-Es demasiado tarde -gimoteó Connie-. Dirigen el petrolero a las rocas yahogarán a todos los tripulantes. Desolados y atormentados por la impotencia, Connie y Col vieron desaparecer aKullervo en la oscuridad. -¡Saludos, Water Sprite! Un grito procedente de popa desvió la atención de ambos hacia asuntos másinmediatos. Había llegado otra embarcación: Evelyn traía al Signor Antonelli,Horace, Jessica y la abuela de Col para ayudar. El viento rugiente y las embestidas delas olas les impedían acercarse demasiado y las orejeras obstaculizabanprácticamente cualquier conversación, pero mientras Connie señalaba a los reciénllegados para que Col los viera, alcanzó a escuchar que ellos también habían visto alas sirenas y a Kullervo partiendo hacia el petrolero. -Tengo una idea que tal vez salve a los marineros -dijo Horace mirando al aguaal tiempo que se despojaba del chaleco salvavidas. Jessica ya había dejado el suyo enel suelo-. Acercad las barcas al petrolero tanto como os atreváis. Necesitaremos unpoco de ayuda. Al ver a Horace y Jessica saltar por uno de los lados de la embarcación ydesaparecer bajo el agua, Connie reprimió un grito. -¡No te preocupes, Connie! -exclamó Col-. Deben de ir por las selkies. Irán alencuentro de sus compañeros. A Connie sólo le sirvió de consuelo a medias. ¿Cómo iban a sobrevivir a lasgélidas aguas tormentosas del canal de Hescombe? ¿Y sus orejeras? ¿Funcionaríanbajo el agua? Col giró el timón y siguió a la Banshee, la embarcación de Evelyn, adentrándosemás en el canal. Ya veían a las sirenas danzando alrededor del barco y, aunquetodavía no podían oírlas, Connie sentía un cosquilleo en la columna que le indicabaque cantaban su canción. Les pareció que las barcas tardaban siglos en cruzar la distancia que las separabadel petrolero. La luna menguante no contribuía a iluminar la oscuridad que reinabaen el mar, y el barco, con su ojo amarillo, contemplaba ajeno, distante, frío ydespreocupado el peligro que le acechaba. La mayor parte de la luz procedía delpetrolero, que se encabritaba y se torcía en aquel mar agitado, y su cubierta, repletade luces, iluminaba la zona en la que acontecía la acción. -Mira, es el Cyclops. Parece que va a la deriva -dijo Col. Tenía razón. El petrolero se había desviado de su rumbo por el centro del canal,donde el agua era más profunda, y se desviaba hacia la orilla. -¿Qué es eso? -preguntó Connie a Col agarrándole el brazo para llamar suatención, mientras señalaba el mar. Entre las crestas de las olas, le pareció ver por un instante una cabeza que se mecíasobre el agua. Entonces se dio cuenta de que había más, decenas de cuerposminúsculos que se debatían en el mar. -La tripulación ha saltado por la borda -dijo Col en tono lúgubre-. El canto hahecho su efecto -añadió, y dirigió la Water Sprite hacia los marineros con laesperanza de lograr sacar a algunos del agua antes de que se hundieran y quedaranfuera de su alcance-. No lo conseguiremos -se lamentó. La cabeza más cercanadesapareció bajo una ola y el marinero agitó los brazos desesperadamente hastalograr reaparecer en la superficie-. ¡Vamos! ¡Más rápido! -exclamó alentando a labarca. Connie se asomó por la barandilla, azotada por el viento y la espuma revuelta, yesperó el momento en que estuvieran en una buena posición para lanzar unsalvavidas. El marinero desapareció de nuevo bajo el agua y esta vez no resurgió.Connie chilló. Entonces, cerca del lugar donde se había hundido el hombre, aparecióuna cabeza y la invadió una gran sensación de alegría y alivio. La cabeza tenía unosojos de ébano conocidos, largos bigotes y un morro lustroso que brillaba bajo losfocos: Horace y Jessica habían encontrado a su salvador. Arran se sumergió bajo lasolas, agarró al marinero por la chaqueta, tiró de él hacia la superficie y lo remolcóhasta la barca. Al llegar a la Water Sprite, dejó el marinero a Col y a Connie, que leayudaron a subir por un lado de la barca. Arran regresó para ayudar a más personasy se le sumaron más selkies, que surcaban el agua en todas direcciones. Poco después,la eficiente patrulla de rescate había acercado a todos los marineros a la Water Sprite ya la Banshee para que los de la Sociedad los subieran. Jessica reapareció en lasuperficie y ayudó a Arran con la última víctima. -¡Ya está! -jadeó la niña trepando a la barca tras el hombre-. No hay nadacomo un chapuzón bien fresquito para activar la circulación. Arran, a la altura de los tobillos de Jessica, gruñó, y Connie lo identificó como surisa característica. El último que subió a la barca fue Horace Little, helado pero feliz. -¡Gracias, amigos! -gritó a las selkies, aparentemente ajeno a la violencia deltiempo, que le envolvía en una espuma de mar gélida y agitaba salvajemente lamanta alrededor de sus piernas-. ¡Ha sido un gran baño! Arran y el resto de selkies se asomaron un instante por encima del agua y, acontinuación, se sumergieron por última vez. Justo cuando Connie comenzaba a pensar que los marineros estaban a salvo, unalarido sobre sus cabezas la avisó de un segundo ataque de las sirenas. Furiosas alver que habían arrebatado a sus presas de las fauces de la muerte, las criaturas seecharon sobre las barcas con una rabia asesina. Connie se arrojó a la cubiertaarrastrando a Col con ella, y gracias a eso ambos esquivaron por poco las garras deuna de ellas. -¿Y ahora qué hacemos? -gritó Col-. ¡Pensaba que les gustabas! Connie sacudió la cabeza. -Si Kullervo anda por aquí, ya no -murmuró aventurando una mirada al cielocon la certeza de que las sirenas iban a volver a abalanzarse sobre ella. Sin embargo,en lugar de hallar una muerte segura, lo que vio le alegró el corazón-. ¡Mira Col! -exclamó señalando el lugar en el que un dragón forcejeaba con las sirenas en el aire:era Argot, con el doctor Brock sobre el lomo. Una bocanada de fuego y dos sirenascayeron al mar chillando con las alas en llamas. Connie se estremeció con el impacto;sentía su dolor y su ira. Como no entraba dentro de sus planes que las hirieran, elresto de sirenas se retiró apresuradamente; recogieron a sus hermanas heridas deentre las olas y volaron de regreso a las Chimeneas chillando maldiciones al dragón.No había ni rastro de Kullervo. Argot descendió hasta que se encontró suspendido sobre el Water Sprite, ymantuvo la posición con gran habilidad a pesar de los vientos agitados. Losmarineros, aterrados, gateaban en busca de un lugar donde ponerse a cubierto,señalando al dragón desesperadamente y chillando aterrados. -¡Connie! -gritó el doctor Brock al tiempo que se quitaba las orejeras-. Sivamos a salvar ese barco, necesito que me ayudes con Kullervo. Tenemos queabordarlo -explicó, y alargó una mano hacia ella-. ¡A la de tres, salta! ¡Una, dos ytres! Impulsada por una ola que se alzaba, Connie saltó, alcanzó el brazo estirado deldoctor Brock y se encaramó al lomo de Argot. Jessica chilló, preocupada por suamiga. -¡Vamos, Connie, vamos! -gritó Col para animarla. El dragón inició la persecución del barco, que se hallaba oculto tras un gran bancode niebla espesa. Mientras se adentraba en el corazón de la tormenta a lomos deArgot, Connie reparó en que el barco estaba peligrosamente cerca de los acantilados que se alzaban entre Chartmouth y Hescombe. Cada vez que una de las gigantescasolas se estrellaba contra las rocas, el aire se llenaba de una explosión de espuma. Losbordes afilados de la roca iban a rebanar el vientre del petrolero y los negrosintestinos del barco se iban a derramar en el agua. -Hay que darse prisa -dijo el doctor Brock intuyendo el mismo peligro que ella. Pese al azote del viento, Argot aterrizó en la cubierta asediada por las olas sindificultad alguna. Comparado con la Water Sprite, era un objetivo inmenso para unvolador avezado. Connie y el doctor Brock se bajaron de su lomo y corrieron hacia elpuente. Irrumpieron en su interior y lo encontraron desierto: una alarma solitariasonaba en la pared y luces rojas iluminaban la habitación vacía. -¿Sabe pilotar uno de éstos? -preguntó Connie mirando un panel repleto demisteriosos indicadores y palancas mientras el agua formaba charcos bajo sus pies. -Pues... no -admitió el doctor Brock-, pero siempre hay una primera vez paratodo. Como no pensaba que pudiera ser de gran ayuda con los mandos, Connie tomóposición como vigía en la ventana. A través de la nieve, divisaba los negrosacantilados que tenían delante. Entonces estalló un destello de luz blanca, unrelámpago, y logró ver algo más. -¡Kullervo está en la cima del acantilado y el gigante del tiempo está con él! -advirtió al doctor Brock. -Ya lo sé -repuso el doctor Brock, que andaba ocupado hojeando un librogrueso que había sacado de un cajón-. Le he visto cuando sobrevolaba la zona. Creoque el gigante del tiempo ha cambiado la dirección del viento hacia el sureste parallevar el petrolero a la orilla. Seguramente también es el causante de esta niebla:¡nadie nos verá hasta que sea demasiado tarde! Si percibes que Kullervo se acercamás, avísame -dijo el doctor Brock con el rostro demudado por la preocupación-.Me temo que no puedo alterar demasiado el rumbo del barco leyendo el manual.Necesitamos un poco de ayuda mítica. -¡Ni siquiera los dragones pueden remolcar un barco de este tamaño a marabierto! -repuso Connie, desesperada. El doctor Brock tiró el libro: -No, pero pueden mandar un mensaje -apuntó, y acto seguido revolvió en uncajón y sacó un puñado de bengalas-. Toma, dale esto a Argot y dile que lasencienda por encima de la niebla. Connie salió corriendo nuevamente a la tormenta de la que se había resguardadoel dragón. El viento soplaba con tal fiereza que estuvo a punto de derribarla. Argotextendió un ala para cobijarla mientras le dictaba las instrucciones. -Toma -dijo Connie arrojando las bengalas de emergencia dentro de ladentadura del dragón-. Será como los fuegos artificiales, en cuanto las toques conun poco de tu fuego se encenderán con un estallido. Ten cuidado -le advirtió, peroArgot no parecía tenerlo muy claro. Connie notaba que no quería que el doctor y ellase quedaran solos sin modo alguno de escapar de allí-. No te preocupes, lasbengalas nos traerán ayuda. Estaremos perfectamente -le consoló, aunque en elfondo de su ser ella misma no estuviera convencida. Argot emprendió el vuelo y desapareció en la oscuridad, dirigiéndose hacia lasalturas con celeridad. Un relámpago crepitó junto a él y no acertó al dragón porqueun afortunado golpe de aire lo sacó de su camino. -Ya se ha ido -dijo Connie al doctor Brock cuando volvió al puente-. El gigantedel tiempo casi lo derriba, pero ha escapado. No he podido ver si ha conseguidoencender las bengalas, había demasiada niebla. El doctor Brock sacudió la cabeza. -Me temo que si no hacemos algo inmediatamente será demasiado tarde.Tenemos que conseguir ayuda -dijo, y la miró con una repentina inspiración-.¡Claro! Lo que necesito es una universal. Connie, ¿has oído hablar alguna vez delKraken? -preguntó, y Connie sacudió la cabeza-. Es un monstruo marinolegendario. El padre de Col es compañero de esa especie. Como él está en la zona, sucriatura compañera también debe de estar por aquí. ¿Puedes intentar invocarlo? Connie se mordió el labio, insegura. -Lo intentaré. ¿Cómo es? Tengo que saber algo sobre él para sentir su presencia. -Es una criatura gigantesca, con muchos tentáculos, que vive en lasprofundidades del océano. Los hombres no la ven más que cuando sube durante lastormentas para devorar los barcos. -¿Y quiere que nos ayude una criatura como ésa? -El Kraken deseará tanto como nosotros que el petróleo no contamine sus aguas.No pienses en su naturaleza, piensa en sus intereses. Como ella no tenía ninguna sugerencia mejor, decidió que valía la pena intentarlo.Debía darse prisa antes de que Kullervo imaginara qué tramaba porque, para llegaral Kraken, tendría que bajar su escudo. Connie se concentró en el mar e imaginó susprofundidades, ajenas a la tormenta que rugía en la superficie. Mientras se sumergíaen el silencio, mandó una llamada de auxilio. -Kraken, te invocamos. Te necesitamos. Nada. Lo volvió a intentar. Después insistió una vez más. Su llamada resonaba enel vacío y no hallaba más que silencio por respuesta. Cuando estaba a punto deabandonar, un tentáculo atrapó su pensamiento, que ya se retiraba, y la arrastró denuevo hacia abajo. -¿Por qué me despiertas? -preguntó una presencia fría. La pregunta la envolvió y la arrastró hacia el interior de la criatura. Se sumió enun mundo de oscuridad, iluminado solamente por el brillo fosforescente de extrañascriaturas marinas, desconocidas por los habitantes de la superficie. Unos ojosredondos descomunales la observaron con un misterioso brillo verde; hileras detijeretas semitransparentes revoloteaban a su alrededor, el paracaídas azul chillón deuna medusa la acarició y su picadura le produjo una dolorosa marca rojiza. Perdida,Connie dudó por un momento que pudiera decir algo que resultara relevante paraaquel habitante de las profundidades. Para ella, ese lugar era tan desconocido comola superficie de la luna. Sin embargo, Connie se recordó que no era una comparaciónválida: por muy desconocido que le pareciera el mundo del Kraken, lasprofundidades del mar no eran inmunes a los efectos de lo que pasaba en lasuperficie. Aquel ámbito formaba parte del mismo mundo, era un sistemainterconectado cuyas distintas partes se necesitaban mutuamente para sobrevivir.Connie se mentalizó para realizar el esfuerzo y mostró a la bestia una imagen de todolo que estaba ocurriendo en la superficie. -Ese tipo de problemas no me importan. En mis océanos naufragan barcos todoslos días. Dicho esto, el tentáculo la soltó y la alejó de sí sin ningún cuidado. -¡Espera! -exclamó Connie buceando de nuevo hacia abajo para alcanzar alKraken antes de que se hundiera sin dejar rastro. Agarró uno de sus tentáculos ymostró al Kraken el petróleo negro que llenaba las bodegas del petrolero. Le advirtióde la contaminación que provocaría la carga si permitían que se vertiera en el agua ya continuación le mostró una imagen del barco a salvo en el puerto de Chartmouthcon la carga intacta. No recibió respuesta, pero sintió un movimiento: el Kraken salíaa la superficie-. Ya viene -informó al doctor Brock en cuanto la criatura la dejó ir-, aunque sé tanto como usted de lo que pretende hacer. Un tentáculo enorme surgió de la oscuridad como un látigo y se aferró a lacubierta como una cuerda del grosor del tronco de un árbol. Un tentáculo tras otro sefueron sumando al primero y las barandillas de ambos lados de la cubierta separtieron como cerillas bajo la fuerza del abrazo del Kraken. -El Kraken ha abrazado al Cyclops -dijo maravillado el doctor Brock-. ¿Nosaplastará o nos ayudará? El petrolero dejó de navegar hacia las rocas y por un instante se mantuvo inmóvilen aquellas aguas revueltas. Connie tragó saliva: ¿por qué opción se decantaría elKraken? Su contacto con él había sido tan breve que no había logrado leer su menteextraña. Lentamente, el barco viró hacia el este y comenzó a moverse haciaChartmouth. -¡Lo está haciendo! ¡Ha funcionado! -gritó Connie. El viento redobló su fuerza tratando de arrebatar el petrolero de los brazos de lacriatura. El mar flagelaba los costados del barco con olas monstruosas, pero todo eraen vano: la fuerza del Kraken superaba la de la tormenta. El gigante del tiempo nopodía crear nada capaz de derrotar a la criatura una vez hubo emprendido sumarcha. Connie sintió una oscura oleada de poder cuando Kullervo invocó al Krakenpara que se uniera a él, pero las profundidades del mar estaban tan alejadas delalcance o la comprensión de Kullervo que su llamada no fue atendida. Al Kraken nole importaba nada salvo él mismo, y Kullervo no le podía ofrecer nada que deseara. Cuando las luces de Chartmouth aparecieron por babor, Connie se dispuso arestablecer la conexión con el Kraken para agradecerle su ayuda, pero fue unadecisión desafortunada porque todavía no entendía a su adversario. Infinitamentefurioso al ver que su plan había fracasado, Kullervo dirigió su ira contra ella. El deforma cambiante esperó el momento oportuno para atacar. Al bajar ella la guardia, lapresencia de Kullervo se manifestó y se le echó encima. -¡Muerte! ¡Oscuridad! ¡Ruina! -chilló Kullervo en la mente de Connie,intensificando tanto su vengativa presencia dentro de ella que Connie estuvo a puntode perder el sentido de su identidad con aquella avalancha. La niña se retorció, torturada, intentando taparse los oídos. El doctor Brock corrióa ayudarla, pero no podía hacer nada para socorrerla en aquella batalla. «-Así no -susurró un instinto enterrado muy profundamente-. Encuentra elescudo.» Connie se quitó las manos de las orejas y luchó para restablecer la imagen delescudo universal en su mente. Lo elevó centímetro a centímetro. Al principio elescudo resistía el ataque a duras penas, y se tambaleaba y temblaba en sus manos,pero gradualmente fue cobrando fuerza y brillo. No tardó en notar que el odio deKullervo se estrellaba contra el escudo, portando la destrucción para ella y los de suespecie, pero ya incapaz de tocarla. -«¿Cómo osas atacarme? -pensó Connie, y el fuego de la ira ardía en su interiorcomo el aliento de un dragón-. ¿Cómo te atreves a penetrar en mi mente sinpermiso? No tienes derecho a hacerlo. ¡Mírate, ahí fuera, regocijándote de todo elsufrimiento que has causado! ¡Mataste a Scark!» Furiosa por la invasión de Kullervo, y sin ningún miedo una vez protegida tras elescudo, sintió una inmensa necesidad de derrotarle que le proporcionó la fuerzanecesaria para elevar el escudo por encima de su cabeza. ¡Cómo detestaba a Kullervoy todo lo que representaba! -Vete -ordenó a la presencia oscura-. Te ordeno que vuelvas por donde hasvenido. Se desencadenó una gran corriente de energía, como si se hubiera abierto unapresa repleta de agua plateada, y Connie notó que aquellos pensamientos malignos rebotaban en la superficie del escudo y regresaban con fuerza hacia su fuente. Unchirrido ensordecedor quebró el cielo nocturno; un águila azul noche cayó como unalosa de lo más alto del acantilado y se estrelló en las rocas perdiendo toda forma ysustancia. El mar, agitado por la tormenta, se ennegreció en el lugar en el que habíacaído la criatura y se abalanzó con furia impotente contra la pared del acantilado. Enla espuma del mar brillaba el fuego azul, pero el de forma cambiante no lograbarecobrarse en el caos de la tormenta que él mismo había provocado. La presencia deKullervo se desvaneció, transformada en espuma sobre las rocas, y las olas laarrastraron en su retirada de regreso a las profundidades. Desaparecido su señor, elgigante de la tormenta se dispersó inmediatamente en nubes y se marchó volandohacia el mar. Connie podía volver a respirar tranquila. -¿Está muerto? -jadeó al ver que el doctor Brock estiraba el cuello para mirarpor la ventana y limpiaba el cristal con la manga para ver a través de él. -De momento se ha ido, pero dudo mucho que esté muerto -respondió el doctorBrock en tono pesimista-. De todos modos, tal vez tú me puedas contestar a esapregunta. Connie reflexionó un momento, tratando de ordenar sus caóticos pensamientos. -Tiene razón, se ha ido, pero no se le puede destruir así -respondió tras unalarga pausa. Sabía que el espíritu de forma cambiante era demasiado sutil para ser vulnerable ala muerte como un simple mortal. -De todos modos, querida, has obtenido una magnífica victoria -la felicitó eldoctor Brock, que la ayudó a ponerse en pie y la sorprendió dándole un abrazo-. Lohas sorprendido con tu último truco: no estaba preparado para bloquearlo. ¡Supropio petardo le ha hecho saltar por los aires! -bromeó al tiempo que se volvíahacia el panel de control-. Vamos, llevemos este cascarón de berberecho al puerto yescuchemos lo que tenga que decir el señor Quick. -Todavía tenemos que atracar el barco -dijo Connie dubitativa. -Yo no estaría tan seguro... Escucha -Connie escuchó el sonido de un motor enfuncionamiento sobre el ruido de la tormenta menguante; un foco iluminó la cubiertabailando una danza enloquecida mientras un helicóptero luchaba contra el viento-.Querida, creo que tenemos visita del guardacostas -dijo el doctor Brock sin tratar deocultar su alivio. Al percibir a los recién llegados en la superficie, el Kraken aprovechó para soltar elpetrolero. Sus brazos se retrajeron por los lados del barco y despejaron la cubiertajusto antes de que los pasajeros del helicóptero empezaran a bajar. Cinco agentes sedescolgaron por cuerdas, aterrizaron en cubierta, desengancharon los arneses ycorrieron hacia el puente de mando. Irrumpieron en la sala de control entre el crepitar de las radios y el tintineo de las hebillas, pero se detuvieron en seco alcomprobar que ya había otros ocupantes. -¿Qué diablos hacen aquí dentro? -preguntó el jefe del grupo, un hombrecorpulento con un bigote puntiagudo del cual goteaba nieve derretida. -Lo mismo que ustedes, intentamos ayudar -contestó tranquilamente el doctorBrock-. Creo que les parecerá que hemos hecho un trabajo bastante bueno parasalvar a la tripulación y evitar un naufragio, pero creo que no estamos capacitadospara atracar el barco. ¿A quién entrego el gobierno de la nave? Desconcertado ante el anciano capitán y su joven oficial, el hombre sacudió lacabeza, incrédulo. -No hay tiempo para preguntas, señor -le interrumpió otro de los miembros delequipo. -Cierto. Lo entrega a mi equipo, el equipo de rescate aéreo y marítimo dePlymouth, capitán... -Brock. -Capitán Brock. El oficial le saludó con solemnidad y el doctor Brock dejó paso a los profesionales. -¿Capitán? -murmuró Connie mientras el doctor Brock y ella observaban cómoel equipo recuperaba el control del barco. La radio zumbaba y crepitaba con elintercambio de mensajes entre el petrolero y las autoridades portuarias. El doctor Brock le guiñó un ojo. -Era una oportunidad única -dijo-. Técnicamente, estaba al mando del barcoaunque no lo tuviera bajo control. En media hora, el equipo de salvamento marítimo ya conducía el barco por lasaguas más tranquilas del puerto de Chartmouth. El petrolero se aproximó alamarradero de la nueva refinería y golpeó suavemente la pared del muelle mientraslo sujetaban. Tal como el doctor Brock describió a Connie con aires de suficiencia, fueun auténtico atraque de manual. La multitud reunida en el muelle, los focos y lascámaras indicaban que la acción en el mar no había pasado desapercibida a la gentede la orilla. -Parece que se nos han adelantado los demás -apuntó el doctor Brockseñalando con la barbilla el bullicio que rodeaba las dos barcas de Hescombe-. Mepregunto qué opinarán las autoridades de la versión de los marineros. Entre lassirenas y los dragones, me temo que muy prontito los van a hacer pasar la prueba dealcoholemia.