Capítulo 4

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JENNA:

Nos levantamos demasiado temprano ese sábado que Leah insistía en que debíamos acompañarla a Los Ángeles para ayudarla a instalarse. No comprendía la insistencia de mi prima por organizar todo a tiempo, aún faltaban unas cuantas semanas para las clases y ella estaba segura de que no llegaría a tiempo. Por suerte, Tony la ayudaba a poner los pies sobre la tierra, mientras que, a mí, a mí nada podía detener todo lo que pasaba por mi mente.

Perder la memoria no ayudaba en nada, sí, el doctor Kenneth me decía que dejara de preocuparme tanto, que disfrutara ese pequeño mal en mi vida como lo merecía, porque realmente necesitaba calmarme, necesitaba tranquilizarme de vez en cuando, aunque no demostraba lo mal que estaba o me sentía. Sobre todo, por Lee, que cada vez era más cercano a mí y cada vez lo sentía más como ese amigo al que necesitaba y quizá eso no era lo que él quería. Aunque me lamentaba, no podía darle más, no aun, no sabía ni siquiera lo que pasaba por mi mente como para saber lo que era estar enamorada.

Él me demostraba estar tranquilo, que nada lo afectaba, pero sabía que era una mentira. UNA GRAN MENTIRA. Lee me propuso disfrutar de ese fin de semana, de ir a Los Ángeles para poder visitar a mis amigos que, por cierto, a ninguno podía recordar. Según él, eran personas demasiado buenas, demasiado simpáticas y cariñosas, pero ¿Cómo se sentirían si supieran que no los recordaba? Aun así, dejé de lado todo pensamiento negativo y abrí los ojos notando como la tenue luz de la habitación me cegaba, Lee ya estaba en la casa, con una taza de café helado en su mano, lo cual me había acostumbrado a tomar porque a tía Grace le fascinaba ponerle cubitos de hielo y se me pegó el gusto.

— ¿En serio Lee? —le pregunté pensando que era una broma.

— Agradece que estoy sobrio —sonrió pícaro—. La mejor parte del día es esta, el amanecer —dijo señalando la ventana, donde se veía claramente como el sol comenzaba a asomarse—. La primera vez que vimos el amanecer juntos, estábamos en Los Ángeles, yo me desperté mucho antes que tú y luego seguíamos durmiendo porque no teníamos mucho por hacer.

— ¿Dormía contigo? —pregunté aun sabiendo lo que escribía en el cuaderno.

— En tu propia cama, traviesa —rió luego de guiñarme un ojo.

Maldita sea ¿Qué demonios sucedía conmigo cuando actuaba así?

Esa mañana Lee tenía un humor demasiado bueno, me sorprendía porque la mayoría del tiempo se estaba quejando o al menos cuando aparentaba no mirarlo tenía el entrecejo fruncido y una gran línea recta que formaba sus labios. Él no era la persona más simpática del mundo, tampoco la más amable, pero cuando estaba a mi lado, podía jurar que era otro, completamente distinto ¿Siempre fue así? ¿Siempre se comportó diferente al estar conmigo? ¿Simplemente se trataba de mi falta de memoria? No podía responderme a ninguna de esas preguntas, era demasiado temprano como para poner a trabajar mi cabeza.

Me tiré de espaldas a la cama, realmente no quería levantarme, quería seguir durmiendo, aunque sea un par de horas más, pero Leah tenía la estúpida idea de hacer todo muy temprano, sino no salía según lo planeado, según lo que nos explicó el día anterior. Nos hacía falta estar en pie a las 6 am, el sol sería un problema durante la calurosa mañana, para ella, todo tenía que ser perfecto. Tan perfecto como ella y su novio que se veían esplendidos juntos, con sus sonrisas perfectas y su relación perfecta, ¿celos? No, simplemente odio mañanero. Estaba feliz por ellos, porque fueran a vivir juntos y todo lo demás, pero no podía obviar el hecho de que aún era muy temprano para estar de buen humor.

La voz de Lee resonaba por mi habitación, cantando sin parar alguna de las canciones que él conocía de memoria y que yo no tenía ni la menor idea de cómo se llamaba. Me gustaba escucharlo, tenía una voz particular, realmente bonita, podía cantar algo suave o realmente fuerte y él simplemente no se esforzaba por hacerlo. Y aunque no quería admitirlo, me tardaba más de la cuenta, sólo para seguir escuchándolo. Suspiré cuando salí de bañarme y me tiré a la cama con el cabello mojado, no tenía ganas de secarlo, tampoco de amarrarlo o simplemente peinarlo con un cepillo, no tenía ganas de nada que no fuese dormir.

Jenna & LeeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora