XXIII

1.2K 127 0
                                    

No podía creer lo que pasaba, hace unos días, podía abrazar y besar a sus hijos libremente y ahora, aquella pared de madera le impedía tocar a sus hijos, a través de los pequeños agujeros podía ver los ojos azules de su hijo Ahmed, la dulce sonrisas de Raziye y los suaves cachetitos de Mehmed. Sus hijos miraban a su madre, aquél velo cubría la mitad de su rostro, su cabello que antes se movía a la misma dirección del viento, de un lado a otro en su caminar, ahora estaba sin movimiento y sin brillo.

—Mamá ¿Cuando volverás a dormír con nosotros? Te extrañamos.

—¿Aún me cantarás antes de dormir?— ante las preguntas de sus hijos Zahra colocó su mano, que era cubierta por un par de guantes cerca de la madera, Raziye y Ahmed colocaron las suyas también para sentir un poco de cercanía.

—Su madre estará con ustedes pronto... Mis príncipes, mi Sultana... Estoy esforzándome mucho, verán que pronto, volveré a cantar para ustedes, saldremos a cabalgar todas las mañanas y, cuando su padre regrese, iremos de cacería con él mucho más tiempo.

—¡Si! ¡Recupérate pronto mamá! ¡Te extrañamos mucho!

—Yo... Yo también los extraño mucho mis pequeños— la voz de Zahra comenzaba a escucharse quebrada. —Los quiero mucho. Ustedes son mi felicidad, mi vida entera. No olviden que pase lo que pase, los amaré por siempre.

—¿Por qué estás llorando mamá? ¿Las medicinas saben mal?— Zahra limpió sus lágrimas y negó moviendo su cabeza, no quería que sus hijos continuarán viéndola de esa manera.

—No se preocupen por mamá... De acuerdo. 
Esma...— Miró a través de los agujeros a esa fiel compañera. —Llevatelos  de aquí.

La habitación de nuevo se quedó sola, Zahra cayó al suelo mientras rompía en llanto, no sabía cuánto tiempo seguiría así, no soportaba estar lejos de sus hijos.

—¿Por qué? ¿Por qué está enfermedad... Me eligió a mi?— Solimán miraba aquella pared de madera, escuchaba el llanto de Zahra y apenas podía ver los movimientos que hacía al lamentarse.

—¡Zahra!— Solimán se apresuró a colocarse sobre sus rodillas para poder verla, incluso con el velo en su rostro, las lágrimas eran notarias. Las ojeras eran muestra de que en los últimos dos días no había dormido bien, sus ojos rojos indicaban que había llorado mucho.

—¡Solimán!— su voz seguía siendo suave y dulce, tal y como la primera vez que la escuchó decir su nombre, su voz continuaban siendo el sonido más hermoso que había escuchado. —Amor mío...— Zahra sostuvo su estómago fuertemente, le dió la espalda al príncipe cuando aquellas acidez subió de su estómago hasta su boca haciendo que expulsará aquello en el tazón que tenía a un lado, la sensación de asqueo era inevitable para Zahra, se sentía asqueada de ella misma.

—¡Zahra! ¡Mírame por favor! ¡Llamen a la médica!— dijo a los agâs. —Mi Sultana... Déjame verte. Déjame ver esas dos estrellas que tienes como ojos.

—Mi rostro... No es el adecuado para usted alteza. Mi belleza se ha ido

—Tú eres la mujer mas hermosa de esta tierra. Eres bella de alma y cuerpo. Todo tu ser... Es divinamente bello.— Zahra giró su rostro lentamente hasta que pudo ver aquellos ojos claros de Solimán.
Solimán miraba el rostro de su amada, aquellas manchas rojas no le quitaban la belleza a su mujer. Para él, nada podía quitársela.

—Mi amor... Puedo ver tus ojos de nuevo. Mi Sultana— Solimán colocó su mano sobre la madera igual que Zahra lo hacía para simular un agarre de manos. —Tienes que ser fuerte. Tienes que luchar con todo eso. No puedes estar lejos de mi, no puedes dejarme sin tus besos, sin ti... Si el aroma de tu cuerpo, sin tu calidez.
Esposa mía... Por favor, no te dejes vencer— las lágrimas salieron de los ojos de Solimán, recorrieron su mejilla y cuando aquellas gota cayó al suelo Zahra sonrió débilmente.

—Solimán...— dijo antes de caer al suelo.

 

mutawahijat aimra'a  sultán SolimánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora