Capítulo Decimocuarto: Tormenta de fuego y rayos

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«¿Cómo puede ser tan rápido?» Nímide estaba contemplando la batalla oculta en la zona más alta de la Arena. El grupo que había invadido la ciudad contaba con la ayuda de un mago, no había conseguido detectarlo hasta el momento en el que el anciano levantó rápidamente un escudo de magia que protegió a toda la compañía de las abrasadoras llamas del dragón.

Respiró aliviada, estaba claro que debía ser un mago muy habilidoso, pero al menos no era el Nigromante, no estaba preparada para enfrentarse a él en este momento. Ya hacía más de un día que había conjurado al dragón, y desde entonces lo había mantenido junto a ella sin devolverlo a la otra dimensión, por lo que su magia se fue consumiendo poco a poco, pero aún tenía suficiente fuerza para un asalto más «o eso espero». ¿Por qué habría entrado en la ciudad ese grupo de hombres? ¿Por qué justo ahora? «Seguramente hayan sido enviados por el Nigromante», aunque era extraño que utilizase a humanos, él los detestaba, es más, quería eliminarlos de la Tierra. «Sea quienes sean, y busquen lo que busquen, tengo que acabar con ellos»

El dragón gruñó de dolor, el hombre más corpulento había lanzado una jabalina contra el dragón y le había acertado en el costado. El mago se había quedado rezagado, es muy probable que estuviese preparando algún tipo de conjuro de alto nivel, y necesitaba mucha concentración. «Debo impedírselo».

El dragón rugió furioso y empezó a correr hacia el grupo de hombres, quienes se apartaron rápidamente, todos menos el más joven de ellos. Se había quedado paralizado, temblando de miedo, observando como el dragón se acercaba cada vez más, sin poder moverse, si no se apartaba acabaría siendo presa de las fauces de la bestia. Pero otro de los hombres lo apartó de la trayectoria, quedándose sin tiempo para huir él también, se preparó para recibir la furia del dragón, el cual cerró aquella enorme boca repleta de dientes en torno al hombro del valiente caballero. Éste sacó una de sus espadas del cinto y se la clavó al dragón en el ojo. La enorme bestia aulló de dolor y de un zarpazo lanzó al guerrero contra la pared de la Arena.

¡Kendrah! —gritó horrorizado el que había sido salvado desde el suelo.

El joven se levantó, volviendo en sí, recuperando su coraje, y se lanzó contra el dragón con su reluciente espada, pero fue derribado de un colazo.

«Mierda, me he despistado por un momento, el mago...». El viejo mago había apoyado la mano en el suelo, mientras terminaba de recitar un largo conjuro: desde el suelo salieron unos látigos eléctricos que apresaron al dragón, impidiendo que se moviese. «Maldita sea, posee la habilidad del trueno» los dragones eran especialmente débiles ante la magia eléctrica, si no intervenía de inmediato, la bestia alada acabaría mal parada. Nímide bajó varios escalones, recitó un rápido conjuro, y de la punta de sus dedos salieron unas flechas de fuego que se dirigieron con gran rapidez hacia el mago enemigo, al cual pilló por sorpresa y cayó al suelo con sus ropas ardiendo. El dragón había quedado liberado de las ataduras eléctricas y empezó a atacar de nuevo.

El mago apagó las llamas utilizando magia y se levantó buscándola con la mirada, Nímide volvió a esconderse entre las sombras en la parte más alta de la Arena nuevamente. «No debo desperdiciar mi magia, por suerte...» Tuvo que saltar hacia un lado para esquivar los ataques eléctricos del mago. La había descubierto, había conseguido rastrear la magia que la unía al dragón, fue muy ilusa al pensar que se podría ocultar de él.

Al fin decidió salir de las sombras y se dejó ver «Ya no tiene sentido que siga oculta. Si han sido enviados por el Nigromante, es muy probable que lo esté viendo todo en este momento, no dejaré que me vea vacilar, será testigo de lo que soy capaz de hacer». La maga levantó las manos hacia el cielo, mientras pronunciaba palabras en el antiguo idioma de los dragones. Su negra túnica comenzó a bailar violentamente, como si un fuerte viento la estuviese azotando, y un aura de color rojo la envolvió por completo. Unió las manos hasta que comenzó a surgir humo de ellas, entonces las separó poco a poco mientras creaba una esfera que irradiaba una deslumbrante luz naranja, como si de un pequeño sol se tratase. Cuando la esfera estuvo completa, Nímide la lanzó estirando el brazo, indicándole hacia donde debía ir. El mago, que se había preparado al ver la gran cantidad de energía que la maga estaba concentrando, levantó el más sólido de sus escudos defensivos. La esfera combatió contra aquella férrea defensa, el escudo incluso llegó a quebrarse, pero finalmente salió desviada e impactó contra las gradas laterales, creando una enorme explosión que destruyó más de la mitad de la Arena. El viejo mago respondió lanzando una sucesión de ataques eléctricos, pero Nimide, que aunque estaba agotada después de su último ataque, se mantuvo firme y consiguió repelerlos. Los ataques del mago no eran muy poderosos, pero para crear magia se necesita una gran concentración, y con esa sucesión de ataques débiles no la dejaba concentrarse ni recitar conjuros. La maga aguantó como pudo, desviando los ataques del viejo mago y contraatacando con algún ataque rápido cuando veía un hueco en las arremetidas de su contrincante.

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