Capítulo Primero: La Loba Gris

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Nuestra historia comienza en la taberna de una vieja posada. Como cada noche, el entrechocar de las jarras de aguamiel, cervezas de todo tipo y vino, los gritos y carcajadas de los clientes, el estridente sonido de viejos instrumentos de cuerda y flautas acompañando viejas canciones se dejaban oír mucho más allá del umbral del local.


- Bueno, creo que todo está terminando -dijo Aldair suspirando tras dar un largo trago de cerveza y limpiarse la boca con la manga. Apesadumbrado.


En la mesa que estaba más al fondo estaban sentados Aldair y sus dos compañeros, Eoghan y Cedrick, ajenos a todo el ruido que les rodeaba. Esta posada había sido durante largos años el punto de reunión de los mercenarios de la compañía "Hermanos libres", ellos le daban seguridad a cambio de manejar todos sus asuntos desde allí.


Una hermosa muchacha de rojo cabello cual fuego sorteaba con apresurada agilidad a la multitud, sin parar de una mesa a otra, con una bandeja llena de cervezas levantada sobre su cabeza hábilmente. Tal dicen era su belleza que noche tras noche los hombres le dedicaban numerosos piropos cada vez que ésta pasaba por su lado, la mayoría de ellos desagradables para cualquier mujer, pero ella, sin amedrentarse, no se cohibía en soltar algún que otro capón a los ya habituales parroquianos. La multitud entera rompía en carcajadas cada vez que la muchacha le soltaba una regañina a uno de sus clientes.

- No hables de ese modo Aldair -le contestó Eoghan con una forzada sonrisa a su apesadumbrado jefe- ya saldrán más trabajos, siempre hay misiones que cumplir.

- No está vez, viejo amigo -suspiró el joven. Aldair se convirtió en el líder de la compañía hacía un año, tras vencer al antiguo líder, Eoghan, en combate singular.


La camarera soltó a plomo la bandeja llena de jarras vacías sobre la barra de la taberna y suspiró exasperadamente. Un fornido hombre de avanzada edad, que estaba al otro lado de la barra limpiando unas jarras, la miró y le sonrió amablemente.

- Cualquiera diría que llevas toda la vida tirada debajo de un árbol sin hacer nada, ¿ya estas cansada? no te desesperes querida -le dijo a la joven. Se acercó a ella y le dio un reconfortante apretón en el hombro.

- ¡Lo que me faltaba!, ¡que el viejo gordinflón que no se mueve de detrás de la barra se me queje! -gritó desesperada y cansada ya de tanto alboroto. El tabernero rió a carcajadas y volvió a llenar las jarras con cerveza.

- Venga, aguanta un poco más, a este paso acabarán con nuestras reservas dentro de un rato y tendremos que cerrar -dijo el hombre mientras entraba en la cocina para salir un momento después con un plato de patatas aliñadas- ve a llevarle todo esto a los chicos.

- ¿Te han pagado?, no me fío ni un pelo de ellos -le contestó la joven

- Venga mujer, los conocemos desde hace muchos años... no sé porque estás así con ellos, venga, venga -le apremió dando unas palmadas


El anciano se refería a los tres mercenarios, allí se encontraban, todos con la ropa manchada de sangre seca y barro. Aldair, con 21 años, era el más joven del grupo. Tenía la castaña melena enmarañada y la cara manchada al igual que la ropa; pero pese a eso era un joven apuesto. De grandes y expresivos ojos claros en contraste con su bronceada piel y un amplio mentón; aun conservaba todos los dientes y sin ninguna cicatriz. Algo sorprendente para un mercenario. Solía ser un joven muy animado pero aquella noche estaba especialmente apagado, pero una estúpida sonrisa se le dibujó en la cara al ver a Eileene acercarse rápidamente con la bandeja. Cuando la muchacha había terminado de servirles la cogió de la cintura y hábilmente la sentó en su regazo.

El libro del NigromanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora