asiento al lado de Solimán.

—Gracias, alteza.—  Sonrió con toda el agradecimiento que su rostro podía expresar, se acercó a la mejilla del principe dejando un beso en esta. Solimán tomó su mano y dejó un beso en sus nudillos, miró aquellos ojos color miel brillar con la misma intensidad de antes, su sonrisa cálida era tan perfecta que no podía dejar de mirarla. Fue entonces que Solimán recordó aquellas palabras de la joven cuando antes la había cuestionado.
“Le aseguro, que volveré a ver los árboles de los bosques, saldré de su castillo. Ya tengo su atención, tendré su amor también, cuando usted me ame, me dejará salir una vez más”
Era justo lo que estaba haciendo, había perdido el juego.
Deseaba tanto verla sonreír de nuevo que el mismo la llevaba fuera de los tristes muros del palacio, donde su llanto se había quedado atrapado y ahora la veía sonreír y mirar hacia afuera del carruaje como si fuera una pequeña.

—Zahra. Quiero verte así de feliz, por mucho tiempo más— Zahra se acercó al príncipe, recargó su cabezas sobre sus hombros para cerrar sus ojos por unos momentos.
Solimán no dijo nada, solo aspiro el aroma de los  cabellos de su concubina por el resto del camino.

El lugar era hermoso, el verde césped resplandecía, el cielo azul  estaba despejado, dejaba a la vista las aves que pasaban volando encima de ellos y que a la vez los deleitaban con su dulce cantar.
Zahra no pudo evitar correr por el césped mientras Solimán la miraba hacerlo junto a Ibrahim.

—No es divina Ibrahim. Ella sonríe de nuevo

—mi principe, usted sabe cómo hacer feliz a las mujeres. Mírela alteza, parece que ella disfruta de esto.— así era, Zahra reía mucho cuando sus manos tocaban las flores del lugar, al ver el lago del fondo levantó su vestido y quitó sus zapatos, corrió hasta que sus pies tocaron el agua, estaba fría pero era agradable, no lo resistió más y soltó las orillas del vestido, no le importaba que este se mojara, se agachaba y tomaba el agua entre sus manos, al lanzarlo hacia arriba las gotas mojaban su rostro y cabello

—Ibrahim encargate de atrapar una presa grande. Yo, iré con ella— Ibrahim asintió, Solimán fue rápidamente hasta el lago, una vez la chica lo vió extendió su mano hacia él.

—Alteza, venga, el agua esta fresca.— el príncipe rió un poco y después de retirar su calzado entro al agua mojando sus pies y parte de sus prendas, Zahra comenzó a lanzarle agua y por seguirle el juego Solimán le arrojó también, las risas de la concubina de mezclaron con las del principe, cualquiera que los viera pensaría que solo eran dos jóvenes enamorados.

—¡Príncipe usted es muy lento con el agua!

—¡Ya verás, te enseñaré que no es así!— En medio de las risas Solimán abrazo a la chica mirándola, sus cabellos mojados y las gotas que caían de su rostro solo la hacían ver más hermosa, Zahra sonrió, por primera vez, ella tomó la mejillas del principe y se acercó a besarlo tomando la iniciativa de aquel beso, ahora movía sus labios un poco más segura de sí.
Era tal y como Gülfen lo había explicado, sus mejillas ardían y su estómago revoloteaba al besarlo, todo eso era lo que el principe Solimán provocaba en ella, no podía llamarlo amor aún, o tal vez sí.

mutawahijat aimra'a  sultán SolimánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora