CAPÍTULO 13

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POV MARÍA JOSÉ



Siempre había pensado de mí misma que era una persona segura. De dónde me venía la seguridad, no lo sé. Seguramente de mi madre, de la que había heredado casi todo, especialmente las cosas malas.

Si me hubiera parecido más a mi padre probablemente tendría una visión de la vida más bonita, más fácil.

Hay aspectos que una hereda de los que no se da cuenta. 

Alguien me había repetido una infinidad de veces a lo largo de mi niñez que yo era muy guapa, muy buena, y muy lista. Pero en esos momentos no me sentía no tan guapa ni tan buena, y a ratos me sentía hasta tonta, así que deduje que lo de mi seguridad muchas veces era más bien una fachada.

En realidad, yo les tenía miedo a muchas cosas.

La primera ves que sufrí una crisis de ansiedad tendría unos veinte años. Quien haya sufrido alguna vez de ataque de pánico reconocerá los síntomas; la falta de aire, el mareo, la sensación de perder el control y el miedo a morir. Nunca supe del todo por qué me pasó, pero claramente había algo que no estaba bien en mí. Mi necesidad de tenerlo todo bajo control, o quizás eso vino luego. ¿Qué iba antes, el huevo o la gallina? Con la ansiedad me pasaba algo parecido.

Con los años aprendí a controlarla, y cada vez me costaba más llegar a ese punto de no retorno en el que me sentía totalmente desamparada. Los miedos los seguía teniendo: a la soledad, a sufrir un cáncer y morir prematuramente, o a que algún familiar enfermara. 

A los accidentes de tráficos les tenía pánico desde pequeño, creo que porque unas Navidades la madre de un vecino se mató con el coche cuando fue a comprarle pilas para sus nuevos regalos.

Mis miedo nunca eran realmente tangibles ni especiales. Eran miedos que podría tener cualquier hijo de vecino, solo que a mí me perturbaban de una forma que llegaban a condicionar mi forma de actuar, siempre precavida, siempre organizada. Lo curioso era que luego todo el mundo pensara que yo era persona tan segura. Dependerá, está claro, de qué actitudes te pueden parecer una evidencia de seguridad, o qué consideras que es una demostración de valentía. La impulsividad en determinados momentos, o el temple ante otras situaciones.

La verdad es que yo nunca creí que no fuera digna de ser amada, o que no tuviera capacidades para triunfar en el mundo profesional. De esa seguridad me sobraba. No me incomodaba tratar con la gente porque asumía que, como yo, hasta aquella persona que pudiera parecer más cabal, o más fuerte, tendría si talón de Aquiles. Así que yo solo era una más en este mundo, igual de apta que cualquiera, o igual de inepta.

Paradójicamente, cuando empecé a visitar a mi psicóloga y a hablarle de la ansiedad, aprendí que muchas personas que también la sufrían eran parecidas a mí, controladoras compulsivas, aunque emocionalmente fuertes en otros aspectos. No me daba vergüenza admitir que tenía un pequeño defecto mental, y viendo cómo eran mis progenitores, tampoco me resultaba tan sorprendente. Por eso sabía que toda mi paranoia debía haberla heredado de mi madre, porque mi hermana Valentina, que era igualita a mi padre, no había tenido ansiedad en su vida. Ni siquiera recuerdo haberla visto triste nunca. Y ella sí que era una persona insegura.

De hecho, un trío habría sido algo más propio de mi hermana que de mí. Ella podría haberse tirado a cualquiera, en cualquier momento, sin darle cuatro vueltas previas a las posibles consecuencias.

Yo antes de que me diera la ansiedad me comportaba un poco más como Valentina, pero en este caso parecía que me hubiera convertido en una mezcla entre quien yo era antes, y quien era ahora. Estaba jugando con mis propios límites, y sabía que eso podría pasarme factura.

La mitad del tiempo me la pasaba queriendo averiguar qué podría pasar y la otra mitad pensando en el daño que podría hacerme, en lo mal que podría salir, en la posibilidad de que esto acabara con mi relación con Calle y yo terminara sola, muerta de pena y postrada en una cama de la que no tendría fuerzas para levantarme nunca más. Cuando le decía estas cosas a mi psicóloga ella siempre dejaba entrever un principio de risa, como una leve carcajada, y eso me hacía sentir mejor. Yo sabía que eran ridículas las historias que me montaba en mi cabeza, pero cuando me daba por ahí, me resultaba imposible evitarlo.

De Laura me gustaba que estaba loca. Cuando era más joven siempre me había gustado las mujeres que estaban un poco locas. Más tarde, con la ansiedad, me di cuenta de que no sería capaz de tolerar a nadie con un nivel de inestabilidad mental más alto que el mío y, por suerte-la mayor suerte de mi vida-, conocí a Calle, que es la persona más equilibrada que he conocido jamás.

No tenía intenciones de complicarme la vida nunca más con dramas absurdos, no pretendía volver a jugar al gato y al ratón con nadie, y no necesitaba en absoluto que alguien alterara la paz de la que ahora disfrutaba. Pero en Laura reconocí ese tipo de locura de la que te enganchas fácilmente, un poco adolescente, un poco tóxica, y en parte se me antojaba probar a revivir algo así en este escenario, que era, sin duda, diferente-no sé si inocente-, pues no tendría que enfrentarme a ella y su locura yo sola; esta vez lo podría hacer acompañada, desde esa seguridad que Calle me ofrecía.

Cuando la llamé lo hice porque quería hacerlo y también porque mi psicóloga me dijo que no le parecía tan raro que quisiera hacerlo.

Me lo tomé como un >vistiplau<, que diría mi novia. Lo iba a hacer igualmente, seguro, porque cuando se me metía algo entre ceja y ceja raramente era capaz de dejarlo pasar, de sopesarlo y valorar bien los pros y contras. Laura me hacía sacar mi yo más primario, aquel que había luchado tanto por enterrar durante muchos años.

Siempre me había puesto de los nervios aquellos pseudoguías espirituales que repetían por todas partes que una debía salir de su zona de confort para que le pasen cosas buenas. Una estupidez. Mi zona de confort me había costado mucho tiempo y esfuerzos construirla, con qué propósito tendría yo ahora que intentar salir de ella, ¿para sentirme satisfecha conmigo misma? ¿Quién en su sano juicio haría algo así? El caso es que Laura tiraba de mí desde fuera de esa maldita zona con una especie de cordón invisible que me resultaba imposible cortar.

- ¿La quieres llamar porque estás preocupada por cómo estará, o para controlarla?

Esa pregunta debía ser clave, pues fue la única que me hizo al respecto.

- Para controlarla seguro que no -contesté. Yo nunca había controlado a Calle, en ningún aspecto de su vida, así que no iba a hacer lo mismo con Laura-, pero quizás para asumir el control de la situación.

- ¿Por qué deberías asumirlo tú, si somos tres personas en esto?

- Porque Daniela no lo va a hacer, y a Laura no la conozco tanto.

- Quizás la situación no requiera tanto control, ¿no? O quizás ni Daniela ni Laura necesitan que estés controlada. Si lo quieres hacer por ti, entonces está bien.

Claro que lo quería hacer por mí. Necesitaba saber qué estaba pasando realmente, qué pensaba Laura, si eso se había acabado de verdad, o si debía vivir esperando a que un día nos llamara y nos pusiera la vida bocarriba otra vez.

Se me juntaba la necesidad de tener todo bajo control con otro de mis grandes defectos: la impaciencia. Generalmente, cuando quería algo, lo quería ya. Me costaba muchos esperar el curso natural de las cosas, y odiaba no tener toda la información. El desconocimiento me hacía sentir inestable y ansiosa y esa era una sensación que detestaba.

Quedé con mi psicóloga en que, al menos, sopesaría mis opciones durante un par de días. Solo tenía dos, en realidad. Podía dejarlo y pasar y pretender que podía seguir con mi vida así, que la olvidaría en unas semanas y que sería un recuerdo divertido que comentar con nuestras amigas, o podía enfrentarme a ello, forzarlo y, al menos, o tener la certeza de que ya se había acabado o conseguir que Laura no se alejara.

Ahí yo ya sabía que podría enamorarme de ella. A Calle no se lo dije, para no asustarla y porque una parte de mí no quería que fuera del todo real. Además, necesitaba jugar con esa ventaja. Si Calle sabía que yo había sentido cosas por Laura, que me planteaba la opción de que volviera a suceder algo, de dejarme ir, entonces quizás ella también se dejaba ir. Y si Calle se dejaba ir ya no habría marcha atrás, porque ella era mucho más cerebral que yo, y si daba ese paso lo daría de verdad. Yo era más volátil, tenía altibajos, podía estar un día muy in y al siguiente totalmente out, pero no era peligrosa. Y todavía no estaba preparada para saber si Calle se permitiría enamorarse de alguien que no fuera yo. Preferiría pensar que para ella no había sido nada, que Laura le gustaba, pero que ya está.









Tú y Tú y Yo [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora