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Habían pasado dos días en donde Jeon Jungkook y su madre apenas se dirigieron ciertas palabras. A él, cuando era pequeño, le habían dicho que la madurez persistía en la gente adulta. Que los menores debían callarse cuando ellos hablaban porque, supuestamente, eran personas maduras y tendrían la razón.

Hasta ahora, con dieciocho años, Jungkook jamás había sido presente de esas palabras tan sensatas, sólo testigo de prejuicios y respuestas incompletas. Esperaba que su madre le diera charlas sobre eso, pero con el tiempo se dio cuenta que nunca llegarían. Las palabras maduras, que escuchaba desde que era pequeño, se habían convertido en barbaridades, decepcionándolo un poco.

Y así decían que él era orgulloso, pues de tal palo; tal astilla.

Era día Sábado, por lo cual implicaba un día sin sus clases y labores semanales. De los cuales no se escapaba del todo, porque ahí se encontraba él: vendiendo flores en la calle principal del pueblo.

Su espalda chocaba en el mural de la vereda, con ambas manos ocultas en sus bolsillos. La poca gente recorría todo de aquí para allá. Solía admirar tranquilamente cómo el viento pasaba entre las flores, revoloteándolas suavemente. Aquellas se acomodaban en el pequeño carrito que solía pedirle prestado a su vecino, para llevarlas hasta ese lugar sin mayor esfuerzo.

Siseaba con ritmo a la espera de más compradores. Jimin se encontraba a su lado, quien estaba de la misma forma: con sus piernas cruzadas y apoyado en la pared, algo más aburrido que de costumbre. Había llegado hasta ese lugar hace sólo algunos minutos, para darle su divertida compañía. Él mismo la había llamado así, aunque de divertida no tenía mucho, pero disfrutaba de esos días sin sus clases infernales sobre la salud humana.

—Con esa cara venderás una flor por día. —Le dijo, para desarmar el silencio que habían formado desde que se saludaron.

—Cállate.

Aunque los días pasaran, Jungkook aún seguía con un semblante serio y amargado. Solía pensar en que, tal vez, todo aquello era porque se estaba juntando mucho con cierta personita. Además, Jimin solía reírse de su mal humor, fastidiándolo apropósito.

—Vamos, al menos sonríe para que las chicas te compren más flores —Jungkook rodó los ojos por el comentario, acomodando el carro de mejor forma.

—A quién le interesan las chicas —Pudo escuchar la expresión arrogante que Jimin daba.

—Ya somos hombres que, se podría decir, entrando a ser mayores, algún día nos deben interesar.

—Por ahora no. —Dijo al darse la vuelta y quedar de nuevo en una posición casi desinflada.

—No te hagas, muchos saben que Jeon Jungkook es muy apuesto, de seguro alguna joven anda detrás de ti, sólo debes ser menos callado.

Arrugó su nariz, admirando a la multitud caminar e ignorarlos.

—Esperemos que no. —Dijo, en broma.

—Aún recuerdo cuando eras tú quien solía observar a las damas de más pequeño, ¿no es así? —Comentó entre risas, provocando que Jungkook se sonrojara y lo mirara con su ceño fruncido.

—Oh, vamos, sabes que yo no lo hacía por eso. ¡Tenía diez años!

—Al niño le gustaba el color rosa —Alargó sus palabras, balanceándose hacia él de manera divertida y disfrutando su blanqueo de ojos, mientras se alejaba con molestia.

A Jungkook no le gustaba recordar situaciones embarazosas. Cuando era pequeño, lo molestaron por años por ser un muchacho varón amante del color rosa. Solía ocultar las flores que arrancaba de algunos lugares bajo la marquesa de su cama, para que así nadie lo molestara, evitando vergüenzas pecaminosas. Cuando su madre lo descubrió, le dijo que a los hombres les gustaba el color azul. En aquellos momentos, era un poco más dulce con él al tratar de explicarle las cosas. Por eso, ahora, ese era uno de sus colores favoritos. O, al menos, eso solía decir para no recibir miradas extrañas.

The Truth Untold (Vkook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora