Cuando Connie bajó a la cocina, el artículo principal de la edición del HescombeHerald del sábado estaba extendido sobre la mesa del desayuno. «Muerto en Axoil»declaraba el titular sobre una fotografía del señor Quick tras su escritorio. «Lacompañía petrolera confiesa a un grupo de niños que la última víctima pudo habermuerto en el trabajo», seguía. En una página interior, Connie encontró un artículomás largo sobre su visita con una foto de los cuatro niños ante un pórtico, delante deuna de las cubas de la refinería. Tras varios meses negándose a ser francos con la prensa, Mike Shore, un empleado deAxoil, admitió ante unos alumnos de la escuela primaria de Hescombe que William ONeillpudo haber hallado la muerte en el trabajo. Las circunstancias exactas siguen veladas por elmisterio, lo que hace temer un encubrimiento por parte de Axoil. La comunidad local,encabezada por la viuda del señor ONeill, reclama una respuesta inmediata. Evelyn entró en la cocina con Madame Cresson en brazos. -¿Qué te parece, Connie? -preguntó, acariciando a la gata mientras se inclinabapor encima del hombro de su sobrina para leer el titular-. Cuando os pedí que nodejarais que la visita se convirtiera en buena propaganda para ellos, no me referíaprecisamente a esto. El señor Quick habrá despedido a ese pobre idiota por haberhablado con una periodista sin consultar antes con él. Connie hizo una mueca. -Pero tú misma lo viste... Nadie pudo detener a Anneena y a Rupa. Col no sehabla con Anneena. Evelyn esbozó una triste sonrisa. -No os enfadéis tanto con las Nuruddin. Sin duda, tienen razón. Las familiasmerecen la verdad -dijo, acariciando a la gata con toques firmes y regulares, talcomo a Madame Cresson le gustaba-. No podrían creer la verdad... Y nosotrostampoco podemos permitirnos explicársela. Si lo hiciéramos, sería el fin de la coloniade sirenas. -Tenemos que evitar que las sirenas hagan nada más. No sé hasta cuándomantendrán su promesa... Están realmente enfurecidas por la invasión de suterritorio. ¿Me lo puedo llevar? -preguntó Connie a su tía señalando el periódico. -Claro, supongo que a tu madre y a tu padre les gustará verlo. -No... Bueno, sí, claro que sí, pero yo quería enviarlo a las sirenas. Tengo queprevenirlas. Evelyn se encogió de hombros. -Haz lo que quieras, pero dudo que esto las haga cambiar de opinión. Noentenderán lo que significa. -Ya lo sé, pero tengo que intentarlo. Y tenemos que prevenir también a lacompañía, decirles que no dejen a los empleados solos, que los hagan ir en grupo oalgo así. -Pero, Connie -le dijo Evelyn con dulzura, agarrando las manos temblorosasque doblaban el periódico-. ¿Qué va a evitar que las sirenas ataquen a un grupo dehombres? Podrían hacerlo. Lo sabes. Y, además, ¿cómo vas a conseguir que Axoil teescuche? Connie se dio cuenta de que su febril idea de avisar a la compañía era inútil. Nadieiba a tomarse en serio a la Sociedad: se reirían de ellos y se burlarían de quesugirieran a la compañía los pasos que debía tomar para defender a sus empleadosde un peligroso «canto». Tenía que convencer a las sirenas. Nadie más podía hacerlo.
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Connie bajó al muelle con la esperanza de encontrar a Scark. En la mano, bienagarrado, llevaba un paquetito firmemente atado con un lacito de cuerda. Scarkestaba allí cuando llegó, vadeando la franja colindante al muro del puerto, donde lamarea alta solía dejar una zona repleta de desechos comestibles en su mayor parte,para una gaviota. Connie bajó de un salto a la arena anaranjada y se abrió paso haciaél, chapoteando entre los riachuelos de agua fresca que hacían que las piedrasbrillaran como joyas. Estaba picoteando un cangrejo muerto con sólo la mitad de suspinzas intactas. -¡Scark! -lo llamó. El pájaro aleteó para plantarse a sus pies. »¡Buenos días! -le dijo Connie. Él agachó la cabeza en respuesta, con los ojosbrillando por el placer que le producía verla-. ¿Le guardabas eso a tu hija? -preguntó, señalando el cangrejo. Scark dio un golpecito con la pata. »Siento mucho ser un incordio, pero ¿te importaría llevar esto a nuestras amigasde las Chimeneas? -le preguntó, mostrándole el paquetito. El pájaro soltó elcangrejo, pero permaneció con la cabeza ladeada-. ¿Están enfadadas conmigo? - preguntó, notando sus dudas. Scark sacudió el pico, ahuecó las alas y empezó a darsaltitos, primero sobre una pata y luego sobre la otra-. ¿No? Pero están excitadaspor algún motivo, ¿verdad? Según la gaviota, así era. Tal vez las sirenas estuvieran agitadas tras su encuentro con una compañera oposiblemente fuera por la llegada de la criatura llamada Kullervo. Connie no estabasegura y se preguntaba si volvería a verlas para averiguarlo. Quizá fuese mejoresperar a ver qué efecto producía su mensaje. En su nota había escrito tanto comodibujado, tratando de explicarles lo que estaba en juego, si las descubrían. Les rogabaque no atacaran a ningún otro hombre de la refinería. Pero, sin duda alguna, iría averlas pronto, antes de que se perdieran más vidas. -¿Les dirás que intento ayudarlas? -preguntó a Scark. El pájaro dio un golpe con la pata. Connie le acercó el paquete. Scark agarró el lazo con el pico y se despidió de ellacon una rápida descarga de gritos. La niña vio cómo se alejaba volando por el cielonublado con el paquete balanceándose como un péndulo suspendido bajo su cuerpo.
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Cuando Connie regresó a casa, se sorprendió. Tenían un visitante, o quizá dos.Frente a la puerta del número cinco de Shaker Row había una vieja motocicleta considecar. En la cocina encontró dos cascos pero a un solo invitado: el doctor Brock.Estaba charlando con su tía y el Signor Antonelli ante una taza de café y una especiede galletas secas caseras. Nada más entrar, el doctor Brock le gritó: -Ah, Connie, te estaba esperando. Ya me han contado que os habéis metido en laboca del lobo yendo a Axoil. -Sí -admitió ella, sentándose a la mesa-. Lo siento: fue idea de Anneena yRupa. -Eso me han dicho. No puedes controlar lo que hagan tus amigas. Al fin y alcabo, sólo siguen su naturaleza de jóvenes extremadamente curiosas. Esperemos quelas sirenas no llamen la atención durante un tiempo. Pero hoy he venido por otracosa. Tal como te dije, he escrito una carta a los Administradores explicándoles losacontecimientos de la semana pasada y me han contestado diciendo que quierenconocerte. Evelyn no pudo callarse, convencida de que el doctor Brock no daría a la noticia laimportancia que merecía. -¡Es un gran honor que los Administradores quieran conocerte, Connie! -exclamó-. ¡No sé de nadie más a quien se lo hayan pedido! -No, los compañeros de le sirene no nos reunimos con los Administradores, carina-voceó el Signor Antonelli. El doctor Brock le guiñó el ojo con complicidad. -Bueno, nuestra Connie es especial y, para saltarnos la decisión de unexaminador, se requiere la más alta autoridad. -Pero una reunión con todos ellos... ¡Eso es algo sin precedentes! -exclamóEvelyn. -Cierto, pero el caso es que la reunión se celebrará esta noche en Dartmoor.Tenemos que llegar antes de que oscurezca porque no quiero tener que buscar el sitioa oscuras. Tu tía me ha dado permiso para llevarte, de modo que, si estás de acuerdo,comeremos algo rápido y nos iremos. Connie notaba la emoción de los tres, lo que hacía que todavía anhelara másdescubrir cómo eran esos Administradores. -Me parece genial. Pero venía pensando que hoy tendría que ir a ver a lassirenas. Alguien tiene que hablar con ellas, ¿no? El doctor Brock intercambió una mirada con Evelyn y el Signor Antonelli. -Mmm... Por ahora, no nos parece una buena idea, Connie -dijo, pasándose losdedos por el pelo-. Si las sirenas han acudido a Kullervo... Bueno, solucionemosprimero la cuestión de tu ingreso en la Sociedad. El Signor Antonelli se encargará delas sirenas. El italiano asintió. -Pero... -empezó Connie. -Los Administradores te esperan, Connie -la cortó Evelyn con brusquedad-.Han hecho un largo viaje y no debes hacerlos esperar. Una hora más tarde, Connie recorría los paisajes agrestes que separabanHescombe de Dartmoor en el sidecar. No veía demasiado, porque la lluvia salpicabael pequeño parabrisas que tenía delante. A pesar de la seguridad del cinturón, iracurrucada a tan poca distancia del suelo le daba una tremenda sensación develocidad. Al mirar a su derecha, vio al doctor Brock en la moto, con las gafastapándole los ojos y las gotas de lluvia chorreando. Connie pensó que ir en moto eralo más parecido a cabalgar un dragón que podía conseguirse convencionalmente,aunque era una mala comparación: sin alas, sin llamas, sin comunicación con lacriatura. La moto aminoró la marcha para entrar en un aparcamiento y traqueteó al pasarsobre unos cuantos charcos enlodados. Connie bajó del sidecar con el cuerpoentumecido y estiró los doloridos músculos. Aparte de un solo coche, el lugar estaba su entera disposición, lo que no era en absoluto sorprendente porque hacía un díaterrible para pasear por los páramos. Las nubes atravesaban precipitadamente elhorizonte soltando grises chaparrones sobre las laderas de las colinas, una ovejabalaba quejosa en algún lugar cercano y el viento levantaba insistentemente lamelena de la niña. Los heléchos bronceados se combaban sobre el camino, soltandolágrimas de lluvia a su paso. A pesar de todo, el doctor Brock no parecía en absoluto desanimado. -Vaya, vaya-dijo, guardando los cascos en el sidecar-. Es perfecto: no hay unalma, o sea que casi seguro que nadie podrá ver a los Administradores. -¿Por qué no quieren que los vean? -le interrogó Connie. -Porque la mitad son criaturas mitológicas... Se armaría un gran revuelo si lossorprendieran en Hescombe, créeme -viendo la expresión de sorpresa de Connie, elhombre chasqueó la lengua-. No creerías que iba a arrastrarte hasta Dartmoor en undía como éste si hubiéramos podido celebrar la reunión en la cálida cocina de tu tía,¿no? Connie no estaba segura de lo que creía o dejaba de creer. Las costumbres de laSociedad eran tan nuevas y extraordinarias para ella que ya nada de lo que el doctorBrock pudiera decirle le parecería raro. -Pero creo que hay alguien más -le advirtió Connie, asintiendo en dirección alcoche. -Es Ivor Coddrington -repuso el doctor Brock, sin darle importancia. A Connie se le encogió el corazón. -No sabía que iba a estar aquí -murmuró. -Quiere exponer su versión de los hechos a los Administradores por elescandaloso error que cometió. Descartar al primer compañero universal después deun siglo no es algo que desee enmarcar para la posteridad, créeme. El doctor Brock estudió su mapa unos segundos antes de encaminarse hacia elnorte. Connie le pisaba los talones, aunque con la mente dividida, como si quisieramarcharse de allí. El señor Coddrington era la última persona a quien deseaba ver. Yestaba segura de que el desagrado era mutuo. Durante el examen ya había dejadobien claro que no quería verla en su Sociedad. ¿No volvería a los Administradorescontra ella? -¿Está lejos? -preguntó. -A unos seis kilómetros -respondió el doctor Brock, mirando hacia atrás-.Tenemos mucho tiempo: nos lo tomaremos con calma. Será mejor que empieces amover los pies, cielo. Atravesaron la verde hierba sorteando las rocas que se erigían como grises dientesnacidos de las encías formadas por la tierra. A Connie, la hierba le parecía una fina capa que cubría algo que yacía debajo, una desconocida presencia primaria, fría yadusta como jamás había percibido. Aquí y allá, cortadas o quemadas, las aulagas ysus raíces grises se retorcían en la superficie como serpientes enroscadas. El silencio yla desolación se apoderaron del corazón de la niña, llenándola de desesperación. Sinquerer, le vino a la cabeza el recuerdo de la danza circular de su tía y notó cómoabandonaba su alma el último resquicio de alegría para perderse en el implacabledesierto de los páramos. Sólo gracias a su gran fuerza de voluntad lograba continuarponiendo un pie delante del otro, siguiendo fielmente los pasos del doctor Brock. Connie avanzaba penosamente, secándose la lluvia de los ojos. Caminar bajo elagua era incómodo. El ejercicio la hizo entrar en calor y tuvo ganas de quitarse elanorak, pero seguía lloviendo. Se preguntaba cómo era posible que el doctor Brockcontinuara adelante sin muestras de sufrir en aquellas condiciones. ¿Acaso loscompañeros de los dragones eran más duros que los demás? Justo cuando empezabaa pensar que no podía más, el doctor Brock se detuvo ante una escalera de roca pararecuperar un poco el aliento antes de cruzar la cerca. Ya casi oscurecía. Lasamenazadoras nubes oscurecían el día más de lo normal. -Doctor Brock -dijo Connie. -¿Sí, Connie? -Hay algo que me preocupa desde el día del examen. -¿Ah, sí? ¿Y qué es? -Creo que el señor Coddrington se dio cuenta de que era una compañerauniversal, pero me suspendió deliberadamente. No le gusto, ¿sabe? Ahora que había exteriorizado el temor que la minaba, esperaba que el doctorBrock le dijera que no fuera tonta, pero el hombre no le dijo nada de eso y se la quedómirando pensativo, mientras se apoyaba en la escalera. -Es posible -dijo al fin-. Los compañeros universales concitan las envidias ylos temores de los demás miembros de la Sociedad. Algunos los consideran unaamenaza para el sistema, porque desbaratan nuestras pulcras categorías yprocedimientos. Ivor es de los que no quieren remover las aguas. Tras presenciar lamuerte del don, ver que ha renacido en una nueva generación de compañeros podríaconvertirse en su peor pesadilla. Connie reflexionó un instante. Sí, era posible, aunque ella seguía teniendo laimpresión de que no le había gustado incluso antes de examinarla, como si hubieradecidido su veredicto desde el preciso momento en que ella había entrado en la sala. -Pero lo que piense Ivor Coddrington ya es completamente irrelevante, Connie-siguió el doctor Brock, levantándose-. Te examinarán los Administradores y paraun compañero no existe más alto honor.
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Col estaba protagonizando la peor clase de vuelo de la historia. Su padre habíaaparecido de la nada para observarle y saber que estaba allí había espantado todossus talentos naturales. -¡No, no, muchacho! -gritó el capitán Graves-. Agáchate a la izquierda cuandogire. Si sigues por ese camino, te caerás en un santiamén. Col se enfadó aún más consigo mismo y notó cómo se ruborizaba. -¿Qué ocurre, compañero? -le preguntó Skylark con preocupación-. Hoy mehas cerrado una parte de ti. No puedo oír tu pensamiento. «Perfecto», pensó Col amargamente, porque si los escuchara alucinaría con laretahila de palabrotas que le pasaban por la cabeza en ese momento. No le gustabasentirse de aquel modo y no creía que nadie pudiera entenderle y perdonárselo. -No pasa nada, Skylark -mintió Col. El pegaso inclinó la cabeza con elescepticismo emanando de su ser como la luz de una linterna que amenazaba conalumbrar los rincones que Col prefería mantener ocultos. Aquella exposición era loúltimo que deseaba Col en ese momento, así que se inclinó hacia delante y dijo envoz alta-: Basta, Skylark. Lo siento pero ya tengo suficiente. ¿Podemos bajar, porfavor? Skylark tenía la delicadeza suficiente como para no presionar más a Col, de modoque descendió silenciosamente y aterrizó con un ligerísimo golpe sobre la hierba,justo al lado del capitán Graves y el padre de Col. -No sé qué le pasa hoy al chico, señor Clamworthy -se excusó el capitán Graves,como si se sintiera responsable de la pobre exhibición de su alumno-. Normalmenteno se comporta así. Tal como le dije, tiene un extraordinario don natural paramontar. -No pasa nada, capitán -dijo el padre de Col, echando una mirada cautelosa asu hijo-. No siempre podemos actuar a la carta, ¿no? Yo le creo cuando dice que esbueno... Al fin y al cabo es hijo mío. No puede sorprenderme que haya salido contalento, ¿no? Lo dijo como si fuera un chiste, pero Col hizo una mueca: su padre siempre semostraba tan seguro de sí mismo, tan orgulloso de sus evidentes habilidades comocompañero... El capitán Graves se llevó a Skylark dándole unas palmaditas afectuosas en ellomo y dejó a padre e hijo solos en la explanada. El día se había estropeado y una fríalluvia moteaba los vaqueros de diseño del señor Clamworthy y le aplastaba elerizado pelo negro. El señor Clamworthy, o Mack, como prefería que le llamaran -incluso su hijo-, siempre intentaba parecer más joven de lo que era. Col pensó que el pelo aplastado por la lluvia le hacía parecer mayor, revelando las arrugasalrededor de sus ojos y, en definitiva, haciéndole parecer el padre común que Colsiempre había deseado. -Y bien, Col, has tenido problemillas, ¿verdad? -preguntó Mack Clamworthy,sin demasiada sutileza. A lo mejor su padre intentaba demostrar interés por losprogresos de su hijo, pero Col no podía evitar oír las palabras sin pronunciar quetantas veces había escuchado: que los éxitos se debían a los genes de los Clamworthyy los fracasos a los de la familia de su madre. -Me las apaño. Mack rodeó los hombros de su hijo con el brazo y lo empujó hacia la granja. -¿Ha venido a verte tu madre? Col se encogió de hombros, fingiendo indiferencia mientras una dolorosa imagende su increíblemente bella madre se materializaba en su mente. -No. -¡Vaya! -Mack empezó a reírse desdeñosamente, dejando en el aire la acusaciónimplícita de que los problemas de Col se debían a la negligencia de su madre. Colsintió una oleada de rabia: sabía muy bien que si ella hubiera ido a verle su padre lohabría utilizado igualmente para justificar la pobre actuación de su hijo. Ansioso porcambiar de tema antes de decir nada fuera de tono, Col le formuló la pregunta quesiempre conseguía llevar a su padre por otros derroteros. -¿Qué te trae por aquí? ¿Vuelve a estar el Kraken en nuestras aguas? -Sí, chico. Ayer estuve buceando, pero todo va bien. Está bien escondido en lasprofundidades. Col miró a su padre de reojo, pensando que, a pesar de lo que pensaba de él, tenerun padre compañero de una de las más temidas bestias marinas del mundo erarealmente fantástico. No alcanzaba a imaginar cómo debía de ser el encuentro: sudon para los pegasos se quedaba corto en comparación. -Me ha dicho mamá que has ido a visitar a nuestros amigos de Chartmouth -soltó Mack, emergiendo abruptamente al presente desde las profundidades a las quele había llevado la pregunta de Col. -Ah, sí. ¿Viste el periódico? -Sí. Lástima que atrajerais su atención hacia lo que están haciendo las sirenas -Col se ruborizó-. Hay que ir con cuidado con esos tipos, Col... Ya sabes... Me heencontrado con gente de esa calaña en otras partes del mundo y son tipos duros delOeste. Axoil es una firma despiadada y no hay ninguna razón para pensar que sudelegación europea tenga que ser diferente. No creas que una columnita de periódicoy cuatro chavales van a interponerse en su camino. Y a ese idiota de Maurice Quick...Le conozco. Fuimos juntos al colegio. Axoil le va como anillo al dedo. De pequeño ya era desagradable, siempre fanfarroneando de que tenía un reloj, o lo que fuera, mejorque el resto. Me apuesto lo que quieras a que ahora que le han dado juguetes másgrandes con los que jugar en la refinería sigue siendo igual que antes. Debe de estarencantado de haber vuelto aquí para restregarnos su éxito por la cara. Más vale quereces para que nuestros caminos no se crucen. No seré nada agradable si nosencontramos cara a cara; te lo digo yo. Col reprimió su resentimiento por el hecho de que, incluso en aquello, su padrequisiera saber más que él. Por lo visto, nunca iba a conseguir hacer nada que Mackno hubiera hecho antes, y mejor, por supuesto. Pero quizá por una vez su padretuviera razón: la vasta experiencia de Mack en el mar podría resultarles útil parasaber qué hacer. ¿Había alguna forma de evitar que descubrieran a las sirenas? -Papá, ¿tienes idea de lo que deberíamos hacer ahora? -le preguntó Col cuandollegaban al aparcamiento de delante de la casa de los Masterson. Mack, con el cascomedio puesto miró a su hijo a los ojos por primera vez. Vaciló, se quitó el casco ysonrió, dando unas palmaditas en la espalda del muchacho, visiblemente complacidopor la pregunta. -Claro. Cuando tengo dudas, siempre me parece mejor volver a los principiosiniciales de la Sociedad. Creo que lo que necesitáis es una táctica de distracción...
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El doctor Brock y Connie llegaron al punto de encuentro hacia las siete de la tarde.Los Administradores habían escogido el lugar más remoto de los páramos, marcadopor un tor: una roca moldeada por los elementos con una forma tortuosa querecordaba a un hombre con capucha luchando contra el viento para mantenerseerguido. Jirones de nubes se arremolinaban a su alrededor haciendo que parecieraque el tor se movía para revelar sus misteriosos y oscuros rasgos entre los harapos dela niebla. Semejante imagen empequeñecía a Ivor Coddrington, que ya estaba allí,resguardado a sotavento de una roca y viéndoselas con un paraguas negro. Se lehabía girado y estaba intentando volver a ponerlo bien. Su llegada no le alegródemasiado. -¡Hola, Ivor! -gritó el doctor Brock a pleno pulmón. El señor Coddrington los miró. -Menudo revuelo han montado con ella -replicó, agitando el paraguasviolentamente para que volviera solo a su posición de cúpula sobre su cabeza-. ¡Nosha arrastrado a todos hasta aquí! Connie se escondió tras el doctor Brock. -Vamos, hombre... Connie es todo un hallazgo para nosotros -dijo el doctorBrock, con vestigios de diversión en la voz. -¡Y un cuerno! -gruñó el señor Coddrington, antes de devolver su atención alparaguas para cortar la conversación. Connie le oyó mascullar algo como «más bienun peligro», pero no lo dijo lo bastante fuerte para que el doctor Brock se sintieraobligado a responder. La espera fue tediosa. Sólo había un lugar que ofrecía cierto cobijo contra la lluvia,a sotavento del tor, y eso significaba que los tres tendrían que sentarseincómodamente cerca. Con el señor Coddrington acurrucado bajo su paraguas a tanpoca distancia, Connie no estaba dispuesta a hacer más preguntas, aunque nodejaban de rondarle la cabeza. El viento rugía entre las grietas del tor como undemonio atrapado royendo la roca para escapar. Caía una lluvia continua que calabay proyectaba un gris crepúsculo sobre los páramos, que se extendían a ambos ladoscomo un sórdido mar verde de incansables olas de hierba rizada. Observando elpaisaje borroso, Connie volvió a sentirse desolada y asustada. Su don la hacíadiferente y ya empezaba a entenderlo, pero ¿dejarían los Administradores queentrara en la Sociedad después de examinarla o escucharían al señor Coddrington?Y... ¿quiénes o qué eran los Administradores? Para acallar sus angustiosospensamientos mató el tiempo lanzando piedras a diversos objetivos. El doctor Brockse unió a ella en aquel improvisado juego y la niña se animó con la pequeñacompetición que había empezado. -¡Aja! ¡He ganado! -exclamó el doctor Brock tras tocar la hierba iluminada porel halo de luz proyectado por su linterna. Connie aceptó alegremente la derrota: ellahabía ganado seis rondas seguidas. -¿Otra? -preguntó Connie, pero no obtuvo respuesta. El doctor Brock miraba alcielo nocturno. Ella no veía nada: no había estrellas ni luna. Sin embargo, tambiénnotó algo: alguien se acercaba. El latigazo de unas alas de cuero la alertó... Tras unallamarada, descendió entre las nubes un dragón con el vientre de un intenso verde,volando en círculo sobre sus cabezas. El doctor Brock se levantó de un salto, emocionado. -¡Es Morjik! -gritó. -¿Morjik? -preguntó ella. El hombre la ayudó a levantarse. -Sí, el dragón más anciano y sabio de la Europa central. El dragón aterrizó con un fuerte golpe a un tiro de piedra y plegó las alas sobre subrillante cuerpo. Fue entonces cuando Connie advirtió sobre sus lomos la presenciade una mujer vestida con un traje de montar de piel marrón. A la luz de la linterna,Connie aventuró que la mujer debía de tener la misma edad que el doctor Brock y,como él, ser muy ducha en la tarea de volar sobre un dragón. -¡Kinga! -el doctor Brock corrió a ayudarla a bajar-. ¡Qué alegría verte despuésde tantos años! -Lo mismo digo, Franciszek, aunque veo que has perdido tu rebelde melena conla edad -repuso ella, con una voz ronca de acento escandinavo, señalando el peloblanco del hombre, a quien dio tres besos en las mejillas-. ¿Somos los primeros? El doctor Brock asintió y se volvió para inclinarse vehementemente ante Morjik. -Sabio, nos honra tu presencia -dijo con gran seriedad. El dragón de brillantepiel verde, escamosa y nudosa como la corteza de un árbol, e increíbles ojos rojossacó la lengua suavemente para tocar la mano del doctor. Connie notó el vínculoafectuoso entre los tres y se preguntó qué había tras aquel encuentro. La mujer saludó a Ivor Coddrington con un leve gesto de cabeza. El dragón no lehizo el menor caso, pero ambos se volvieron hacia Connie. El doctor Brock seinterpuso entre ellos. -¿No deberíamos esperar? -sugirió. A lo mejor era prematuro presentarla antesde que llegaran todos los Administradores. -Es verdad, dejemos eso para luego -afirmó la mujer. Bajó unos haces de leñadel lomo de su montura y dijo-: Venga, vamos a encender un fuego para indicar alos demás que ya han llegado a esta miserable isla lluviosa vuestra, Franciszek. Comoves, vengo preparada: un regalito de los bosques de mi país. Hizo un montoncito con la madera y, con el feroz aliento del dragón, no tuvieronningún problema para encender el fuego a pesar de la lluvia. Connie se acurrucó alotro lado de la hoguera, sintiéndose muy extraña. ¿Cuándo iban a llegar los demás?Tenía ganas de conocer a los recién llegados, especialmente al dragón, cuyosalucinantes ojos no dejaban de atraerla. Deseaba tocar sus escamas y notar el calor desu cuerpo, que relucía levemente, como una esmeralda, en la oscuridad. Pero, entonces, a Connie se le erizó el vello de la nuca: se acercaban más criaturas.Inesperadamente se sintió arrastrada por tres sensaciones distintas: primero unacalma sedosa, como si se hallara en una ducha de niebla plateada; después uninquietante malhumor y, por último, una determinación de acero que la asaltó contanta fuerza que soltó un gritito sofocado. Se tambaleaba luchando con aquellas trespresencias contradictorias: era como si tres cuerdas tiraran de ella en distintasdirecciones. El doctor Brock se deslizó hasta su lado. -¿Qué ocurre? -le preguntó, preocupado. No hubiese sabido decírselo... De hecho, no tuvo que decir nada cuando seisfiguras irrumpieron de entre las sombras. El fuego alumbró primero un animal queConnie reconoció inmediatamente como una unicornio. Era más grande de lo quehabía imaginado, con recias espaldas de marcados músculos. Un cuerno doradosobresalía majestuosamente en el centro de su frente y una esponjosa crin plateada lecubría el cuello, reluciendo con el reflejo de las llamas. Una mujer africana, vestida con una túnica de un naranja chillón y un intrincado trenzado en la cabeza, caminabaa su lado, con una mano apoyada en la crin de la unicornio, como si acabara dedesmontar. Seguidamente, entró en el círculo de luz la criatura más desconcertanteque Connie hubiese visto jamás. Parecía un cuervo gigantesco, del tamaño de unapersona. Al alzar las alas, empezó a desprender destellos de luz blanca acompañadosde un profundo retumbar. A su lado avanzaba un hombre alto de piel bronceada quevestía una chaqueta de paño con flecos tachonada de piedras azules. Su largo pelotenía canas y llevaba un collar de plumas rojas. Finalmente irrumpió en la luz unacriatura rechoncha con aspecto humano que escondía el rostro bajo una capa concapucha; lo único que Connie pudo adivinar entre los pliegues de la capa fue unaoscura y peñascosa mano con un mazo. Con el otro brazo sostenía a su ancianocompañero, un hombre frágil tocado con un suéter amarillo. Le recordó a uno deesos ancianos marineros que solían verse en el muelle de Hescombe sentados junto asus cañas de pescar y arrugados como una pasa. Kinga, que había sido la primera en llegar, asumió el papel de anfitriona y seacercó a ellos para darles la bienvenida. -Bienvenidos, amigos -dijo, con sus ojos penetrantes brillando ante el fuego y ellargo pelo gris recogido en la nuca-. Nos reunimos en un gran día para laSociedad... Si lo que todos esperamos resulta ser verdad... Presentémonos primero anuestros invitados agradeciéndoles que hayan acudido a pesar de haberlos avisadocon tan poca antelación. Se volvió hacia el doctor Brock, Connie y el señor Coddrington, dando a entenderque la reunión había comenzado. -Los Administradores se han reunido: en representación de la Compañía deReptiles y Criaturas Marinas se presentan Morjik, el dragón más anciano, y yomisma, Kinga Potowska, compañera de los dragones; por la Compañía de las BestiasAladas se presentan Pájaro de la Tormenta y Niño Águila, su compañero; por laCompañía de Bípedos y Cuadrúpedos se presentan Windfoal, la más grande detodos los unicornios, y su compañera, Kira Okona; por las Criaturas de los CuatroElementos, Gard, el enano de roca, con Frederick Cony, compañero de los enanos deroca. Los ocho Administradores formaron, por parejas, un círculo alrededor del fuego:al norte se sentó el enano con su compañero; al este, Pájaro de la Tormenta; al sur, eldragón y, al oeste, la unicornio. La lluvia había cesado, el cielo se estaba despejandoy una estrella brillaba intensamente entre las nubes en retirada, destellando sobre elcuerno dorado de la unicornio como una joya en la cabeza de un cetro. El ambienteestaba cargado de energía: las sensaciones que había experimentado Conniepersistían, mezcladas con la fiera presencia del dragón. Estaba confundida y luchabapor controlar su instinto de acercarse a todas las criaturas: nunca antes había estadoen presencia de más de una especie y corría el peligro de verse superada. El doctor Brock dijo en voz baja: -No tienes buen aspecto, Connie, ¿te ocurre algo? Connie intentó explicarle su confusión, pero la voz se le atascó en la garganta. Sesentía sofocada con el flujo de energía que provenía de las bestias: azotada por elfuego, ahogada en un torbellino de sensaciones. El doctor Brock avanzó un paso hacia el centro del círculo. -Administradores, os ruego que no enviéis vuestros pensamientos a lamuchacha. Cuatro mentes poderosas a la vez son más de lo que un humano puedesoportar. Los cuatro compañeros humanos miraron a sus criaturas con curiosidad: ningunode ellos se había dado cuenta de que las estuvieran compartiendo con alguienmientras tomaban asiento. Inmediatamente, Connie sintió menguar la energía, comocuando baja la marea, y notó que podía volver a pensar con claridad. El señor Coddrington la había estado observando detenidamente mientras seproducía aquel episodio y escogió ese momento para adelantarse también en elcírculo. A Connie se le hizo extraña la presencia de aquel hombre en el centro delcírculo de criaturas. -Honorables Administradores, ¿podría hablar? -Kinga asintió-. Esto es lo quehallé cuando la examiné: confusión, caos -explicó el señor Coddrington, escupiendolas palabras con desdén-. Puede que tenga dones fuera de lo común, pero mantengomi veredicto de que están sin fijar, desordenados. La suspendí tanto por su biencomo por el de las criaturas míticas. Quizá ya sea demasiado tarde para echarla de laSociedad, porque ya conoce demasiados de nuestros secretos, pero aconsejaríasinceramente que sus actividades se limitaran únicamente a una especie. Connie, fuera del círculo de luz, observaba ansiosamente a los Administradores:¿estarían de acuerdo con el examinador? En el fondo de su corazón, Connie sabía quepodría controlar sus reacciones si la enseñaban a concentrarse, pero, si IvorCoddrington conseguía su propósito, jamás podría ni siquiera intentarlo. Kinga miró a los otros integrantes del círculo. -Ya sé lo que Morjik y yo pensamos de este tema, pero quizás alguien quierahablar primero... Niño Águila levantó la mano y con la brisa los flecos de su chaqueta se mecieronlevemente como la hierba de una pradera. -Nos gustaría escuchar a Connie -dijo con absoluta serenidad. La compañera del dragón hizo una señal a Connie para que avanzara. -Bienvenida, niña, a nuestra reunión. Sabemos que quizá te resulte difícil hablarante tantos extraños pero, si te atreves, dinos lo que te gustaría que ocurriera. Una voz profundamente chillona, la de un enano de roca, irrumpió desde el nortedel círculo. -Una cuestión hay que no debe preocuparte: ninguna duda nos cabe de quetienes el don universal. En bruto y sin tratar, pero lo tienes. Consciente de que le temblaban las rodillas, Connie avanzó con nerviosismo. Secolocó en el centro del círculo, desplazando al señor Coddrington, buscandoinstintivamente el punto en el que la energía que emanaba de las cuatro criaturasencontraba su equilibrio. Al dar con él, se detuvo y dejó de sentirse inmediatamentesola y escrutada. Se sentía conectada a las criaturas, como el eje en el centro de unarueda. Como si hubiera escuchado una llamada, Morjik levantó el morro, liberandouna lengua de fuego; Windfoal relinchó; Pájaro de la Tormenta agitó las alas,lanzando sus afilados dardos de luz blanca, y Gard golpeó el suelo con su mazocomo si estuviera dando un campanazo. -Me gustaría desarrollar mi don, si es posible. Estoy segura de que... Bueno, almenos creo que... puedo aprender a controlarlo, a estabilizarlo -dijo Connie,mirando al señor Coddrington. -Tiene razón -sentenció un penetrante graznido. Connie se preguntó quiénhabía hablado, hasta que se percató de que había sido Morjik. Los demás parecíantan sorprendidos como ella de que el sabio hubiera intervenido, ya que el habla eraalgo muy raro entre los dragones. Kira Okona se incorporó al debate con su suave voz, tan dulce como si se hubieraliberado ante ellos la esencia de un buen chocolate fundido. -Windfoal y yo estamos de acuerdo en que Connie lo intente. Nadie descubre sudon ya plenamente formado: todos hemos tenido que aprender a usarlo. Su tarea essimilar, aunque mucho más compleja. Hubo un sonoro graznido de Pájaro de la Tormenta y Niño Águila dijo: -Dejad que la pollita aprenda a volar. No la atéis a la rama. -Entonces está decidido -declaró Kinga-. Agradecemos al señor Coddringtonsu preocupación por el bienestar de la Sociedad, pero, en este caso, creemos que laprecaución es una mala elección. Se confirma el ingreso de Connie en la Sociedadpara la Protección de las Criaturas Míticas y el resultado de su examen anteriorqueda anulado. Juzgamos que su poder de comunicación es el propio de ununiversal. Debe empezar su entrenamiento de inmediato. Connie sintió un fulgor de placer encendiéndose en su interior. Hasta que noescuchó esas palabras no se dio realmente cuenta de lo que había llegado a significarpara ella pertenecer a la Sociedad. Y oír que las sirenas tenían razón, que era unauniversal, que quizás hasta fuera la mejor de todos... ¡Parecía un don fantástico! Eldoctor Brock se acercó a darle la mano, encantado con el resultado. Ivor Coddringtonse perdió en la oscuridad murmurando que volvía a su coche. Nadie prestódemasiada atención a su rencorosa partida porque la unicornio relinchó y sacudió sucrin, esparciendo destellos plateados por todas partes. ~ -Windfoal desea conocer a Connie -dijo Kira-. Quiere saber qué hay en sucorazón. -¿Qué hago? -preguntó Connie a Kira mientras el doctor Brock la empujabasuavemente. -Tú espera y lo sabrás -dijo Kira con una sonrisa. La unicornio avanzó trotando,se detuvo de golpe y se encabritó ante Connie. La niña notó el olor dulce de la bestiay se encontró mirándola a los ojos, a esos ojos negros como la noche. Windfoal bajó elcuello a la altura de la muchacha, envolviéndola en su perfumada crin. Connielevantó la mano cuidadosamente hasta el hocico de la unicornio y apoyó la frentecontra la mejilla aterciopelada del animal, susurrándole su nombre suavemente aloído. Kira habló a los demás: -Windfoal nos recuerda que Connie es aún una niña y que necesita dormir.Nosotros tenemos otras cosas que discutir esta noche, pero dejemos descansar aConnie. Después, Windfoal la llevará al aparcamiento para evitarle el largo caminode regreso. -Sí, cuando hayamos terminado con nuestros asuntos -dijo Kinga-, Morjik yyo llevaremos a Francis tan cerca de la carretera como podamos. Tumbada al lado de la unicornio, Connie apenas era consciente de la conversaciónque estaban manteniendo más allá. Sabía que mencionaban frecuentemente sunombre y el de la criatura llamada Kullervo, pero había algo tan abrumador en elsueño que le enviaba Windfoal que todo aquello le parecía carente de importancia enaquel momento. Lo único que quería era acurrucarse en la manta que le había dejadoNiño Águila y dejarse llevar por sueños poblados de arroyos soleados, exuberantespraderas y risas.