XXXIX

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Dos semanas. Habían pasado dos semanas desde la desaparición de Percy. Y durante ese tiempo Dante había peinado el Laberinto de arriba a abajo. Había usado este para viajar por todo el país, desde los alrededores del monte Saint Helens hasta la costa este del país. Scott se había ofrecido a guiarle por allí abajo, pero Dante sabía que si pasaba un solo minuto más con aquel mortal le acabaría arrancando la cabeza. El hijo de Marte tenía la fuerza suficiente como para sobrevivir allí por su cuenta. Así que por su parte, Helena y Scott habían viajado por el Laberinto junto a Annabeth mientras Dante iba de aquí para allá solo.

Dante simplemente se limitaba a caminar y caminar y caminar hasta que sus piernas no daban más. Y cuando estaba cansado simplemente dormía en mitad del Laberinto o salía por la primera salida que encontrase y entonces, acampaba en cualquier lugar del mundo, desde el Gran Cañón hasta las Tierras del Fuego en Sudamérica. Sin embargo, no había ni rastro del joven semidiós. Había recurrido a todos sus contactos, tanto mortales como inmortales. Pero nadie sabía nada de Percy. Era como si la tierra se hubiera tragado al chico. Había desaparecido de la faz de la tierra y nadie sabía nada.

Y cada día que pasaba las probabilidades de encontrar al hijo de Poseidón se volvían más escasas. A las dos semanas Dante salió del Laberinto por una de las salidas que le dejaba cerca de Manhattan, así que decidió que aquella noche podía descansar en el Campamento Mestizo. Sin embargo, cuando llegó a la frontera de la barrera mágica del campamento se dio de morros contra aquel muro invisible - Mierda... - musitó mientras se masajeaba la nariz.

- ¿Aún no te han devuelto los permisos de acceso? - preguntó una voz familiar. Dante entrecerró los ojos y pudo distinguir a una figura al otro lado de la barrera. Su hermana, Clarisse La Rue salió con una linterna en la mano y le iluminó en pleno rostro.

- Hola Clarisse...

- Tienes mala cara - contestó la hija de Ares con un semblante preocupado - ¿Cuánto hace que no duermes? -

Dante se pasó una mano por el rostro, intentando espabilarse - Estoy bien - dijo sin perder su sonrisa - ¿Me dejas pasar? -

Clarisse asintió, cerró los manos y murmuró algo por lo bajo. Después colocó una mano sobre el hombro de Dante y su mano brilló durante un segundo - Venga, cruza - ambos hermanos atravesaron juntos la barrera y caminaron hacia la zona de más cabañas - ¿Ha habido suerte? - Dante no respondió pero por su expresión Clarisse supo la respuesta - Ya veo... -

Ambos siguieron caminando en silencio hasta que la chica volvió a hablar - Oye... Creo que hay algo de lo que deberíamos hablar - dijo - Últimamente han estado pasando cosas en la cabaña de Ares. Y yo... -

- No tengo tiempo ahora para eso, Clarisse - respondió él mientras subía la primeros escalones de la Casa Grande - Tú eres la líder de la cabaña, encárgate tú de los problemas. Yo tengo que encontrar a Percy -

- Pero, Dante...

- ¡He dicho que ahora no Clarisse! - respondió él a medio grito. La chica se quedó mirando a su hermano mayor durante unos segundos. Apretó los puños furiosa y se dio media vuelta justo cuando esté entró en el edificio.

Dante suspiró pesadamente y llegó hasta su habitación en la Casa Grande. Como ya no era miembro del Campamento Mestizo tenía prohibido dormir en las cabañas. Para su suerte, durante las últimas semanas Quirón le había permitido dormir en una de las habitaciones de la Casa Grande. La verdad es que era más cómoda que su desastre de cabaña. No tenía que aguantar a sus hermanos, lanzándose espadas o peleando. No tenía que compartir cuarto de baño. Sin embargo, había algo raro. Una sensación de soledad que jamás había sentido en el Campamento Mestizo. Solitaria. Desde la ventana podía ver el círculo de las cabañas, donde el resto de sus amigos iban de aquí para allá, ocupados en sus actividades o disfrutando de su vida.

ARES #4 // DIOSES DEL OLIMPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora