Capítulo Decimoctavo: Hija de dragones

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— ¿Cómo has llegado hasta aquí?, este no es sitio para una niña, Kesa —dijo Aldair poniéndose delante de ella para ocultarla de la vista del Nigromante.

La pequeña cogió la mano de Aldair y la apretó con fuerza, temblando de miedo mientras oía la histérica risa del viejo mago.

— Os he seguido desde cerca todo este tiempo —le dijo en un forzado susurro, posiblemente a causa del miedo— a partir de ahora, mientras yo esté cerca vuestra, no podrá volver a usar esa magia para paralizaros.

Aldair la miró con los ojos abiertos como platos, mientras lágrimas corrían por sus mejillas. La chica llevaba con ellos tan solo dos semanas, pero en ese corto periodo de tiempo había llegado a apreciarla de igual forma como si llevase con ella toda una vida. Sentía en su interior ese irrefrenable sentimiento que te empuja a proteger a alguien, aunque sepas que no tienes ninguna posibilidad de victoria. ¿Cómo iba a permitir que una niña pequeña luchase junto a él? No era más que una cría, eso era algo impensable; y si algo le llegase a ocurrir ¿Cómo iba a poder perdonarse? No, nunca podría.

Aldair se arrodillo y la cogió de los hombros, para mirarla a los ojos; se quedó fascinado cuando miró directamente aquella luz caoba que brotaba de sus ojos, tan hermosos y aterradores al mismo tiempo.

— Por favor, vuelve a la posada —le dijo mientras le acariciaba el rostro— debes avisar a los demás, hay que dar la alarma, hay que alertar al pueblo de que algo malo va a ocurrir; debes encargarte de ello, ¿vale?

Kesa golpeó la frente de Aldair con el dedo índice y la conversación que había mantenido con Eileene un rato antes retumbó en su cabeza.

— No dejaré que incumpláis vuestra palabra, esa mujer os necesita, y vos la necesitáis a ella; le habéis prometido que volveríais y que nada malo le ocurriría, y si me voy ahora, ten por seguro que moriréis... lo he visto en mis sueños Aldair, os he visto perecer presa ante un descomunal poder, mis visiones nunca son equivocas; pero no os abandonaré, me quedaré aquí acompañándoos... y lucharé con todas mis fuerzas para equivocarme por primera vez...

Aldair la abrazó con fuerza, sollozando de rabia.

— Por favor, márchate... huye de la ciudad junto con Eileene, sálvala por mí...

Kesa lo rodeo con sus pequeños brazos y le dio un beso en la mejilla.

— No me iré, me quedare junto a vos... tan solo tenemos que resistir hasta que lleguen los demás; le dije a Eileene que los avisara.

Un destello de luz violeta golpeó el escudo que envolvía a Aldair y Kesa, haciendo que se rompiera en mil pedazos.

— Conmovedora escena ...

El Nigromante tuvo que apartase de un salto para esquivar una bola de fuego que había lanzado Kesa en un rápido movimiento. El viejo la miró con el ceño fruncido y bufó enfadado, nunca habría esperado que una maga tan pequeña pudiese lanzar conjuros de una forma tan rápida.

— ¿Quién demonios eres tú, niñita? Eres muy habilidosa, me impresionas enormemente.

Kesa, sin responderle, dio un paso al frente, y encadenando palabras en el viejo idioma de la magia, comenzó a lanzar una sucesión de ataques en forma de ráfagas de viento; imperceptibles para el ojo, pero que al chocar contra el escudo invisible del Nigromante rezumbaban con ferocidad. Viendo que no funcionaba, cambió de conjuro y comenzó a lanzar pequeños rayos de color celeste, que impactaron contra el escudo hasta quebrarlo levemente.

El Nigromante no pudo hacer nada más aparte de que cruzar los brazos, tratando de ese modo reforzar el escudo. Cuando Kesa paro los ataques; el viejo bajó los brazos, pero sin desactivar el escudo, no estaba dispuesto a que lo pillase desprevenido una segunda vez.

El libro del NigromanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora