Capítulo Séptimo: Ondron

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Por la mañana tomaron un ligero desayuno basado frutos y una especie de pan que estaba preparado para los viajes largos. Cuando hubieron aparejado nuevamente a los caballos, reanudaron la marcha. El día fue muy similar al anterior: cabalgaron todo lo rápido que los caballos le permitieron, haciendo pequeñas paradas para que pudieran descansar. Durante la mayoría del trayecto de ese día se dirigieron en dirección Este, atravesando las montañas de Trestard, también conocidas como Colinas Verdes, el desfiladero del Barranco Tormentoso y volviendo a la seguridad de la vía asfaltada en LLanwrtyn o Tierras Llanas, estaban ya a pocas horas de Ondron.

Cuando empezaba a anochecer Kaira volvió ladrando, lo que puso en alerta a la compañía, que avanzó ahora en un trote mucho más lento, lo que agradecieron los caballos, exhaustos tras un día de marcha a pleno rendimiento. Pero tras varios minutos no encontraron nada más que un carro tirado al borde de la calzada y a cuatro hombres intentando volver a colocar la enorme rueda de madera, que aparentemente se había salido de su eje.

– ¿Qué ha ocurrido aquí? —preguntó Aldair con sequedad una vez había llegado hasta la altura del carromato.

Uno de los que estaban colocando la rueda, el que aparentaba mayor edad, se volvió al escuchar a Aldair.

Éste caballo señor, ¡maldita bestia! se asustó de no sé por qué cosa y se salió del camino, esta rueda parece que no estaba bien ajustada y salió volando —era un hombre de mediana edad, con el cabello negro moteado en canas y barba de un par de días, estaba envuelto en ropajes de lino de cierta calidad.

Aldair dejó escapar una risa burlona.

Y veo que estáis teniendo problemillas para devolver la "rueda voladora" a su sitio ¿verdad?

El hombre puso una mueca de desagrado ante la burla de Aldair.

– Pues sí, pero vosotros parecéis vigorosos y fuertes caballeros, seguro que con vuestra ayuda solucionaremos el problema en un momento, no me gustaría pasar la noche aquí en mitad de la nada.

– ¿A dónde os dirigís? —le respondió Aldair— no vais a encontrar ninguna posada o taberna en el camino antes de que caiga la noche de todos modos, pero claro, os ayudaremos.

– ¡Oh! Muchísimas gracias —dijo efusivamente el hombre— mí nombre es Niall, y estos son mis hijos: Gaela, Tristán e Idrys. Somos mercaderes y nos dirigimos a vender nuestros productos al gran mercado de Vyrosse.

Eoghan bajó de su caballo y se acercó hasta ellos.

– Largo camino tenéis aún por delante —les dijo estudiando bien a los cuatro mercaderes— nosotros somos mercenarios, éste de aquí es nuestro jefe, Aldair, allí tienes a Drachenblaunt y Kendrah, el grandullón es Cedrick y mi nombre es Eoghan.

– Acabemos con esto —dijo Cedrick tras soltar un gruñido de queja— yo ayudaré a estos tres jóvenes a levantar el carro, que alguno de vosotros fije la rueda.

Los mercaderes quedaron boquiabiertos al ver la facilidad con la que Cedrick había levantado el carro, y eso que ellos mismos parecían ser hombres fuertes, por lo que se podía intuir bajo sus delicadas ropas. Aldair, con la ayuda Niall, colocaron bien la rueda y se aseguraron de que estaba ajustada.

– Bueno esto ya está —dijo Cedrick inmediatamente— será mejor que retomemos nuestro camino.

Aldair examinó curioso el rostro de su compañero y asintió.

– Tienes razón, deberíamos irnos y buscar un refugio.

Tras una rápida despedida montaron nuevamente en sus caballos y tomaron el camino de nuevo, aunque era casi de noche, la aldea de Ondron, o lo que quedara de ella, estaba a poco más de una hora de distancia.

El libro del NigromanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora