-¿Voy a tener problemas? -preguntó Connie. Seguía al doctor Brock por el camino costero, descendiendo en fila india entrehierbas, zarzas y arbustos espinosos húmedos de rocío. El aire olía a barro rico enhumus con un toque de salitre. -¿Por habernos sorprendido como lo has hecho? Sí, vas a tener problemas -gritópor encima del hombro-. Seguro que tu tía tendrá algo que decirte sobre el asuntocuando llegues a casa. Pero por visitar a las sirenas... -el doctor Brock hizo unapausa para limpiarse las gafas con un pañuelo de seda-. No. Por eso, no vas a tenerproblemas. Ha sido un gesto muy valiente, aunque peligroso, pero ése es el espíritude un verdadero compañero. Tenías que cumplir con tu destino y descubrir que, enrealidad, eres una compañera de las sirenas. -Pero si no lo soy -replicó Connie. -¿No? -El doctor Brock volvió a ponerse las gafas y la miró con curiosidad-.¡Pues claro que lo eres, si no, no estarías aquí! -No... Ellas me han dicho que no soy su compañera... O al menos no sólo suya.Soy lo que se denomina una compañera universal. El doctor Brock se tambaleó ligeramente, como si Connie le hubiera dado unpuñetazo. -¿Esas fueron exactamente sus palabras? -preguntó el hombre. Ella asintió. Eldoctor Brock se rascó la frente como si tratara de reordenar las ideas colocándolasfísicamente en su sitio-. Bueno, eso explica por qué Argot te ha hecho unareverencia con la cabeza. Me había extrañado -dijo pensativo-. ¡Es una noticiaextraordinaria! ¿Sabes cuántos compañeros universales hay actualmente, Connie? -No. ¿Cuántos? -Uno. Y yo estoy a su lado. No ha aparecido ningún nuevo compañero universaldesde hace casi un siglo. Y en las islas Británicas hace aproximadamente una décadaque no teníamos ninguno: desde que falleció Reginald Cony. Estoy casi seguro deque el último del mundo murió el año pasado a una edad muy avanzada, en Argentina. Muchos miembros de la Sociedad empezaban a pensar que el donuniversal había muerto con la desaparición de la última gran especie mítica. »Es un don muy especial, Connie, pero acarrea problemas y responsabilidades -añadió el doctor Brock, sobriamente. Reemprendió la marcha, buscando, sin duda,más tiempo para asimilar la noticia antes de decir algo más. Aprovechando el silencio, Connie consideró las últimas palabras del doctor. Noentendía toda esa charla sobre las criaturas míticas. De hecho, había dejado deentenderlo todo cuando se había dado cuenta de que, de repente, el mundo estabahabitado por sirenas y dragones. Al llegar a una cerca, el doctor Brock se detuvo ante la escalera de madera quepermitía pasar al otro lado, sacó el termo de la mochila y sirvió dos tazas de té. -Creo que es el momento de romper el ayuno. Cabalgar a lomos de un dragónabre la sed y no creo que las sirenas fueran demasiado generosas ofreciendotentempiés... -se sentó sobre la escalera y dio una galleta a la niña para acompañarel té-. Y creo que yo también te debo una explicación -dio unas palmaditas sobrela barra de madera, invitándola a sentarse a su lado. »Creo que no nos hemos presentado como es debido. Soy Francis Brock. Como yadebes de suponer, tu tía y yo somos miembros de la Sociedad para la Protección delas Criaturas Míticas. Es una antigua fundación creada para proteger a estas criaturasy evitar su extinción. Connie lo miraba inquisidoramente. -¿Míticas? Pero ¿eso no significa que no existen? El hombre se rió. -Exactamente. Eso es lo que se supone que debes pensar. Parecemos todos locos,¿verdad? Escúchame bien. Al principio, la tarea principal de la Sociedad era evitar lainsensata matanza de criaturas míticas a manos del hombre. Los dragones, porejemplo, habían llegado a las puertas de la extinción por culpa de los jóvenescaballeros de armadura que consideraban un buen deporte cazar incluso a los máspacíficos. En cuanto a los unicornios, los médicos y boticarios llegaron a valorar tantosus cuernos que sólo dejaron un puñado. Hará ya casi un milenio, nuestrosAdministradores fundadores, es decir, la primera compañera universal, la abadesaHildegard, y ocho amigos suyos, decidieron que había que poner punto final aaquello. Había que hacer algo o no sobreviviría ninguna de las grandes especies. Asípues, formaron la Sociedad con el objetivo de convencer a la gente para que nocreyera en la existencia de esas criaturas y éstas dejaran de ser el blanco de loscazadores, ya fueran legales o furtivos. Nuestros Administradores emplearondiversos foros, desde el pulpito al mercado del pueblo, para hacer circular la idea deque esas criaturas eran sólo personajes de canciones y leyendas, cuentos para niños. Al fin y al cabo, ¿quién iba a pretender cazar un animal de ese tipo si la gente letachaba de loco sólo por proclamar haberlo visto? Una brillante estrategia, realmente. El hombre le dedicó una amplia sonrisa, que ella no pudo evitar devolverle, apesar de la confusión y las dudas. ¿De verdad había pasado la noche en el nido deuna sirena y había cabalgado a lomos de un dragón? ¿Cómo no iba a creer a eseamable señor que le hablaba de criaturas míticas? -Actualmente, nuestro trabajo se ha vuelto más difícil -continuó el doctorBrock-. Además de mantener el secreto que envuelve a bestias y seres mitológicos,también tenemos que luchar para conservar los últimos lugares donde aún puedensobrevivir. Los humanos se han extendido tanto por toda la Tierra que pocos son yalos espacios inexplorados. La vida para nuestras criaturas se ha convertido en unalarga historia de traiciones y traslados que han ido mermando sus filas. »A pesar de todo, hay algunos puntos positivos. Algunas criaturas pueden existiren plena civilización humana gracias a la increíble capacidad de la gente para nocreer en lo que ven sus ojos, especialmente si no cuadra con el punto de vista racionalde nuestro mundo -al decir esto, sus ojos azules centellearon intensamente tras susgafas de montura dorada. Connie sabía que él percibía sus dudas y lo aferrada que estaba a sus creencias«racionales». Una voz interior habló en favor del doctor: había visto un dragón,desde luego, y lo había montado. ¿Cómo podía explicar eso su sentido común? -Aparte de estos seres, hay muchas criaturas que sólo sobreviven en estadosalvaje. Las sirenas, las criaturas que ahora más nos preocupan, son una de estasespecies. Necesitan parajes costeros inaccesibles -dijo, señalando la parte del mardonde se veían las Chimeneas como negras agujas en el horizonte-, lejos de todaintervención humana, por su propia supervivencia y, debo añadir, por la seguridadde quienes pudieran cruzarse en su camino. Como ves, no todas las criaturas soninofensivas. -Eso sí que me lo creo -afirmó Connie rotunda. Y, recordando los feroces ojosde las hermanas, sus dudas se evaporaron. Aquello había ocurrido, de modo que¿por qué no iba a ser cierto todo eso de la Sociedad? -Normalmente, en estos casos, nosotros aconsejamos a las criaturas que setrasladen, ya que nuestra Sociedad casi no tiene ningún poder para frenar la mareadel desarrollo industrial. Sin embargo, las sirenas no quieren hablar con nosotros. Metemo que sienten que ya han tenido que apartarse bastantes veces de nosotros en elpasado y han decidido tomar una medida más radical por su cuenta. Creo que sabesa qué me refiero. Quieren venganza. Esos pobres hombres son sus primeras víctimas,pero si creen que van a asustar y echar a la compañía Axoil matando a unos cuantosempleados, están muy equivocadas. Hay demasiado dinero en juego: pase lo quepase, la compañía se aferrará a su enclave como una lapa a una roca. Puede que lassirenas no quieran escucharnos, pero tendrán que trasladarse. -Me dijeron que lo dirían -intervino Connie, rompiendo el envoltorio de suchocolatina-. Dicen que la Sociedad está de parte de los humanos. -¡Pues claro que no! -exclamó el doctor Brock, indignado-. ¡Estáncompletamente equivocadas si piensan eso de nosotros! -También dicen que va a venir alguien y han planeado hundir un barco. -¿Un petrolero? Así que eso se proponen. Sospechaba que se estaba cociendoalgo gordo, pero no estaba seguro. Sin embargo, se equivocan si creen que con esolograrán algo. Yo quiero Axoil lejos de aquí tanto como ellas, pero sé que el accidentese contabilizaría como un desastre fortuito y que seguirían viniendo barcos. ¿Ycuántos accidentes habría hasta que descubrieran a las sirenas? De hecho, ¿quéquedaría en estas costas después de uno solo de esos «accidentes»? ¿Cuántosanimales y personas tendrían que morir? -No lo sé -confesó Connie. Empezaba a sentirse bastante impotente con todo loque escuchaba-. Pero dicen que es la guerra. Están esperando a alguien que llegaráen invierno. Parece que consideran a Kullervo su líder. -¡Kullervo! -exclamó el doctor Brock; agitó una mano espasmódicamente,derramando el té sobre sus pantalones de montar a dragón-. ¿Estás segura de eso? Connie se encogió de hombros. -Eso han dicho. El doctor Brock se quedó mudo, ni siquiera se secó el té, que chorreaba por lapernera de su pantalón sobre la hierba. -Entonces -dijo por fin, sacudiendo la cabeza-, los rumores que llegan delnorte son ciertos. He oído decir que algunos dragones lo han visitado y también unoscuantos gigantes del tiempo. Probablemente también hayan ido a verlo otros. Pero noquería creerlo. -Pero ¿quién es? ¿Es una sirena? -preguntó Connie, cada vez más asustada porla profunda inquietud del hombre. -Es una buena pregunta. No, no es una sirena, pero ninguno de nosotros está deltodo seguro de lo que es porque nadie de nuestro lado ha sobrevivido a un encuentrocon él. Vive, o quizá debería decir, tiene sus raíces en Finlandia. Sabemos que es unser mitológico, un espíritu maléfico que cada vez se hace más fuerte alimentándosedel desequilibrio medioambiental que nosotros, los humanos, hemos provocado en laTierra. Algunos dicen que es un chamán, un ser que puede comunicarse con todas lascriaturas... Igual que tú, cielo. -¿Es un compañero universal? -Oh, no -el doctor Brock rió amargamente-. Universal puede ser, pero lo decompañero queda muy lejos de sus ambiciones. Creo que es más bien como untorbellino o un agujero negro que absorbe inexorablemente en sus maléficos planes a todo aquel que se aventura a acercarse. Cuando una criatura toma su camino esprácticamente imposible hacerla regresar. Queda tan atrapada, tan a merced de susmentiras, que todos los humanos son ya el enemigo, el opresor. Es una tragedia quelas sirenas crean que están escogiendo la libertad para actuar sin restricciones,cuando en realidad están escogiendo el cautiverio. Seguramente creen que él sirve asu causa, pero cuando las haya amarrado bien, acabarán siendo sus esclavas. A élsólo le interesan si se unen a su objetivo. -¿Su objetivo? -La erradicación de la humanidad. Connie se tambaleó, como si acabara de recibir un puñetazo en el estómago. Sumente no podía asimilar lo que acababa de oír. -Pero, ellas dicen que ha sido la Sociedad la que las ha gobernado desde hacedemasiado tiempo y que él las está ayudando. -Nuestras reglas, Connie, no son nada al lado de su yugo de acero. Nosotrostenemos normas, leyes que defienden la coexistencia pacífica siempre que seaposible. Por eso nos desprecian las sirenas. Desde que fueron creadas, su elemento hasido el caos. Lo que quizá deberíamos plantearnos es que puede que hayanreprimido esos instintos durante demasiado tiempo. -No se moverán: de eso, estoy segura. Tenemos que encontrar otra forma desalvarlas -dijo Connie, con convicción. -Ya me gustaría, pero la Sociedad no puede sacarse soluciones de la manga comoel mago que saca conejos de su chistera. Durante años, he tenido que ver cómo misdragones se retiraban una y otra vez. En alguna ocasión, también yo he sentido latentación de aconsejarles una resistencia violenta, como hace siempre Kullervo, perome ha retenido el convencimiento de que eso sólo traería más sufrimiento y el fin delas criaturas a las que quiero proteger. Si los dragones dejaran de estar tras la sombraprotectora del mito, ¿crees que tardarían mucho en darles caza hasta extinguirlos?Tal vez conservaran unos cuantos, como curiosidades enjauladas en un zoológico,pero no por mucho tiempo: los dragones no sobreviven tras las rejas. El doctor Brock vaciló, mirando fijamente el poso de la taza en busca deinspiración. -Creo que es hora de que la Sociedad abra los ojos a la amenaza de Kullervo -elhombre la miró con los ojos azules ensombrecidos por las noticias que ella le habíahecho llegar-. Cada vez tiene más adeptos: está reuniendo en sus filas tales fuerzasque, si se liberaran incontroladamente, podrían devastar continentes enteros. Losgigantes del tiempo ya han hecho mucho daño. ¿Dices que vendrá en invierno? -Sí, y dicen las sirenas que yo tengo que reunirme con él. Ha oído hablar de mí. Connie creyó haber visto un destello de pánico cruzando el rostro del doctorBrock, pero el hombre se las compuso como pudo para ofrecerle una sonrisatranquilizadora. -Entonces, tendremos que estar preparados para su llegada -dijo con decisión-. Pero prométeme que no aceptarás reunirte con él voluntariamente. No conozco anadie que haya sobrevivido a un encuentro con él. -Yo no quiero reunirme con él -aseguró Connie-. ¿Quién iba a querer, si es tanterrible como dice? -Buena chica -y, cargándose la mochila a la espalda, añadió-: Ah, y eso de queeres una compañera universal... Yo de momento me lo guardaría. Deja que, porahora, los demás piensen que eres una compañera de las sirenas. Yo escribiré unacarta a los Administradores de la Sociedad. Ha quedado claro que Ivor Coddringtonfue mucho más que incompetente cuando te examinó, pero, aun así, será unobstáculo difícil de salvar si queremos que ingreses en el programa Orfeo de laSociedad. -¿El programa Orfeo? -Tu entrenamiento. Es mucho lo que aún no sabes sobre esto de ser compañerode las criaturas: tienes que aprender muchas cosas de ellas, y de nosotros. Comocompañera universal, diría que tendrás un buen faenón.
******************
Col no vio a Connie hasta el martes, ya que su tía había insistido en que la niña sequedara en casa descansando de su ordalía particular. Estaba intrigado por sabercómo se las había apañado su tímida compañera de clase con unas criaturas tanviolentas como las sirenas. Seguía pareciéndole increíble que no se la hubieranzampado. No podía esperar más, así que la asaltó en el recreo. -Connie, ¿estás bien? -le preguntó camino de la mesita de picnic del otro ladodel patio, ignorando las llamadas de sus amigos para unirse al partido de fútbol. -Sí... Creo que sí -parecía un tanto descentrada y lo miraba con una expresiónrara en los ojos. No era de extrañar: a menudo, los que acababan de ingresar a laSociedad necesitaban unas semanas para acostumbrarse a ver el mundo tal como es. -¿Qué ocurrió? -Col echó un vistazo nervioso por encima del hombro paracomprobar que nadie pudiera escucharles. Justin estaba concentrado en chutar a laportería y ya no le vigilaba. -Fue bien. Hablaba como si cada palabra fuera un esfuerzo. Aún se estaba adaptando a lanoticia de su don, un don extraordinario que la alejaba del resto de la gente. Estaba acostumbrada a ser diferente, pero ahora que le habían explicado la razón de surareza tenía la sensación de que su vida había cambiado irremediablemente. Saberque era una universal definiría sus acciones y su futuro. Era tan emocionante...Deseaba compartir la noticia con Col y pedirle consejo, pero recordó a tiempo que eldoctor Brock le había pedido que lo mantuviera en secreto. Así pues, describió loocurrido a grandes rasgos. Se guardaría la noticia para otra ocasión y se limitó adecir: -Las sirenas me aceptaron y estuvimos hablando. Luego creo que olvidaron quetenía que volver a casa y el doctor Brock vino a rescatarme con Argot. Col miró fijamente el rostro de Connie, sorprendido de nuevo por el curiosocontraste entre la figura frágil que tenía delante y la extraordinaria aventura quehabía vivido. -¿Qué? ¿Que montaste en un dragón? ¡No sabes lo afortunada que eres! Yo llevoaños esperando mi primer encuentro y ni siquiera había soñado montarme en undragón, ¡y a ti te pasa todo a la vez a las pocas semanas de descubrir la Sociedad! -elentusiasmo de Col la despertó y se rió por primera vez. -Pero también tuve miedo, ¿sabes? -añadió ella para consolarlo. -Eso es lo de menos... ¡Un dragón! ¡Y las sirenas! -Vale, tengo que admitirlo: fue genial -los ojos le brillaban de emoción al revivirla sensación del viaje a lomos del dragón. -Daría lo que fuera por haber hecho lo que hiciste tú el domingo -dijo Col,colocándose el pelo en su sitio y comprobando que nadie los estuviera observando-.Y me alegro de que ahora nos entendamos como es debido. -Y yo -admitió ella, a pesar del pequeño pinchazo de culpabilidad por estarleocultando el resto de la verdad-. ¡Y tú que decías que te había arañado un avemarina enorme! Estaba tan enfadada con todos vosotros... -Tampoco me alejé mucho de la verdad, ¿no? De todos modos, me alegro de queseas de tercer orden, como yo. -¿De tercer orden? -Sin duda le quedaba mucho por aprender de la Sociedad.Había tantas cosas que aún no comprendía... -¿Nadie te lo ha explicado todavía? -preguntó Col. Ella sacudió la cabeza. Élsonrió. Le demostraría cuánto sabía-. Vale, pues será mejor que te lo cuente yo. LaSociedad reconoce tres órdenes -los marcó extendiendo los dedos-. El primero esel de compañero de los animales domésticos, lo que la gente denominaría un amantede los animales. El segundo orden es el de los que tienen un vínculo especial con unaespecie animal: encantadores de serpientes, hombres que susurran a los caballos...Todos ésos pertenecen a este grupo. El tercer orden, sólo para miembros de laSociedad, es el de los compañeros de una criatura mítica en concreto. La mía son los pegasos. La de tu tía son las hadas de la muerte. El doctor Brock, como ya sabes, escompañero de los dragones. -Pero ¿cómo saben cuál es tu especie compañera? -En realidad es muy simple: estudian minuciosamente cualquier vínculo especialcon las criaturas de segundo orden. Se supone que en eso consiste el examen. Sabíanque yo podría estar destinado a los pegasos porque siempre he tenido una afinidadespecial con los caballos. No entiendo por qué tu prueba salió tan mal... No habíaoído de ningún caso anterior. Pero eso me recuerda algo -y enterró la mano en sumochila-. Toma, te he traído esto. Le puso en la mano el regalo que Connie había visto sobre la mesa de la cocina.Rasgó el envoltorio: contenía una copia ilustrada de La Odisea, con la imagen de unhéroe griego amarrado a un mástil, rodeado de sirenas cantando, en la portada. -¿Qué te parece? -dijo Col con una sonrisa-. Más vale que te lo leas si vas a verde nuevo a tus amigas.