Capítulo segundo: El Palacio Real

507 32 9
                                    

Se encontraba en una diminuta isla en medio de un mar de aguas negras. No soplaba ni una brizna de aire, por lo que el agua no se movía ni un ápice, se encontraba en el más absoluto reposo, todo cubierto en un silencio sepultar.

En el centro de la isla, delante de un árbol muerto y hueco, había una persona vistiendo una túnica blanca con doradas runas bordadas a lo largo de los bordes de las mangas y la capucha. En sus manos sostenía una espada de hoja color negro verdoso, donde brillaban unos extraños caracteres.

El joven mercenario se acercó hacia él hasta que pudo verle el rostro, se quedó paralizado ante su imagen. Era un anciano con frondosa barba y unos espeluznantes ojos rojos irradiando luz. Éste lo observaba en silencio, sin moverse, sin ni siquiera respirar, con la boca abierta en una eterna mueca de sufrimiento.


-       ¿Estás bien?, ¿Qué es este lugar? —le preguntó cuando había reunido el valor necesario para ello. Pero como parecía obvio viendo su figura, no recibió ninguna respuesta.


 Aguardó varios segundos cavilando sus posibilidades, ¿qué podía hacer? Nada de aquello tenía sentido, ¿Cómo y cuándo había llegado allí? Y lo más importante, ¿Cómo abandonar aquel lugar?.

 Resolvió, entonces, intentar ayudar a aquella persona y después pensaría como salir de allí, pero cuando dio un paso más para acercarse a él, desde el interior del árbol comenzaron a salir cientos de luciérnagas, volando a una velocidad vertiginosa. Rodearon a la inmóvil figura sin parar de volar y éste empezó a arder.

Aldair retrocedió sobresaltado, tropezando consigo mismo y cayendo al suelo, donde se quedó sentado contemplando horrorizado la escena.

El anciano en llamas dejó caer la espada y estiró el brazo, señaló por encima de la cabeza del joven hacia el horizonte.


-       ¿Qué quieres? —exclamó aterrado— ¡Vamos, habla!


Miró hacia atrás y contempló el inmenso mar, donde había miles de cuerpos flotando, ¿cómo no se había percatado de ello hasta entonces?

Las luciérnagas salieron volando en espiral desde la punta del dedo del anciano. Aldair se tumbó en el suelo cubriéndose la cabeza, paralizado ante el temor de arder él también. Pero las Luciérnagas pasaron de largo por encima de su cabeza y se sumergieron en el agua, el mar entero se iluminó y unos segundos después todo él ardía con viveza.


 

-       ¡Venga, despierta!  —le gritó Eileene. Le había tirado un trapo húmedo, con el cual había estado limpiando las mesas de la taberna, a la cara.


 Aldair se despertó sobresaltado, con las pulsaciones revolucionadas debido a la pesadilla, pero respiró aliviado al ver al fin un entorno conocido. Estaba en una de las habitaciones de la posada.

Se incorporó y se llevó la mano a la frente, para frotársela con insistencia. Le dolía horrores la cabeza. <<Me estoy haciendo viejo, ya no aguanto el alcohol como antes>> pensó él.

Contemplaba con un ojo entreabierto a su viaja amiga, estaba tan bella como siempre. Los rayos de luz que entraban por la cristalera de la ventana hacían que su rojiza melena brillase hermosamente. Vestía un sencillo vestido marrón que le hacía un exuberante escote, con el que se deleitó la mirada.

El libro del NigromanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora