Capítulo Decimonoveno: Luz y oscuridad

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La criatura cayó desplomada al suelo con una jabalina clavada en el hombro izquierdo; soltó un alarido de rabia, mas parecido a un chirrido, que consiguió helarles la sangre a cada uno de los presentes; apoyando la mano en la suelo con firmeza, se levantó de un impetuoso salto, justo en el momento en el que otra jabalina impactaba contra su pecho, irradiando un fogonazo de magia eléctrica, pero esta vez sin conseguir siquiera moverlo de su lugar, ya que se había preparado al ver a Cedrick aproximándose a gran velocidad, quien la placó cuando ésta intentó moverse de nuevo, arrojándola al suelo, y él cayendo tras ella.

El mercenario salió despedido hacia atrás cuando la gran mole oscura le propinó un duro golpe con el puño cerrado entorno a la empuñadura de la espada.

Aldair corrió junto a él, arrodillándose a su lado, le susurró unas palabras al oído, Cedrick asintió, y se levantaron dispuestos a acabar con aquella criatura. Ambos combatieron codo con codo, sus movimientos eran perfectos, sincronizados, y de una velocidad sorprendente. Su contrincante era incapaz de seguirles el ritmo, era imposible. Habían luchado juntos en tan innumerables ocasiones que ni siquiera les hacía falta hablar, con una simple mirada sabían lo que iba a venir a continuación; era un espectáculo verlos combatir, si por suerte tú no eras quien estaba al otro lado de las espadas.

Cuando Cedrick había estudiado lo suficiente los movimientos del enemigo, le hizo un gesto a su compañero, y dio dos pasos hacia delante, entrando dentro del rango de ataque de cosechadora de vidas, fingiendo que tropezaba; en ese momento la bestia lo atacó con furia, pero el grandullón detuvo el golpe con un rápido movimiento de su larga espada de doble empuñadura, giró sobre sí mismo haciendo que el filo de cosechadora de vidas se deslizase sobre su espada y con un rápido movimiento hizo que la enorme espada negra cayera al suelo.

Aldair se deslizó por el suelo, entre las piernas del gran coloso oscuro, el que cayó arrodillado cuando recibió un tajo en la parte trasera de la rodilla. Aquella enorme cabeza rodó por el suelo cuando Cedrick, aprovechando la inercia del giro sobre sí mismo, le asestó el golpe final.


Mientras todo esto ocurría, y cuando la criatura se alejó de Kesa para el combate contra los dos mercenarios, una flecha voló sobre la cabeza de la joven, rompiéndose en el momento en el que chocó contra el escudo del Nigromante; quien se sobresaltó ante el impacto, y gracias a lo cual, la pequeña maga consiguió romper el escudo de su contrincante, para acto seguido propinarle un impacto directo con un conjuro de viento.

El Nigromante salió despedido hacia detrás, colisionando contra la pared y cayendo al suelo, aparénteme malherido. Al cabo de unos segundos, y mientras reía por lo bajo, se levantó con las piernas temblorosas, debido al evidente esfuerzo que estaba realizando; con un movimiento de mano volvió a crear un escudo entorno a él, y observó el nuevo panorama. Ahora tenía frente a él a tres guerreros, dos de ellos apunto de derrotar a su criatura, y a una niña a la que le gustaba hacer trucos de magia. Tras meditar unos segundo sin perder de vista el combate, decidió que no tenía nada de qué preocuparse, su conjuro de invocación estaría completado dentro de unos minutos, y entonces ya no había marcha atrás, eso es todo, tan sólo tenía que ganar unos minutos más.


«— Maese Drachenblaunt, ¿qué libro es ese? —decía un chico joven de pelo ceniciento, vistiendo una túnica de color blanco

Un hombre de mediana edad, con el pelo bien repeinado hacia atrás y ni un solo perlo en la cara, paseaba de lado a lado delante de un pequeño escritorio, enfrente a un grupo de chicos de diferentes edades. De pronto se detuvo, giró sobre sus talones y los miró de uno en uno.

El libro del NigromanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora