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Es increíble lo mucho que puede cambiar la vida de una persona por un detalle tan pequeño. Por años, Kyojuro ha tomado el mismo camino de vuelta a casa y nada extraordinario había ocurrido hasta que un policía de tránsito le hizo saber con señas que la calle no era transitable.

Ese pequeño desperfecto en su rutina lo llevó a tomar un nuevo camino, esa nueva ruta lo llevó a calles angostas con muchos semáforos y esos benditos semáforos lo hicieron detenerse junto a una panadería gigante que desprendía un aroma tan delicioso que su estómago gritó por cientos de panes.

Pensó que, ya que su rutina estaba rota, podría tomar más tiempo para comprar algo calientito, quizá incluso quedarse ahí a comer mientras planeaba su siguiente actividad para las clases. Es apenas la primera semana del ciclo escolar pero nunca es bueno dejar algo para después.

Estacionó tan cerca como pudo para entrar al gran local. El ambiente era tan acogedor que definitivamente se quedaría ahí en alguna mesa. Sus ojos brillaron mucho más que el cristal de los mostradores llenos de panes y pastelillos que despertaron aún más su apetito.

Su gran concentración en las delicias frente a él no le permitieron ver que un pelirrojo se escondió con pánico en cuanto lo reconoció, su corazón bombeaba aceleradamente al ver de nuevo, y después de mucho tiempo, a su amor platónico de la escuela.

La campanilla en el mostrador le dijo que era hora de salir y simular que sus piernas aún pueden cargarlo. Salió de debajo del mostrador con la sonrisa más grande que tenía aunque intentó disimular que se moría de alegría por ver de nuevo a quien fue su maestro de historia.

—¡Señor Rengoku, bienvenido!–.

El pan se fue al carajo, de hecho todo en lo que antes Kyojuro estuvo pensando se fue muy lejos en el momento en que el pelirrojo lo saludó. Lo recuerda muy bien, es el joven que siempre se sentó frente a él en cada clase por tres años, su chico preferido y por excelencia.

¿Pero qué le pasó? ¿Siempre fue así? No recuerda que antes el chico le robara el aliento y al parecer la inteligencia. ¿Algo pasó en esos años que le hizo adquirir un atractivo tan abrumador o qué pasó ahí?

Se quedó pasmado, sin parpadear por tanto tiempo que el joven Kamado se preocupó.

—Oiga ¿Se encuentra bien?–.

—¡Mejor que nunca!– Tanjiro extrañaba esos gritos tan energéticos, no le importó que hasta los clientes más lejanos los miraran.

—Me alegra mucho volver a verlo–.

—¡Y a mí, joven Kamado! ¡Se ve delicioso!– sí, se le fue la inteligencia.

—¿Cómo?–.

—EL PAN–.

Kyojuro se volvió a congelar, esta vez por el pánico porque no supo qué más decir para defender su imagen, quería hacerse bolita en un hoyo y quedarse ahí hasta que se le pasara la vergüenza.

—Bueno ¿Cuál quiere probar? Le aseguro que en efecto todos están deliciosos–.

—Quiero uno de cada uno–.

—¿¡Qué, en serio!?–.

—SI, todos se ven tan bien que no puedo escoger sólo uno– la realidad es que se le olvidó el que había escogido y por alguna razón no podía dejar de ver al chico.

—Dígame ¿Comerá aquí? Será un placer atenderlo–.

—¿Se sentaría conmigo?– las descuidadas palabras del mayor hicieron subir el rubor en ambos.

—S-si lo desea... venga, por aquí hay una mesa libre–.

Esa tarde Kyojuro no adelantó en lo mínimo la planeación de sus clases, el lugar se mantuvo ambientado por sus gritos y todas las meseras se preguntaron desde cuándo se atiende de esa forma a los clientes al ver que Tanjiro no dejó solo al rubio más que las muchas veces en que le llevó más panes o algo para beber.

Posiblemente padreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora