CAPÍTULO 24

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POV LAURA



Cuando me fui de NY no lo hice huyendo. O eso pensaba yo. La intención en un principio era volver. Elegí Barcelona para expandir el proyecto porque la había visitado cuando era más joven y me había enamorado de ella. Quizás tendría que haberme dado cuenta entonces de que me gustaba más la ciudad que mi novio. A Alex lo quería de otra manera. Habíamos estados juntos desde que éramos adolescentes y entre medias yo había conocido a Emma, de la que sí me había enamorado tanto como de la ciudad. Pero Alex había estado entrando en mi casa toda la vida y Emma no quería salir del armario. De hecho, ni siquiera creo que quisiera se lesbiana. O peor aún, ni siquiera creo que me quisiera. Me rompió el corazón tantas veces que Alex era el único que me ayudaba a recomponerlo. Abandonarlo sin motivo me parecía más cruel que dejar que el tiempo pasara, que mudarme lejos, que esperar a que la distancia hiciera de las suyas. A pesar de todo, hay muchas maneras de amar y yo a Alex lo quería. Mal, pero lo quería.

Quizás nunca había aprendido a querer bien. Mis referencias en el amor eran complicadas. Mis padres se habían divorciado cuando yo era muy pequeña y apenas podían ni verse, y mi madre estaba convencida de que una mujer debía hacerse valer, sea lo que fuera que significada eso. Generalmente, siempre que había conocido a alguien en los intervalos en los que Alex y yo nos dábamos un espacio, o una tregua, terminaba alejándome. A veces porque algo de la persona no me terminaba de encajar, o a veces ni yo misma lo sé. Puede que el miedo a sufrir tanto como había visto hacerlo a mi madre me impidiera dejarme llevar, o puede que ella, sin pretenderlo, hubiera creado en mí una visión de lo que era enamorarse un tanto contradictoria. 

Nunca darle todo, nunca darte del todo, nunca dejarte ir hasta el punto en que pudieran hacerte daño, y esto se traducía en una  complicada dinámica en la que yo esperaba mucho, sin dar demasiado. Todo eso, unido a la fantasía de que siempre hay un amor que te pone la vida patas arriba, del que no puedes escapar, me había mantenido muchos años de mi juventud confundida acerca de lo que debería esperar de una relación, o de un amante. Me daba miedo enamorarme, supongo, pero también me daba mucho miedo no hacerlo nunca.

Cuando conocí a Daniela y a María José tuve mis reservas. Un trío me parecía demasiado fuera de lugar. Yo no había hecho un  trío jamás, y pensaba morirme sin hacer uno. No tenía ninguna intención de probarlo, pero ellas eran especiales, demasiado. Pensé que por qué no, a lo mejor podía relajarme y simplemente disfrutar de algo que, a priori, no debería hacerme daño. Porque era imposible que aquello me hiciera daño si todas sabíamos cuál era nuestro rol en la trama.

Yo tenía que ser la tercera, la artista invitada, y al principio me parecía estupendo. Dos personas que ya se conocían a la perfección, que eran atractiva y que estaban totalmente volcadas en mí cuando estábamos juntas. Pero muy pronto el ego que había heredado de mi madre empezó a jugarme malas pasadas. Yo sabía que era la tercera, pero no me parecía justo que fuera tan evidente que era la tercera.

No era tan solo que en sus planes no entrara tener sexo por separado, es que ni siquiera podría tomarme una copa de vino con una de ellas, a solas. Daniela y María José lo hacían todo juntas, vivían y trabajaban juntas, compartían a sus amigas y todo su tiempo. No eran una pareja de dos personas independientes que hubiera decidido abrir si relación, ellas dos eran como una única persona.

Al principio no pensaba mucho en todo eso. Me atraían las dos, me atraía la situación y me atraía el combo que formaban. Pero si las reglas eran esas, aquello no podía ir más allá, las emociones no debían ir más allá y tampoco teníamos por qué pretender conectar de la otra manera, fuera de la cuestión física. Mi sitio en realidad no era Barcelona, en un trío, con una pareja de tantísimo tiempo donde no había casi hueco para mí. Me merecía conocer a alguien, a una única persona con la que emprender un camino similar  al que ellas recorrían. No debía vivir para quedarme con sus migajas, con lo poco que quisieran darme. Me merecía algo más.

Esa tarde en el puesto de la playa, noté que me asfixiaba. Estaba sintiendo cosas que me había prometido a mí misma que no iba a sentir.

Es difícil explicar cómo se puede llegar a tener sentimientos por dos personas al mismo tiempo, o cómo puedes llegar a estar tan confusa que no sabes distinguir qué es lo que te gusta de una o de otra, porque casi las ves como un pack. Quizás Daniela y María José me habrían gustado igual por separado, pero como no era el caso, ni era la situación, nunca lo sabría. Puede ser que no me hubiera gustado ninguna de las dos, pero juntas sí que me gustaban, más de lo que había esperado que me llegaran a gustar, y más de lo que hubiera deseado.

Desde que llegué a España yo había quedado con más chicas, y cuando las conocí no tenía previsto dejar de hacerlo. Aún no lo sabían todo de mí y pensé que tampoco tenía sentido que me abriera del todo de golpe. El amor solo dura mientras dura el misterio, ¿no? pero solo me gustaban ellas, por más que me empeñaba en que no fuera así y eso me ahogaba. No tenía idea de qué me estaba pasando, si quería seguir conociéndolas manteniendo la libertad de poder conocer a otras personas, si quería soñar con la posibilidad de que aquello se transformara en una relación de verdad, o las dos cosas a a la vez, porque tampoco entendía por qué debía renunciar a una de las dos. Siempre blanco o negro, con ellas no había escala de grises.

La chica con la que Daniela me vio besarme nunca iba a significar nada, por mucho que me lo propusiera y eso me fastidiaba a otro nivel, porque esa chica lo tenía todo para que cualquiera hubiera perdido la razón por ella. Cualquiera menos yo, que había preferido embarcarme en el barco sin rumbo de un trío sentimental. Y daba igual el trío, en realidad, porque ella se mostraban tan disponible que no me despertaba el interés. Esto también debí haberlo sacado de mi madre y su relación con mi padre, tendía a atascarme en todas aquellas historias que parecían imposibles. Como Emma. O como Daniela y María José. Lo único sensato que había hecho hasta entonces fue dejar a mi novio y probablemente me atreví a dar ese paso porque ellas y su relación, al vivirla desde dentro, me habían servido de referentes para conocer cómo se querían dos personas bien. Lo que Alex y yo nos estábamos haciendo era cualquier cosa menos sano. O peor aún, nos éramos indiferentes, ni siquiera lo que el otro pudiera andar haciendo nos quitaba el sueño.

Me sentía un poco idiota, también. Esa chica, con la que me había reunido un par de veces, me iba detrás y se había vuelto prácticamente invisible para mí porque en mi cabeza solo tenía a esas dos. Y, encima, les resultaba más insultante que me hubiera besado con ella que cualquier otra cosa, más que siguiera teniendo un novio, con el que,  por cierto, me había acostado en la última escapada a NY. Esto ellas no lo habían, porque sobre él ni me preguntaron.

Era como si les diera igual, como si tuviera clarísimo que Alex no pintaba nada en esta historia, pero ella sí, porque era una mujer. O porque era nueva en la ecuación y creerían que representaba un peligro real. Y yo dándoles explicaciones, como si tuviera que hacerlo, como si aquello fuera una relación monógama de un millón de años.

Esa tarde, cuando volvimos de la ciudad y me dejaron en mi casa, decidí que ya estaba bien. ¿Para qué las había llamado? En realidad, yo no me merecía ese numerito el día de mi cumpleaños. Y, fuck, esa noche ,me había encantado tanto haberme acostado solo con una de ellas que me di cuenta que quería más. No podía dejarme llevar, tal y como había decidido que haría. Cada vez me sentía más vulnerable en esa situación y la única forma que yo concebía de protección era alejándome, no permitiéndome seguir sintiendo más cosas por ellas.

Así que eso hice, o eso intenté. Volví a quedar con esa chica. No me honra, supongo, pero necesitaba darle una oportunidad, o darme la oportunidad a mí misma. Quizás si tenía un poco más de paciencia me terminaría gustando, pero a veces un clavo no saca otro clavo, sino que te lo incrusta más dentro. Supe que sería un error intentarlo de esa manera, porque las comparaciones siempre serían odiosas mientras las tuviera tan presente. Le di mil vueltas a la cabeza, y cuando más vueltas le daba. Salí y bebí más de la cuenta. Les pedí espacio. Desaparecí varios días. Y cuando empezaba a sentir que estaba desconectado por fin, que podría sobrevivir a ese desastre emocional, me escribieron. 

Tú y Tú y Yo [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora