Cuando abrió los ojos, una sensación de paz abrazó todo su ser; al fin contemplaba un lugar conocido al despertarse, su vieja habitación en la boardilla de la posada; esos eran sus momentos favoritos: a pesar de que sentía que con cada nueva misión perdía una parte de sí mismo, tras un duro trabajo siempre acababa en ese lugar, donde todo parecía permanecer inmutable al tiempo. Era una habitación pequeña; apenas una cama, una silla y una mesita maltrecha ocupaban todo el habitáculo; una pequeña ventana daba al tejado de la posada, que al ser el edificio más alto en todo el barrio, le permitía contemplar toda la ciudad. Cuando era joven, solía subir al tejado todas las noches, a contemplar en silencio las estrellas, e imaginar cómo sería su futuro con aquella pequeña muchacha pelirroja de la que estaba enamorado desde que la encontró llorando en el bosque; aunque ya ha pasado mucho tiempo de aquello. Aquella era la habitación más humilde de la posada, pero nunca había querido más, y siempre había estado y estaría agradecido con Briant por dejarlo quedarse en la posada cuando su padre lo echaba de casa, lo que sucedía muy a menudo; ese viejo posadero y Eoghan fueron los verdaderos padres de un joven con una infancia cargada de abusos y malos tratos.
Tras un buen rato contemplando aquel techo, el cual nunca le había resultado tan apacible mirar, se levantó y se limpió la cara en un barreño con agua que había sobre la mesita. Se vistió con las ropas más elegantes que tenía allí —siempre guardaba un poco de ropa en la posada, ya que seguía recurriendo a su habitación con frecuencia— y por supuesto, se colgó la capa de color rojo de la compañía de Los Hermanos Libres; había llegado el momento de visitar el Palacio real.
— Toma, aquí tienes un poco de leche también, cómetelo todo —estaba diciéndole Eileene a la pequeña maga. Aldair se sentó en la parte de arriba de las escaleras, sin saber muy bien como enfrentar aquella situación.
La noche anterior habían llegado a las inmediaciones de la ciudad, y se encontraron un campamento militar en las mismas puertas de la ciudad. Lo primero que hicieron fue ir lo más rápido que pudieron hasta la casa de Cedrick, pero allí no había nadie, para desconcierto de todos; todo había sido saqueado, había cosas rotas por todos lados y los cultivos habían sido quemados; debieron haberlo hecho los soldados invasores. Por suerte, las campanas de la ciudad habían sonado con bastante tiempo, y la mujer de Cedrick consiguió entrar en la ciudad antes de la llegada de los soldados; Briant la acogió en la posada. Entonces se dirigieron a la ciudad, en la que consiguieron entrar utilizando un pequeño túnel subterráneo secreto. Todos los alrededores de la ciudad estaban siendo bloqueados por los soldados narfonianos, de ese modo no recibirían aprovisionamiento alguno; aunque la ciudad tenía suficientes reservas como para aguantar un año completo si fuese necesario, y si el sitio se alargaba lo suficiente, el ejército imperial acudiría al rescate de la ciudad.
— Pequeña, ¿Cómo te llamas? —decía Eileene.
— Mi nombre es Kesa —le contestó la voz chillona de la pequeña maga, mucho más animada de lo que Aldair podía recordar.
Tras un largo silencio, donde seguramente la niña estuviera comiendo y Eileene limpiando las mesas, pudo oír el ruido de los cacharros al caer al agua; Eileene habría vuelto a sus quehaceres en la cocina. Aldair se levantó y empezó a bajar la escalera, pero se detuvo cuando escuchó a Eileene acercándose nuevamente.
La joven posadera se sentó en la mesa donde estaba Kesa y le sirvió un poco mas de desayuno; se quedó mirándola con una amplia sonrisa en la cara.
— Tus ojos son preciosos, nunca antes había visto algo así, no los escondas bajo el pelo —le apartó el flequillo de la cara con mucha delicadeza— así estas mejor.
Kesa sonrió ruborizada y terminó de comer la rebanada de pan con queso.
— Gracias —dijo con voz entrecortada— tus ojos son también muy bonitos, tienes suerte de poder tener esos ojos azules, los ojos de mi gente son siempre como los míos, todos iguales, es muy aburrido.
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El libro del Nigromante
FantasyHeme aquí en mi eterno afán por redactar la historia de Caramith, un lejano reino de una recóndita tierra olvidada por muchos y recordada por muy pocos. La historia de un reino que nació tras la cruenta guerra entre los hombres libres aliados con l...