XXXII

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¿Se ha acabado ya? ¿Por fin puedo descansar? Ya estoy harto. Solo quiero que todo esto acabe...

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Dante abrió los ojos con dificultad. Sus parpados pesaban como si fuesen cortinas de metal. Todo su cuerpo se sentía como si estuviese sumergido en un bloque de cemento. Una intensa luz blanca deslumbró sus secos ojos. Parpadeó varias veces, hasta que consiguió distinguir algo. Rodó hacia un lado y cayó al suelo dándose un tremendo golpe en el rostro. Había algo que rodeaba su cuerpo, una especie de cuerdas que le impedían moverse.

De golpe, un extraño pitido perforó sus oídos. Sacudió los brazos, intentando levantarse pero solo consiguió tirar al suelo algo que al caer hizo un desagradable sonido metálico y derramó una especie de líquido que empapó sus manos - ¡¿Dante?! - el hijo de Marte se giró cuando una distorsionada y lejana voz pronunció su nombre.

Una figura oscura se cernió sobre él. Dante intentó rodar hacia un lado pero unas manos le detuvieron - ¡Dante! ¡Dante! - siguió repitiendo aquella voz.

Sin embargo, el chico siguió sacudiéndose - ¡Déjame! ¡Déjame! - gritó con su voz rota. El chico se encogió, protegiendo su cuerpo justo cuando un punzante dolor atravesó su cuerpo a la altura del estómago. Una especie de líquido caliente empapó sus manos. El chico alzó las manos lentamente comprobando que estas estaban repletas de una especie de pintura roja... Sangre.

- ¡¡Dante!!

Una nueva voz brotó de la nada, llamando la atención del chico. Junto a la sombra que le sostenía a duras penas surgió una nueva persona. De golpe, la luz de la habitación se volvió menos intensa. Y entonces, durante un segundo, Dante creyó ver un rostro que en el fondo deseaba ver con todo su ser - Helena... -

Y entonces, todo volvió a la completa oscuridad

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- ¡¡Helena!!

Dante despertó gritando como un loco. Se incorporó brúscamente entre las sábanas de la cama en la que estaba. Y solo podía pensar en una cosa. Helena estaba allí. La había visto... Miró a su alrededor, intentando ubicar donde estaba. Y para su sorpresa, reconoció la habitación al instante. Estaba en Sacramento, en una bonita casa a las afueras de la ciudad... La casa de los Norton.

- Helena... - repitió el chico mientras bajaba de la cama. Sin embargo, sus rodillas fallaron y cayó al suelo. Su mirada estaba clavada en el suelo y poco a poco fue subiendo hasta encontrarse con unas vendas que rodeaban su torso. El hijo de Marte intentó levantarse, apoyándose en la cama, justo cuando la puerta de la habitación se abrió.

- ¿Dante...? - Mia se asomó al interior de la habitación encontrándose con el agotado semidiós - Hey, tienes que quedarte en cama - dijo mientras le ayudaba a incorporarse.

- ¿Cómo hemos llegado aquí? - preguntó el chico, sentándose en la cama.

- Tú nos trajiste aquí - respondió ella - Bueno... Más bien llegamos a Sacramento y luego ahí nos cruzamos con... -

- Helena - respondió Dante antes de que pudiese acabar con la frase. Miraba a todos lados, frenético como si en cualquier momento la chica fuese a materializarse frente a él.

- No... - contestó Mia sin saber quien era aquella chica cuyo nombre Dante no paraba de repetir - La doctora Norton... Anna Norton -

- ¿La doctora...? - balbuceo él. Aún seguía atontado, como si le hubiesen inyectado litros de anestesiantes.

Sacudió la cabeza, intentando aclarar sus pensamientos cuando la puerta de la habitación volvió a abrirse - Helena no está en Sacramento... Volvió al campamento hace un par de semanas. Poco antes de que tú aparecieses -

ARES #4 // DIOSES DEL OLIMPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora