Capítulo decimoquinto: Resuenan campanas

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El primer sol de la mañana llegó acompañado de unos tímidos copos de nieve, que caían grácilmente sobre el húmedo pasto, moteando el brillante verde de blanco. Aldair se había despertado sobresaltado en mitad de la noche, y descubrió que el viejo mago había abandonado su guardia sin despertarlo para que lo relevara, y pensando que Drach había decidido seguir su camino en solitario, permaneció despierto el resto de la noche, cuidando del fuego para que los demás no pasasen demasiado frio; tarea casi imposible. El helado aire invernal que bajaba de las montañas calaba fácilmente en las ropas y dificultaba la respiración, por suerte, tenían buenas mantas con las que cubrirse.

Para alguien ducho en viajes, era fácil pronosticar que les esperaba un día muy oscuro, seguramente con una larga tormenta. «No es el mejor de los presagios a la hora de iniciar el camino de vuelta a casa». Aldair bajó la vista del cielo y buscó con la mirada a Keandrah; No se había despertado ni una sola vez en toda la noche, aunque había sufrido pesadillas y delirios mientras dormía.

— Buenos días

Aldair se sobresaltó y apartó la mirada del caballero, para posarla ahora sobre Cedrick. El grandullón se estaba estirando para desentumecer el cuerpo después de una fría noche durmiendo en el suelo.

— No tan buenos —le respondió, haciendo un gesto con la cabeza hacia el cielo.

— No creo que un poco de nieve te asuste —el grandullón le dedicó una sonrisa socarrona y se alejó hasta el rio para lavarse la cara

Cuando volvió, trajo consigo unas cuantas truchas pequeñas; la noche anterior había colocado algunas trampas en el lecho del rio, y para su sorpresa, habían funcionado a la perfección, ya que hay que decir que esa fue la primera vez que le funcionó dicho método de pesca. Eogha despertó al olor del pescado en el fuego y se reunió con sus dos compañeros para disfrutar de un buen desayuno, no sin antes intentar despertar a Kendrah, lo que resultó inútil.

— ¿Dónde está Drach? —preguntó Eoghan con la boca llena de pan duro.

— ¿Hasta ahora no te has percatado de su ausencia? —Aldair le lanzó una sonrisa fugaz— no sé donde está. No me avisó para hacer el último turno de guardia, ya no estaba cuando me desperté.

— Habrá decidido marcharse —dijo Cedrick tras engullir lo que le quedaba de pescado— aunque conociendo su carácter, no parece algo propio de él.

— Seguramente hay muchas cosas que no sabemos de él —dijo Aldair mientras se levantaba para acercarse hasta Kendrah, para volver a intentar despertarlo. Se agachó junto a él y posó la mano en la frente— tiene mucha fiebre, ¿por qué tiene fiebre?

— Es una herida terrible, y no está sanando bien.

Todos se giraron sobresaltados; el viejo mago volvía al campamento desde el bosque.

— ¿Dónde diablos estabas? Ya pensábamos que nos habías dejado —Le preguntó Aldair, con un tono irritado por el sobresalto que se acababa de llevar.

— Sentí un leve poder mágico en el bosque y salí a buscarlo —Drach fue junto a Kendrah y le destapó la herida— No encontré nada, sea lo que fuese, huyó de aquí.

— Tal vez alguno de los magos consiguió salir de la ciudad antes de que los dragones acabaran con todos ellos —reflexionó Eoghan.

— Si, puede que tengáis razón —le contestó el mago sin despegar la mirada de la terrible herida del caballero.

— Pero bueno, eso es algo que realmente no nos incumbe, primero debemos preocuparnos por nuestros propios problemas ¿Qué hacemos con Kendrah? En este estado no puede viajar, y no tenemos donde refugiarnos — dijo Eoghan mirando con desagrado el estado de la herida del caballero; en sus largos años como mercenario se había visto obligado a ver innumerables heridas, muchas de ellas terribles, pero nunca terminaba de acostumbrarse.

El libro del NigromanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora