capitulo 9 Axoil Evelyn

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con otra disposición, más protectora, hacia Connie, la sorprendióofreciéndose voluntaria para llevar en coche a la muchacha y a sus amigos hastaChartmouth, donde iban a entrevistarse ese miércoles con el señor Quick. Conniesabía lo que su tía sentía por la compañía y la oferta la conmovió. No se dio cuentade que estaba bajo protección, de manera informal, gracias a algunas sugerencias queEvelyn había recibido del doctor Brock. -Sólo pondré los pies en ese edificio con una condición -dijo su tía, mirando porel retrovisor a los pasajeros. Habían conseguido embutirse en el minúsculo coche dela mujer, pero las tres chicas estaban oprimidas en el asiento trasero-. Y es que estono se vaya a convertir en buena propaganda para ellos. Aseguraos de que os vais ameter de lleno en vuestras preguntas sobre el medio ambiente; que no tenga quearrepentirme de haberos llevado. -Ah, tranquila, señorita Lionheart -dijo Anneena, pasándose de entusiasmo. Col le lanzó una mirada suspicaz por encima del hombro. Connie se revolvió,incómoda. Ahora entendía por qué Col se había empeñado tanto en no atraer laatención sobre los muertos: trataba de proteger a las sirenas. Connie esperaba queAnneena cumpliera el trato y se ciñera a las preguntas ecologistas. La sede de Axoil GB era un edificio ostentoso, todo de cristal y pintura brillante,erigido en una zona industrial llamada Parque de Negocios, a poca distancia delpuerto y la terminal de pasajeros. Las recién plantadas extensiones de césped y losárboles raquíticos del camino de entrada indicaban que el edificio estaba reciénterminado. Evelyn aparcó el coche cerca de la entrada, en una parcela que ponía«Director Ejecutivo», al lado de un flamante BMW negro. -Señorita Lionheart, se supone que no debería aparcar aquí -dijo Anneena,señalándole el cartel. -¿Y por qué no? -replicó Evelyn, con sequedad-. Estoy segura de que, si mepongo a pensar, seré directora de algo. Anneena se volvió para buscar el apoyo de Connie, pero la niña se limitó aencogerse de hombros, pues ya conocía lo bastante a su tía para saber cuándo erainútil discutir. Evelyn los hizo pasar por la puerta giratoria a un vestíbulo decorado con plantasde plástico donde una bella joven atendía los teléfonos. -Sentaos. Alguien vendrá a buscaros enseguida -gorjeó la recepcionista,mirándolos con una sonrisa de oreja a oreja, pero forzada. Los sofás de piel chirriaron embarazosamente cuando las niñas se sentaron al ladode Rupa y el fotógrafo, que habían llegado antes que ellos. Connie soltó una risitanerviosa, que hizo que Anneena, que intentaba comportarse como si sentarse envestíbulos de mármol blanco con muebles de diseño fuera parte de su rutina, lefrunciera el ceño. Col se quedó de pie mirando las fotografías que adornaban las paredes: lospetroleros de la compañía atracados, de color azul y amarillo. Incrédulo, vio que losbarcos llevaban el nombre de monstruos míticos: Cíclope, Leviatán, Mínotauro. Le dioun codazo a Connie y le hizo un gesto con la cabeza hacia las fotos. Al principio, laniña no lo pilló, pero no tardó en abrir unos ojos como platos. -¿Qué irónico, verdad? -murmuró. A los pocos minutos, llegaba a recogerlos un joven pelirrojo con una placa querezaba: «Mike Shore. Director de Atención al Cliente.» Los guió por varios pasillosque olían a moqueta nueva y ambientador de limón hasta una puerta del directorejecutivo. Los cuatro amigos se miraron con cierta aprensión; Col dedicó a Connieuna rápida sonrisa. -A la boca del lobo -murmuró, tras la espalda de su guía. El grupo entró en una sala en penumbra, opresivamente llena de sillas de cueronegras y muebles de caoba. El director ejecutivo era un hombre de constituciónfuerte con un traje tan almidonado que parecía que podías cortarte con las solapas.Dominaba la sala sin levantarse siquiera de la silla. De pómulos altos y profundosojos grises, su rostro conservaba los vestigios de una gran belleza, pero el tiempohabía socavado sus mejillas y arrugado su frente. El señor Quick les dio labienvenida fríamente, con los labios curvados en una seca sonrisa. Connie loreconoció como el hombre flaco de la foto del periódico y sintió escalofríos. Su calvabrillaba a la tenue luz del techo que daba sobre su escritorio; el resto de la sala estabasumido en la penumbra, como si las ventanas estuvieran tapadas con cortinas. Bajo elúnico punto de luz, el hombre permaneció sentado en una enorme silla negra tras unescritorio cargado de papeles, como una araña en una telaraña de blanco papel. El señor Quick no les ofreció la mano. Se limitó a decir: -Bienvenidos a Axoil. Me alegro de que haya jóvenes que se toman la molestia dedescubrir la verdad sobre nosotros en lugar de tragarse las mentiras que algunos han estado propagando con insistencia en la prensa local -echó una mirada envenenadaa Rupa y a su fotógrafo, que habían seguido a los niños-. Tengo un cuarto de horapara vuestras preguntas y después el señor Shore os mostrará la refinería -bajó lamirada a sus notas-. ¿Cuál de vosotros tiene a su padre trabajando en Axoil? -Janelevantó tímidamente la mano. Col se dio cuenta de que el señor Quick había hechosus deberes en relación a ellos, cosa que le pareció bastante alarmante-. Le hepedido que os acompañe en la visita. Y, señorita Lionheart -añadió el señor Quick,mirando a Evelyn, que permanecía de pie y en silencio junto al dispensador deagua-, tengo entendido que participa en la campaña local contra mi refinería. Megustaría aprovechar esta oportunidad para mostrarle las instalaciones como parte denuestro diálogo sobre responsabilidad empresarial -echó una afilada mirada a Rupapara asegurarse de que la chica lo estaba anotando todo. Evelyn se puso tensa, peroasintió cortés-. Y, ahora, creo que tenéis algunas preguntas para mí. Tal como habían acordado, Anneena actuó de portavoz. Connie la vigilaba decerca, aliviada de que se estuviera ciñendo a su lista. -Nos han dicho, señor Quick, que usted creció en Hescombe -dijo Anneena, condulzura-. Como miembro de la comunidad, ¿cree que la refinería nos hará algúnbien? El señor Quick se fijó en todos y cada uno de ellos con sus ojos grises. Connieencontró su expresión extrañamente vacía. -Le abrirá paso a la era moderna; eso es lo que creo. Hescombe siempre ha estadodemasiado anclada en sus tradiciones. La superstición y los cuentos de viudas hanevitado que se explotaran los recursos naturales de las aguas profundas que rodeanlas Chimeneas; una autopista perfecta para los barcos modernos. Una inyección delenfoque cuerdo de los grandes negocios era justo lo que precisaba esta región. Mesiento muy orgulloso de haber sido yo quien ha regresado para introducir estecambio. Durante quince minutos, el director continuó alabando los méritos de su refineríacon su seca y monótona voz, asegurándoles repetidamente que el medio ambienteestaba seguro con él. Hasta Anneena tuvo que esforzarse para parecer interesada. -Se acabó el tiempo -concluyó el hombre, como si hubiera saltado la alarma delreloj de aspecto carísimo que lucía en su muñeca-. Espero que vuestra visita osresulte educativa -pensativo, dio unos golpecitos con el boli sobre la mesa mientrasel grupo se levantaba para irse. Los examinó a todos minuciosamente. A Connie no legustó su mirada: sintió que les estaba diseccionando uno por uno, memorizando suscaras. -Ah, estoy segura de que sí -dijo Anneena-. Gracias -incluso ella recortó suhabitual exuberancia en aquella habitación. -Muy bien. Disfrutad de la visita. -No me lo trago -susurró Anneena a Connie mientras salían. -¿Que no te lo tragas? ¿Qué quieres decir? ¿Anneena? ¿Anneena? Pero Anneena ya no respondió. Se había pegado a Mike y estaba enfrascada enuna nueva conversación, desarmándole primero con una inocente sonrisa para seguirasintiendo y abriendo la boca, maravillada, mientras Mike continuaba con el discursodel señor Quick sobre los beneficios de la refinería para la economía local y lahumanidad en general. Connie vio con impotencia cómo Anneena iba haciendo unapregunta tonta tras otra al guía. Lo tenía comiendo de su mano. Col y Connie seintercambiaron miradas de preocupación. ¿Qué pretendía? Aquello no formaba partedel guión. Al volver al vestíbulo, Anneena indicó a su hermana que avanzara con un gesto decabeza. Rupa se acercó cautelosa, como si nada. -¿Puedo hacerte una pregunta... Mike? Complacido, Mike apartó su atención de Anneena y sonrió a Rupa. Era como unode esos presentadores de concurso demasiado entusiastas, pero era evidente que nose había dado cuenta de a qué juego jugaban las Nuruddin. -Por supuesto, si los niños no tienen nada que objetar... Se supone que ésta es suvisita, ya sabes. -No objetamos -se apresuró a decir Anneena. -Pero... -empezó Col. -Gracias -dijo Rupa-. Sólo quería preguntarte por la muerte del señor ONeill.¿Sabes a qué se debió que el señor ONeill cayera al mar hace dos semanas, mientrastrabajaba en la terminal? -Por supuesto que no -replicó Mike, clavando los ojos en la puerta como siquisiera escapar por ella. -Entonces, ¿admites que estaba trabajando cuando cayó? -Sí... No -dijo Mike, confuso-. Quiero decir que no lo sé. -¿No sabes si uno de los empleados de Axoil estaba trabajando cuando cayó almar y murió? -preguntó Rupa, arqueando sus negras cejas con incredulidad. -Mira, eso no tiene nada que ver conmigo. Yo estoy en Relaciones Públicas, no enPersonal -disparó Mike-. Pero lo que sí sé es que Axoil cumple los requisitos deseguridad más estrictos, a todas horas. Por supuesto, si uno de nuestros empleadosestá deprimido y quiere quitarse la vida en el trabajo, es imposible impedírselo... -su voz se difuminó. Se había dado cuenta de que había hablado demasiado. Miróotra vez a los niños-. Y, bien, ¿tienen estos jovenzuelos más preguntas? -laamplitud de su sonrisa había menguado considerablemente. Col reprendió a Anneena. Connie lo agarró del brazo, temiendo que pudierainiciar una discusión ante el hombre de Axoil. -No, creo que no tenemos más -se apresuró a decir. -En ese caso, vayamos a ver la refinería. Tratando de enmendar su error, Mike se mantuvo en silencio mientras los llevabaen minibús a la nueva refinería. El padre de Jane, que era exactamente como Conniese lo había imaginado (un científico con bata de laboratorio, gafas de pasta y peloalborotado) les dio la bienvenida en la puerta y los hizo pasar a una enorme sala quealbergaba la maquinaria de la refinería. Connie quedó atónita ante la magnitud de laempresa. Entre las tuberías y cubas relucientes, los técnicos de bata blanca parecíanen la distancia abejas en un panal, cuyas vidas transcurrían sirviendo a un simpleobjetivo: producir miel negra. -Abrimos la fase inicial el lunes. Seguramente lo habréis visto en las noticias -tanteó Mike. Con un débil entusiasmo desesperado, dirigió sus comentarios a Rupamientras el fotógrafo le hacía fotos. Intentaba que la periodista se centrara en el«mensaje» después de su anterior indiscreción-. Pero no estará en plenofuncionamiento hasta el invierno. En este momento, estamos formando al personal yprobando el equipo. Por lo que a este proceso se refiere, Axoil tiene experienciademostrada en todo el mundo y sabemos que no podemos permitirnos ningún errorcuando empiecen a llegar los petroleros, ¿verdad? Rupa sonrió educadamente, situándose al otro lado de un puesto informático en elque el señor Benedict mostraba a su hija unos dibujos técnicos. -Entonces, los petroleros empezarán a llegar en invierno, ¿no? -preguntóConnie, haciendo un cálculo rápido. -Más o menos, sí -respondió Mike. -¿Coincidiendo con el peor tiempo? -añadió Col, viendo por dónde iba lapregunta de Connie. -Sí -repuso Mike, un poco desconcertado por las implicaciones de suspreguntas-. Pero no debéis preocuparos por eso -dijo con aire paternalista-, loscapitanes de los petroleros son gente con mucha experiencia. Estoy seguro de que lopeor del mar de Hescombe será para ellos como un día de calma chicha en elAtlántico. -Yo no estaría tan segura -murmuró Connie a Col. *** -¡Anneena, cómo te has atrevido! -Connie y Col se sorprendieron de que Janefuera la primera en hablar. Esperaban a Evelyn en el coche mientras ella discutía con un guardia de seguridad que le había puesto un cepo a una de las ruedasdelanteras-. Lo prometiste. -Ese Mike era un melón, ¿verdad? -dijo Anneena, encantada-. ¡Ha metido lapata de lleno! -¿Te piensas disculpar con Col? -insistió Jane. -¿Disculparme? -repitió Anneena, inocentemente. -Oh, vamos, Anneena, no pretenderás hacernos creer que tú y Rupa no lo teníaisplaneado -intervino Col. -¿Y qué, si lo teníamos planeado? Supe nada más entrar en el despacho del señorQuick que no íbamos a sacarle nada. Tenía que ablandar a Mike para que Rupapudiera entrar a matar. La respuesta ha valido la pena, ¿no os parece? El escándaloestá servido. -Eres imposible -comentó Jane, exasperada. -Lo sé -dijo Anneena, sonriendo-, pero Rupa ya tiene su historia. La gentetiene que saber lo que está ocurriendo realmente. -Eso es precisamente lo que me preocupaba -dijo Col, hablando bajito a Connie.Anneena y Jane estaban sonriendo a Evelyn, que se acercaba al coche triunfante trashaber ganado su batalla-. Tendrás que prevenir a tus amigas. Diles que, si atacan aalguien más, las descubrirán. Connie asintió. El único problema era que no sabía si a las sirenas les iba aimportar que las descubrieran. Habían decidido enfrentarse a la humanidad ydudaba que pudiera apartarlas del camino que habían escogido.

el secreto de las sirenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora