Prólogo

1.3K 71 20
                                    

Olía a humedad, a tierra mojada tras una ligera lluvia, una suave brisa le acariciaba la cara, el viento traía un penetrante olor a putrefacción, a muerte. El frio beso de la noche le hizo abrir los ojos. Su visión estaba nublada, no alcanzaba a ver nada con claridad, en parte porque el lugar estaba oscuro, anormalmente oscuro a su alrededor. Tras un terrible esfuerzo consiguió inclinar ligeramente la cabeza y pudo ver, con dificultad, que se encontraba en medio de un bosque, sentada en el regazo de un enorme árbol.

<< ¿Cómo he llegado aquí?>> intentaba recordar, pero no lo conseguía. Le dolía la cabeza, Intentó moverse pero no pudo, no le respondían los músculos, era como si todo su cuerpo siguiese dormido. Quería gritar, pedir ayuda, pero su boca no producía palabra alguna. <<Estoy soñando, esto no es mas que una pesadilla>> trataba de convencerse a si misma.

Era una  muchacha de no más de diecisiete años, su porcelanea y tersa piel blanca era tan hermosa como una fina nieve recién caída que combatía con el rojo fuego de sus labios. El cabello de color caoba se le deslizaba como una cascada por sus hombros, hasta llegar cerca de la cintura.

Se encontraba en un bosque de recios arboles de troncos negros y altísimas copas, las ramas trepaban hacia arriba, entrelazandose y retorciéndose formando una frondosa techumbre que bloqueaba el paso a la luz de la luna y las estrellas. En toda la zona imperaba un silencio escalofriante, ni un solo animal parecía moverse cerca de ella.

Cerró los ojos, respiró hondo e intentó calmarse. Tras un rato su vista ya se había adaptado al oscuro telón de la noche. Entonces pudo ver algo mejor, distinguió la silueta de alguien, pudo ver a una persona, la estaban observando. Fuera quien fuese, la miraba despreocupadamente, con los brazos cruzados y apoyando la espalda contra el tronco de uno de los arboles. Vestía una larga túnica con capucha tan negra como la misma oscuridad que los rodeaba, por lo que no pudo verle el rostro.

<< ¿Quién eres?, ¿Qué estas haciendo conmigo?>> le hubiera gustado preguntar, pero su voz seguía sin brotar. Tan solo podía sollozar y esperar a despertar de aquella cruel pesadilla.

-¿le tienes miedo a la muerte? -le preguntó con suavidad, con apenas un susurro el cual le costó oír. Era una voz oscura y profunda, casi tenebrosa.

El hombre se acercó hasta ella y le pasó la mano por la cara, acariciándole con delicadeza los labios. Era la huesuda y frágil mano de alguien que está a las puertas de la muerte, la mano de un anciano de avanzada edad. Cuando la apartó de su rostro pudo liberar el grito que había estado reteniendo hasta entonces en su interior. Volvía a sentir el cuerpo, pero de sus adentros tan solo salían gritos y gemidos, sin poder articular palabra alguna, presa del miedo.

– Grita todo lo que quieras, nadie vendrá a ayudarte.

No pudo parar de llorar, mirándolo con ojos suplicantes y llenos de terror. Se dio cuenta de que estaba atada al tronco, con los brazos extendidos en cruz, y por mas que lo intentaba no lograba soltarse.

El anciano metió la mano dentro de la túnica y sacó un viejo puñal que llevaba en el cinturón. La hoja era negra y serpenteante, salía de la boca de un dragón de alas extendidas que formaba la empuñadura.

-No, por favor, no lo hagas, te lo suplico -las palabras por fin brotaron entre sollozos. Pero fue inútil, le hizo caso omiso y continuó. Paseó el cuchillo por delante de su cara antes de rasgar su carne con un profundo corte en uno de los brazos. Ésta miró horrorizada como salía sangre, pero no sentía ningún dolor, lo que le dio aun más miedo. <<es un sueño, es un sueño…>> seguía repitiéndose, ¿qué más podría ser?

De debajo de la túnica sacó un cuenco de arcilla y lo puso debajo del hilo de sangre. La miraba impasible a los ojos, mientras ella no paraba de suplicar clemencia y pedir ayuda. El reguero de sangre se detuvo, pero el cuenco no estaba lleno aún. Lo miró con una mueca de desagrado y volvió a coger el puñal. Hizo bailar nuevamente el cuchillo delante de su cara, esta vez pronunció unas extrañas palabras mientras lo hacía, palabras que la joven muchacha no pudo comprender. Inmediatamente despues los ojos del anciano se iluminaron con intenso color rojo que incluso irradiaban luz propia. Le volvió a hacer otra herida, un nuevo corte, en el otro brazo y esta vez si que sintió dolor, pudo sentir como el puñal penetraba profundamente y cortaba su carne hasta llegar al hueso. Aulló de dolor y él la miraba fijamente, fascinado, con los ojos abiertos de par en par, disfrutando de sus gritos.

Finalmente se dio cuenta de que aquello no era una pesadilla, ese dolor que sentía era demasiado real. Se dio cuenta de que no despertaría reconfortada en su cama, de que no volvería a ver el rostro de sus padres a la mañana siguiente, de que posiblemente ese iba a ser su final. Resignada paró de pedir ayuda, por más que gritaba nadie venia a ayudarla, tal y como le había dicho el anciano.

Contempló en silencio como el cuenco se iba llenando con su propia sangre y dio gracias a los dioses cuando éste terminó de llenarse. El anciano, satisfecho del resultado, la miró sonriente mientras probaba un poco de sangre con la yema de los dedos. Ella bajó la cabeza para evitar su mirada, se había rendido, ya no se resistía, ya no lloraba, no pedía ayuda.

-¿por qué estáis haciendo todo esto? -le preguntó ella sin retirar la mirada del suelo.

-Para nada que podáis entender -se giró dándole la espalda y comenzó a caminar hacia un claro que había unas varas más adelante.

-No me vais a dejar ir, me vais a matar ¿verdad? -el anciano se detuvo durante unos segundos al oírla, antes de continuar caminando sin contestar nada.

Cuando llegó al centro del claro se encaramó a un enorme tocón y dibujó un gran círculo utilizando la sangre. En el interior, a lo largo de toda la circunferencia, escribió algo es un extraño lenguaje, letras de un pasado muy lejano, antiguas runas mágicas, el idioma de los dioses y los dragones.

Volvió a adentrarse en ese mar de arboles, la cautiva se había desmayado, la sangre seguían goteando, manchando todos sus ropajes. Cogió el puñal y cortó las cuerdas que la tenían apresada. Con sorprendente facilidad la cargó al hombro y atravesó con ella todo el trecho hasta depositarla sobre dibujo.

-venga, venga, despierta. No podéis morir. No aún al menos -le dijo mientras le insuflaba un soplo de vida en la boca. Un ataque de tos la despertó bruscamente.

<< Tengo que irme de aquí, no es más que un viejo seco de carnes>> en esa zona del bosque la luz de la luna llegaba hasta ellos y había iluminado el rostro del anciano. Pudo verlo, pudo ver su moribundo rostro lleno de arrugas y debilidad. Se cargó de confianza, esta era su oportunidad. No esperó ni un segundo más y le propinó un fuerte puñetazo directo al rostro. Este cayó en redondo al suelo. Se quedó tirado sobre la fría y húmeda tierra, riendo como un loco, mientras su prisionera se le escapaba.

<<Corre, sigue corriendo>> se decía continuamente, como si debiera recordarle a sus piernas que esa era la única forma de salir de allí con vida. Conocía aquel bosque, era una aglomeración de gigantescos arboles que se extendía a lo largo de incontables leguas, un tenebroso bosque de enormes árboles y gigantescas bestias al que nadie quería entrar. Pero sabía que no podía encontrarse muy lejos de la salida. Tan solo tenía que correr un poco más, siguiendo el cauce del agua y llegaría hasta su pequeña aldea, al otro lado del rio que separaba la misma del bosque.

Un calambre le recorrió desde la planta del pie hasta la cintura, seguido inmediatamente de un punzante dolor que le hizo caer arrodillada. Con tremendo esfuerzo se levantó, pero no atinó a dar dos pasos cuando volvió a caer. Ese dolor no era natural, algo la estaba quemando por dentro. Pero no se rindió, si no podía correr utilizaría las manos para arrastrase, no podía permitir que la volvieran a atrapar, tenía que seguir luchando, tenía que hacerlo para salvar su vida. Pero tras unos minutos su esperanza empezó a desvanecerse, la desesperación la invadió completamente cuando oyó pasos a su espalda, el miedo le recorrió el cuerpo cuando escuchó nuevamente la risa del anciano, cada vez mas y mas cerca. Aferró con fuerza una piedra del suelo, sabía que no tendría otra oportunidad más, era un hombre débil, no resistiría un golpe con todas sus fuerzas.

Se giró estrepitosamente con la intención de abrirle el cráneo a su perseguidor, pero no terminó de levantarse cuando encajó un enérgico puntapié en el rostro y varios dientes salieron despedidos desde su boca. Sin dejarla que se recuperara la apuñalo en la pierna. El grito de dolor de la victima fue indescriptible.

-Ahora no volverás a correr -dijo entre risas el captor. La joven se había desmayado por el dolor. Ya nunca volvería a despertar.

El libro del NigromanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora