Estaba ahí, acostado en su colchón de segunda mano entre abriendo los ojos con el mayor esfuerzo que podía mientras sentía frío, ya que sólo tenía un viejo cobertor que en los primeros días de enero no son de mucha ayuda para quien duerme solo, es frecuente el desvelarse viendo lo felices que son sus compañeros, amigos, colegas, conocidos, vaya cualquier persona que vea en redes sociales, una droga que al parecer estimula el sistema nervioso e incluso el sistema límbico por los efectos negativos que causan en las personas que no tienen estabilidad emocional.
Eran las 6.10am en horario de México, ya habían pasado diez minutos de que tuvo que levantarse para ducharse e irse al trabajo.
Y fue ahí donde se preguntó:
—¿Por qué? ¿Qué hago? No preparé mis planeaciones para hoy, no sé qué viene en el temario de contenido ¿Qué es lo último que les enseñé? —se dijo a sí mismo sin ánimos de ir a trabajar, de pensar qué hacer, de vivir—, Ah ya sé —abrió los ojos por completo y se incorporó con lentitud al recordar lo que les estaba enseñando a los grupos el viernes—, por supuesto, no les ha quedado claro la Ley de exponentes.
Dejó salir un gran suspiro, y no porque odiara su trabajo o tuviera un exceso de pereza; el 7 de enero del 2021 había contraído la enfermedad por coronavirus, fueron días duros, incluso pensó que perdería el trabajo, sin embargo lo único que había perdido era a su madre, aquella mujer que desde el 2009 no tenía una salud estable por la influenza que contrajo en esa cuarentena que vivía por primera vez, y que por diversas razones en noviembre del 2012 había desarrollado neumonía para finalmente no soportar la cuarentena por COVID-19 en el mes de enero del año pasado.
—No me dejes sola —le había dicho su madre mientras la subían a la ambulancia cuando el oxígeno que tenían en casa ya no era suficiente—, no quiero ir, no dejes que me lleven —continuaba con una voz apenas reconocible, tal vez sólo él lo hubiera entendido, esas palabras ininteligibles para los oídos, pero que puedes escuchas en tú cabeza al mirar el movimiento de los labios y esa mirada llena de lágrimas y desesperanza—, quiero morir en mi casa —no importaba el ruido de la ambulancia, los enfermeros en ella dando instrucciones o los claxons en el exterior, sabía lo que su madre había dicho, y se lamentó por ello.
Desafortunadamente no era su casa, era la casa de su tío Guillermo, el hermano de su madre que ahora odiaba a Iván por culparlo de la muerte de su hermanita— es tú culpa, tú la contagiaste—, le gritó entre lágrimas cuando había terminado el funeral —tú la mataste, ella no salía ni a tomar el sol, tú eres el único que salía de esa casa.
Era evidente que saldría un par de veces, alguien debía hacer las compras ¿No? Es necesario comer.
—Cuando termine todo esto, quiero que te vayas, no quiero verte, te odio, te Odio, TE ODIO—, los gritos entre lágrimas se habían convertido en un chillido de ira que estaban al borde de un ataque psicótico, después de todo, eran los últimos en el velorio, nadie diría nada, a nadie le importaría, nadie defendería a Iván, a él nunca lo quiso la familia de su madre, lo culpaban por hacer que deje trunca su carrera como Nutrióloga, él no pidió nacer, nadie decide cómo nacer, y mucho menos nadie desea arruinarle la vida a quien te la ha dado.
Nunca recibió una disculpa de su tío, al menos en lo que va del año no la ha recibido, le hubiera gustado recibirla, era lo más parecido a una figura paterna que tenía, en ese momento no sólo se culpo, deseo no haber nacido y fantaseaba con saber cómo sería la vida de su madre como Nutrióloga ¿Sería delgada y atractiva incluso para personas aún más jóven que él? ¿Tendría esposo? ¿Tendría su propia casa? o ¿Viviría en la casa de un apuesto y adinerado hombre? ¿Tendría otros hijos? ¿Alguno se hubiera llamado Iván? ¿Sería feliz? ¿Sería más feliz de lo que decía que era con él? ¿Estaría viva?
Preguntas que nunca serían respondidas, un abismo de incertidumbre que lo único que generaba en él era aún más ansiedad, misma que se mantenía desde el 2009 y que para el 2012 ya era depresión leve para finalmente convertirse en moderada ese enero del 2021.
—Maldita sea, ya un año y me sigo hiperventilando— la neumóloga le había dicho en junio del año pasado que esos suspiros eran secuelas que tal vez nunca se quitarían, sus pulmones no serían los mismos.
¿Quién tendría razón? La neumóloga al decir que son secuelas, o su nuevo psicólogo que le dijo que era la ansiedad manifestándose; por lo que debía cambiar su estilo de vida. Y ¿Si ambos tienen razón?