NO APTO PARA TÍMIDAS
Breves historias y one-shots eróticos con tu Dios de las Mentiras.
Algunos serán románticos pero otros serán muy muy perversos.
Todos los protagonistas que tienen sexo son mayores de edad.
Todas las historias y one-shots son or...
Observé con gran tristeza e impotencia como la carreta se llevaba el cuerpo de mi madre hasta que las lágrimas que comenzaron a brotar de mis ojos me impidieron ver más. En la calle se escuchaban varios sollozos, esposos que habían perdido a sus mujeres y viceversa; niños que habían perdido a uno de sus padres, y el más desgarrador de todos, el de unos padres que habían perdido a sus hijos.
Un día también grité y sollocé, pero ya no me quedaban fuerzas, estaba realmente agotada tanto física como mentalmente, así que volví a entrar en mi casa donde sólo quedaba yo.
Un año atrás habíamos sido una familia feliz, vivíamos bien, éramos una familia de clase media y no nos faltaba de nada, mi padre era guardia y mi madre era una de las modistas de la reina Victoria, ella nos enseñó a mi hermana y a mí a coser y a confeccionar ya que en un futuro quería que ocupáramos su lugar, así que desde muy pequeña sé como se enhebra una aguja y como dar puntadas precisas, tanto a mano como a máquina, cada vez que veo un vestido que me gusta sólo tengo que fijarme en el patronaje y diseñarlo a mi manera, aunque la mayoría de las veces sólo se queda en proyectos. Gracias a esos conocimientos pude entrar a trabajar en un taller de costura y ganar dinero por mi cuenta.
Todo nos iba bien hasta que llegó la epidemia de cólera que primero se llevó a mi padre, luego a mi hermana mayor y, por último, a mi madre. Cuando los tres enfermaron sólo podía pensar en que yo sería la siguiente, pero al destino a veces le gusta jugar y yo no me contagié, a pesar de que les había cuidado, lavado sus ropas, dado de comer...
El taller de costura donde trabajaba estaba ahora clausurado por la epidemia, aún tenía dinero, y eso que la mayoría de nuestros ahorros se gastaron en médicos y medicinas que resultaron ser inútiles, pero ese dinero no tardaría en irse así que debía pensar en cómo salir adelante y decidí ir al lugar donde trabajaba mi madre para ver si podían darme su puesto.
Me puse mi mejor vestido, uno que fabriqué yo misma con telas sobrantes del taller, y me dirigí al taller del Palacio Real.
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Pero los guardias me impidieron la entrada a pesar de que conocían a mi madre, no les era indiferente la causa de su muerte y, ante el temor de que pudiera estar infectada, me impidieron el paso.
Estaba volviendo tras mis pasos cuando un lujoso carruaje paró delante de mí y de él bajó un hombre de mediana edad. Le conocía, era un Duque cuya fama no era muy buena, se decía que había renunciado al anglicalismo por las prácticas esotéricas y, al parecer, su territorio estaba siendo devastado por la epidemia, quizás como castigo.
Ya iba a irme cuando este hombre me llamó.
—Eh, muchacha, ven un momento —me dijo, y yo me di la vuelta sin atreverme a mirarle a la cara—. ¿Trabajas aquí?
—No, Señor —le contesté.
—¿Trabajas en algún lugar?
—En un taller de costura, Señor —le oculté el detalle de que el taller no seguía funcionando, quería irme de allí lo antes posible.