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Maratón 1/3

¡Ring Ring! ¡Ring Ring!

El molesto sonido de su teléfono despertó a Dante. El chico alargó la mano hasta la mesita de noche, aún con los ojos cerrados y buscó su móvil a tientas. Cuando por fin consiguió cogerlo contestó la llamada sin siquiera ver quién era - ¿Diga? - respondió entre bostezos.

- Dante... ¿Aún estás durmiendo? - contestó una voz femenina al otro lado.

- Buenos días Mia - murmuró él a la vez que se pasaba una mano por su despeinado pelo. Se incorporó mientras se frotaba los ojos y miró a su alrededor. Unos pocos rayos de luz entraban por las rendijas de la ventana, iluminando lo justo su caótica habitación.

- ¿Cómo que buenos días? Cariño, son las cuatro de la tarde - respondió la chica con una suave risa - Veo que la resaca te ha pasado factura -

- Que va - dijo con un gran bostezo mientras se levantaba de la cama - Estoy perfectamente... - Dante se puso una camiseta que encontró tirada en la silla y salió de su habitación, todavía medio ensoñiscado - Por cierto, ¿por qué llamas? ¿Necesitas algo? -

- No. Solo llamaba para ver cómo estabas - respondió la chica mientras él llegaba a la cocina y abría la puerta del frigorífico - Anoche ibas bastante pedo y te fuiste de la fiesta sin despedirte -

- Mierda... - musitó el chico, volviendo a cerrar la nevera.

- ¿Qué pasa?

- Se me olvidó hacer la compra. No tengo nada de comer - suspiró. En ciertas ocasiones, llevar una vida de mortal normal y corriente podía ser más complicado de lo que uno piensa. Sobre todo si estás acostumbrado a la comida infinita del Campamento Mestizo. En su casa no había espíritus de viento con platos a rebosar de comida. Su cocina estaba llena de platos sucios y bolsas de comida china.

- Anda, ven a la cafetería - le dijo la chica desde el otro lado del teléfono - Te voy preparando una comida -

- ¿Gratis? - preguntó el chico con una sonrisa mientras iba al cuarto de baño. Una vez allí puso el altavoz del teléfono y se limpió la cara con el agua del grifo mientras ella seguía hablando.

- Obviamente no... Si hiciese eso el jefe me mataría - contestó Mia.

- Lo se, era broma - Dante se secó la cara con la toalla y volvió a coger el teléfono - Estaré allí en unos veinte minutos -

- Te tendré la comida lista para cuando llegues.

- Gracias, nos vemos luego - respondió antes de colgar. Cuando apagó el teléfono el silencio volvió a inundar la casa. Dante se miró durante unos segundos en el espejo. Pasó una mano por su pelo, tocando los mechones que se habían quedados blancos tras sostener la cúpula de los cielos. Había decidido dejarlo así, como una especie de recuerdo de lo que había pasado. Una marca que le obligaba a recordar como había llegado hasta donde estaba.

Estaba agotado, pero no era porque hubiese dormido poco, sino porque desde que dejó el Campamento Mestizo había sido incapaz de pasar una noche sin pesadillas. Desde que se alejó de Helena sus sueños se habían vuelto más intensos... Y más terroríficos. El más recurrente era además el más horrible y no solo por lo que pasaba, sino por lo que representaba. En este se veía a si mismo sentado, con la espalda apoyada en el trono de su padre en el Olimpo, mientras una espada que conocía muy bien atravesaba su estómago. Backbiter le atravesaba por la mitad mientras a su alrededor se formaba un charco de su propia sangre.

Sin duda la imagen de su propia muerte era suficiente para ponerle los pelos de punta. Sin embargo, lo que más le aterraba era que en aquel sueño estaba completamente solo. Se estaba desangrando en mitad de una inmensa sala y no había nadie para ayudarle. Solo estaba él y una espada que poco a poco le arrebataba la vida.

ARES #4 // DIOSES DEL OLIMPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora