capitulo 18 El escudo y la espada

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El olor dulzón del heno y el calor de una manta de tartán... Skylark se agitócomplacido con la comodidad de su establo. Frotando suavemente el morro contraCol, le instó a volver a la granja. Ambos sabían que no pegaría ojo sin tener noticiasde Connie. Col halló a casi toda la sección de Hescombe sentada con el señorMasterson en el comedor, hablando en voz baja alrededor de una reluciente mesa deroble oscuro. Sin embargo, Evelyn no paraba de pasearse arriba y abajo, enfadada yclavando miradas desafiantes a los retratos de los antepasados de los Masterson, queobservaban al grupo desaprobadoramente desde las paredes. La más joven del clanestaba apoyada contra la puerta, vestida con un camisón de flores y unas zapatillas. -¿Connie está bien? -preguntó Col a Shirley. La niña se encogió de hombros. -Creo que sí. Sorprendido, Col se volvió para mirar a Shirley a la cara, pero ella no le miró a losojos. Su expresión era de puro aburrimiento, como si no le interesara lo que estabaocurriendo esa noche... En realidad, actuaba como si le importara más el hecho detener la casa llena de invitados que cualquier otra cosa. Col no estaba dispuesto aperder el tiempo con ella. Sabía que no le iba a dar una respuesta como Dios manda,así que pasó de largo y entró en el comedor. -¡Ah, Col! -el doctor Brock se levantó al verle entrar-. Te estábamosesperando. Como has sido la última persona a quien ha visto Connie antes dedesmayarse, Windfoal cree que deberías estar presente cuando se despierte. Venconmigo. El doctor Brock hizo subir a Col a un gran dormitorio con gruesas cortinas deterciopelo rojo, que ya empezaban a adquirir cierta palidez rosada con la luz del solnaciente. Col vio que Connie dormía en una cama con dosel, con el pelo esparcidosobre la almohada. Ya no tenía el aspecto marmóreo que tanto lo había alarmadounas horas antes. Su rostro había recuperado el color natural y parecía disfrutar deun agradable sueño. En sus labios se dibujaba una sonrisa. -La hemos mandado a dormir con Windfoal -dijo el doctor Brock-. Y mientrassueña, ella la protege de todos los malos recuerdos. Pero volverán cuando despierte...De hecho, necesito que lo recuerde todo, porque tenemos que saber lo que ha visto yoído -suspiró-. Nuestra vigilancia ha fallado y eso significa que ha llegado elmomento de contárselo todo. No podemos seguir ocultándoselo sin ponerla enpeligro. Col y el doctor Brock tomaron asiento en un par de sillones raídos. Muy a pesarsuyo, Col se sorprendió bostezando y se frotó los ojos enérgicamente con losnudillos. -¿Está bien? ¿Qué le ha hecho Kullervo? -preguntó, todavía impresionado porla imagen de Connie en los páramos y el cuerpo aplastado de Scark. -Creo que casi la mata por negarse a ayudarle a llevar a cabo sus planes dedestrucción del mundo humano -respondió el doctor Brock en voz baja-. Perogracias a ti, y a los demás, está a salvo. Sin embargo, el precio ha sido muy alto: nosólo ha muerto un valiente pájaro por ella, sino que nos ha llegado la noticia de que,cuando estaba echando a Kullervo y a sus criaturas, Morjik ha resultado gravementeherido por unos relámpagos. Los dragones lo traen hacia aquí. Está al borde de lamuerte. -¡Morjik! ¡Scark! -no era Col, sino Connie quien había hablado. Col y el doctorBrock se volvieron y la encontraron sentada en la cama con una expresión salvaje enla cara. -Túmbate tranquila -le recomendó el doctor Brock, corriendo para evitar que selevantara de la cama-. Kinga está haciendo todo lo que puede por Morjik. No tepreocupes. Al viejo dragón aún le quedan fuerzas. Connie volvió a tumbarse sobre la almohada a regañadientes, pero apartó lamirada de sus amigos inquieta. Todavía estaba trastornada: nada iba a devolverle aScark. Era como si se hubiera despertado en una pesadilla. Su maravilloso don sehabía vuelto feo y no quería ni oír hablar de él. Quería volver a dormirse, porque enlos sueños todo era tranquilo y bonito. Col se acercó a su lado y le tocó la mano. -¿Cómo te encuentras? -le preguntó. -Bien -mintió, apretándole ligeramente los dedos-. Un poco confusa... Yasustada... Preocupada por Morjik. -¿Confusa? -le preguntó el doctor Brock, con cariño. -Sí. Él... Kullervo me quería a su lado. No estoy segura de por qué no me hamatado -respondió Connie, escondiéndose más entre las sábanas, como si temieraescuchar la respuesta. El doctor Brock se frotó la barbilla y apartó la mirada, pensando qué podía decirle. -No soy ningún experto en estos asuntos, pero creo, Connie, que si losuniversales tienen un compañero en el mundo mítico, ése es Kullervo. Soishomólogos: él en su mundo y tú en el nuestro. Sabía que existías antes que losdemás. Yo diría que ha estado siempre al acecho de los de tu clase... Bueno, desdeque conseguimos esconderle a los universales que quedaban durante la últimaguerra. Ha estado esperando y buscando a otro universal para hacerse con él antesde que nosotros lo ocultáramos. Estaba preparado para cuando dejáramos devigilarte. -¡Pero yo no quiero ser la compañera de una criatura tan vil! -protestó Connie. -Lo sé -dijo el doctor Brock, poniéndole una mano tranquilizadora en el brazo-. He dicho que sois homólogos, no que tengas que ser su compañera. En realidad,sería una terrible noticia para nosotros si quisieras unirte a él. A través de ti, podríaacrecentar su poder cien veces. Actualmente, actúa en nuestro mundo a través de susseguidores, porque su poder todavía está confinado al mundo mítico. Necesita queun compañero universal le abra la puerta. -¡Eso significa que volverá por mí! -exclamó Connie, reincorporándose condesesperación. Quería dejar de ser universal, volver a los tiempos en los que nisiquiera había oído hablar de eso. El doctor Brock volvió a reconfortarla dulcemente. -Por ti... O por el próximo universal que descubramos. Ya sé que te resulta difícilescuchar todo esto, Connie, pero es mejor que seas plenamente consciente del peligroal que te enfrentas en lugar de encontrártelo delante sin comerlo ni beberlo. Te loteníamos que haber contado antes, pero pensamos que aún no estabas preparada.Tienes que entender que él está dispuesto a esperar hasta que encuentre un cómplice.Intentará convencerte, pero, si falla, te preferirá muerta que viva para hacerle frente.Para él, serías una amenaza si sobrevivieras y te enfrentaras a él, ¿sabes? -¿Por qué? -preguntó Col, horrorizado. Era la primera vez que escuchaba eso.Connie volvía a tener el aspecto abatido de unas horas antes en los páramos. Seacababa de dar cuenta de que estaba atrapada: atrapada por su condición deuniversal. La estúpida idea de negar aquella verdad había sido sólo un espejismo. -No estamos seguros, pero las leyendas sobre Kullervo cuentan que sólo se lepuede derrotar con una fuerza del bien equivalente a la suya. Y yo diría que nuestraConnie está llena de bondad, ¿verdad? -los ojos del doctor Brock brillaron bajo susblancas cejas al mirar a Col-. Ella es lo que más se acerca a esa fuerza del bien. -Pero yo no puedo hacer nada contra ese... ese monstruo -dijo Connie,completamente incrédula. Todos parecían esperar demasiado de ella, que ni siquierahabía podido mantenerse en pie ante Kullervo. Ni siquiera había podido salvar aScark. -Puede que aún no, pero tu entrenamiento acaba de empezar. ¿Me puedes contaralgo de él, Connie? -le preguntó el doctor Brock, con calma-. Nadie hasta ahoradespués de verlo había sobrevivido, ¿sabes? O sea que convendría saber de él todo loque se pueda para combatirlo. Sin dejar de temblar, Connie respiró hondo y les narró lo acontecido esa noche conla voz entrecortada. Cuando llegó por segunda vez a la parte en la que había tocado aKullervo, no se atrevió a confesar lo cerca que había estado de ceder ante él.Avergonzada de su debilidad, no quiso profundizar en esa parte de la historia. Laslágrimas le resbalaron por las mejillas mientras narraba la muerte de Scark. Col la escuchaba con creciente alarma, mientras ella describía al espíritu de formacambiante que la había apresado. No podía dejar de pensar que había sidoincreíblemente valiente para mantenerse firme ante él. -Se ha ido, ¿verdad? -preguntó Col al doctor Brock cuando Connie huboterminado, con la esperanza de que su amiga pudiera obtener algo de consuelo. -De momento, sí. Los dragones le han obligado a retirarse esta noche y lo hanvisto viajando hacia el norte entre las nubes del gigante del tiempo. Me parece quehoy van a tener mal tiempo en el mar de Irlanda. La alusión al gigante del tiempo hizo recordar a Connie otro detalle de la noche. -Doctor Brock, ¡tiene que hacer algo con el señor Coddrington! Creo que está departe de Kullervo. El doctor Brock pareció sorprendido. -¡Ivor Coddrington de parte de Kullervo! Debo admitir que no me cae bien, perome cuesta creer algo así incluso de él. ¡Lleva años en la Sociedad! -Aun así-insistió Connie. Acto seguido, le contó cómo el señor Coddrington lahabía acorralado en el castillo y que no había hecho nada por ayudarla cuando eldragón negro se la llevaba-. Creo que me suspendió en la prueba porque estabasiguiendo órdenes de Kullervo. Kullervo no quiere que yo esté en la Sociedad. Si nome cree, ¡pregúnteselo al señor Coddrington! -Es una acusación muy grave, Connie -dijo el doctor Brock, vacilando-. IvorCoddrington ha servido fielmente a la Sociedad en muchas crisis anteriores. Cuentacon la plena confianza de los Administradores y conoce todos sus planes. Connie se sentía demasiado débil para discutir. -Usted, pregúnteselo. -¡Pero es que ha sido Ivor Coddrington quien nos ha avisado de tu desaparición! Eso deshinchó las velas de Connie. ¿Se había equivocado? Quizás había dejadoque la aversión que sentía por aquel hombre le nublara el juicio. -¡No puede ser! -protestó. -Pues así ha sido. Yo estaba allí cuando ha llegado corriendo al aparcamientopara decirnos que habías desaparecido... Y Col también. Connie se rindió. Con tantos testigos en su contra, ¿cómo iba a explicar que ellasimplemente sabía, porque se lo decía su instinto, que no podían fiarse de él? Apartóla cara de sus amigos deseando volver al apacible sueño en el que nada importaba. -Ya ha tenido bastante -murmuró Col al doctor Brock, levantándose para irse. -Sí, ya llevamos aquí demasiado rato. Duerme bien, niña. En este lugar no van aencontrarte -le aseguró el doctor Brock, apartándole con ternura el pelo de la frente.Y los dos visitantes abandonaron silenciosamente la habitación. Aquella noche, cuando Connie se despertó, recuperada de su odisea, elentrenamiento empezó más en serio que nunca. Había llegado el momento deiniciarla en los conocimientos más profundos de los universales. Encerrada con seisde los Administradores en el granero, aprendió a controlar los vínculos con más deuna criatura a la vez. Kinga y Morjik no estaban allí por culpa de las heridas deldragón, pero no andaban demasiado lejos. Morjik estaba tumbado en el cobertizo delos corderos, justo al lado, sumido en un profundo sueño de dolor y sufrimiento, bajola atenta mirada de Kinga. El ataque de Kullervo había provocado otro cambio entrelos Administradores: Frederick Cony, que hasta entonces se había pasado casi todo eltiempo durmiendo o descansando, se había puesto manos a la obra como por arte demagia y se estaba tomando el entrenamiento de Connie muy en serio. -Mi tío Reginald fue el último universal de este país -le dijo el viejo,apoyándose en una bala de paja, con el pelo gris brillando como el granito mojadobajo el fluorescente encendido-. Murió hace diez años, pero me contó muchas cosasque podrían sernos útiles. Kira estaba impaciente y no paraba de pasearse agitadamente por el sueloalfombrado de paja, como una leona enjaulada. -Frederick -dijo-, tenemos que ayudar a Connie a bloquear esos ataques. Si nopuede defenderse de ellos, seguirá siendo vulnerable ante Kullervo. No podemosprotegerla día y noche en Hescombe: la niña tiene que hacer su vida. -Pues claro, Kira -se avino Frederick-, pero un universal posee muchas máshabilidades que el mero bloqueo de presencias hostiles -y volvió a dirigirse aConnie-: Mi tío me contó que, antes, en la época en la que librábamos grandesbatallas en nombre de las criaturas míticas, la Sociedad reconocía a los universalescomo sanadores y guerreros. Los universales tenían incluso su propia compañíadentro de la Sociedad y siempre había uno entre los Administradores: el noveno, ellíder de todos nosotros. -Pero no disponemos de años, sólo tenemos una noche para dar a Connie unaayuda de emergencia -protestó Kira, ansiosa. Presa también de la inquietud, Windfoal golpeó el suelo con su huesuda pata e inclinó las orejas hacia delante,expectante, con su pelaje brillando como papel de plata bajo la intensa luz. -Entonces, empecemos ya -sugirió Gard bruscamente, lanzando una pétreamirada a la compañera de los unicornios. No le gustaba que criticaran a sucompañero y mucho menos cuando había recuperado parte de su antiguo espíritu. -De acuerdo -repuso Frederick, haciéndose rápidamente con las riendas de lasituación-. Si eres tan amable, Connie, colócate en el centro de nuestro círculo. Todos sabían que había un punto cardinal vacío, pero, aun así, Connie se puso enel centro. Sin Morjik, la energía del círculo quedaba desequilibrada. Windfoalrelinchó apesadumbrada; el techo devolvió el eco de los tonos cristalinos de sulamento. Pájaro de la Tormenta rugió como una tormenta lejana. -Bien -dijo Frederick-, recuerdo que mi tío me dijo que las armas básicas deluniversal son la espada y el escudo. Yo sólo puedo describiros lo que él me contó, yaque, naturalmente, nunca lo he probado: serás tú quien lo haga. »Decía que el escudo protege al universal de la interferencia de presenciasindeseadas. Según parece, siempre se imaginaba sosteniendo un gran escudo sobre lacabeza para alejar los ataques. Los universales más expertos podían incluso hacerrebotar el ataque para dirigirlo contra el atacante y ésa era una de las armas másefectivas del guerrero. Os sugiero que lo probemos, ya que, como ha dicho mirespetada colega, el tiempo apremia -concluyó Frederick, dedicando a Kira unamirada irónica. Connie no confiaba en sí misma y estaba segura de que iba a fallar, pero tampocotenía nada que perder. Sabía que estaba en deuda con los demás y consigo misma.Tenía que aprender a protegerse de Kullervo, porque no quería que ninguna otracriatura arriesgara la vida por salvarla. Así pues, inspiró profundamente y dijo: -Vale, estoy preparada. La sala quedó en silencio y en el aire empezó a temblar la energía... Una energíaque Connie casi veía fluir hacia ella. Del cuerno de la unicornio manó un chorro dechispas plateadas; las alas de Pájaro de la Tormenta esparcieron haces de luz blanca;del martillo del enano de roca surgieron unas raíces metálicas que se clavaron en elsuelo, arracimándose a los pies de Connie. La niña reconoció al instante susdiferentes naturalezas: amable, tormentosa, inflexible. Recordándose que debíaresistirse a aquellos vínculos, se replegó en su mente buscando algún signo del donque le habían dicho que poseía y topó con algo en la oscuridad. Era algo que crecíacomo un bulbo en los albores de la primavera. Lentamente, fue tomando forma en sumente la silueta de un escudo. Lo agarró fuerte. Y funcionó: bloqueó lospensamientos. -Intentad acceder a ella con más empeño -dijo Frederick, observandodetenidamente a Connie, que fruncía el ceño por el esfuerzo. Las criaturas volvieron a atacar su escudo y cada vez se le hacía más difícilmantenerlo. Una poderosa ola de agradable calma se coló por los bordes y le acaricióla mente: la unicornio había conseguido penetrar. Como si se hubiera roto una presa,penetraron también las demás criaturas y le llenaron la mente con sus presencias. Laarrastraban como si fuera una hoja indefensa en medio de una corriente. -¡Ay! -exclamó Connie, agarrándose a una bala de paja para no caerse. Laspresencias se retiraron inmediatamente. -Lo has hecho muy bien, Connie -dijo Frederick-. No puedes esperardemasiado la primera vez. Pero ¿ves lo que has de hacer? -Sí-respondió Connie, jadeando-, pero no soy lo bastante fuerte para sujetar elescudo. -Puede que aún no lo seas, y menos contra tan poderosas mentes como éstas quetienes delante, pero tu fuerza y tu destreza crecerán. El segundo instrumento, laespada, puede ayudarte. -¿Y cómo es esa espada? -preguntó Connie, nada convencida. Jamás habíaempuñado una espada. -El tío Reginald la describía como el más alto estado mental de un universal. Enrealidad, utilizaba otra imagen para expresar lo que quería decir: hablaba de un maren el que desembocan todos los ríos, un gran estuario donde se mezclan las aguasfrías, calientes, lentas y rápidas. Decía que no te podías perder porque eras el mar ensí, pero, en cambio, podías sentir las presencias individuales sin confusión alguna. Connie seguía llena de dudas. -Pero ¿qué tiene eso que ver con las espadas? -Lo siento, cielo, pero no me acuerdo -se disculpó Frederick. -Es el siguiente paso -intervino Gard, crujiendo mientras se ponía en pie-. Eluniversal puede unir esas fuerzas y, si todos están dispuestos, controlarlas. Hanpasado muchos siglos terrenales desde que participé por última vez en algo así. A losenanos de roca no nos gusta mezclarnos con los que no pertenecen a nuestroelemento, pero, cuando la necesidad apremia, incluso nosotros dejamos que losuniversales dirijan nuestros poderes. -Pues, intentémoslo -sugirió Connie, preguntándose adonde iba a llevarla todoaquello. Ya había servido de hilo conductor experimentando el poder de Pájaro de laTormenta el día que había quemado el arbusto. ¿Sería algo parecido? De nuevo, un silencio expectante llenó el granero. Connie intentó dejar la mente enblanco y se imaginó en un enorme mar, en un mar soleado y apacible, muy distintodel negro mar que le había hecho sentir Kullervo. Las tres presencias intentabanmeterse en su cabeza. Connie se las imaginó como tres ríos desembocando en susaguas marinas. Su concentración flaqueó un segundo y la imagen perdió intensidad, pero entonces recordó que Morjik le había dicho que era ancha como el océano, demodo que no debía costarle ningún esfuerzo ser lo que su naturaleza le marcaba. «-¡Pobre Morjik!» No era un pensamiento de Connie, sino de Windfoal, pero ellalo escuchó. «-Tendríamos que ayudarle.» Ese era Gard. «-El poder del rayo puede sanar del mismo modo que hiere», añadió Pájaro de laTormenta. Entonces los cuatro callaron, maravillados: por primera vez podían comunicarsedirectamente entre sí. -Sanador y guerrero -dijo Gard. Como uno solo, los cuatro vieron con claridad lo que debían hacer. Empezaron abuscar a Morjik. Connie halló su presencia enseguida y fue dirigiendo suspensamientos hacia él. «-Universal -respondió el dragón con el pensamiento-, estoy débil y vagandoen mis sueños -el viejo dragón notó la presencia de los demás-. Pero ¿quiénes sonestos que están contigo?» Los Administradores pronunciaron sus nombres y le ofrecieron sus dones: la pazde Windfoal, la fuerza de Gard y la energía de Pájaro de la Tormenta. Connie notócómo los poderes de las criaturas corrían por sus venas como el metal fundido que sevierte en un molde. Con gran esfuerzo se concentró para canalizar las ofrendas yevitar que se perdieran. Sentía que tenía en sus manos un instrumento poderosísimoformado por el acero curativo del unicornio, el poder nutritivo de la tierra y la fuerzadinámica de las nubes. Mientras lo dirigía hacia el dragón, como un escalpelo conpunta de diamante que debía cortarle la piel y llegar a la úlcera de su interior, Connienotó que los poderes fluían hasta la última célula del cuerpo de Morjik, ejerciendo unpoder limpiador que arrancó toda la inmundicia dejada por Kullervo y susseguidores. Tras esto, Morjik suspiró y cayó en un profundo sueño sin imágenes. Auna señal de Connie, los cuatro retiraron su presencia de la criatura y rompierontambién el vínculo con los demás, conscientes de que habían proporcionado a Morjikuna profunda cura que haría que se recuperara rápidamente. -He ahí la espada -dijo Frederick. Connie abrió los ojos y encontró al hombresonriendo-. Hemos visto lo que sucedía a través del vínculo con nuestras criaturasmíticas. -Tienes un don increíble, Connie -opinó Niño Águila-. A través de ti podemosoír y ver a los demás como tú misma. Ahora entiendo por qué nuestra Sociedad haperdurado tantos siglos. ¿Cómo habíamos olvidado esto? -Eso digo yo -convino Frederick-. Mi tío jamás mencionó que la espadapudiera compartirse. Me temo que, en su época, había caído en desuso. La Sociedad se desintegró a medida que la era industrial iba avanzando y él se pasó casi toda lavida ocultándose. Connie estaba exhausta. Si hubiera podido expresar sus sentimientos con palabras,habría dicho que se sentía como la orilla del mar cuando la marea la abandona: hechaun asco y con un montón de ideas inconexas. -Es posible que no tuvieran bastante energía para utilizarla de este modo -dijoConnie-. Me parece que es una habilidad que no puede usarse demasiado amenudo. Si hubiéramos seguido un poco más, hubiera gastado hasta la última gota. -Y ya estabas cansada a causa de tu encuentro con Kullervo -le recordó Kira-.Tenemos que cuidar más a nuestra universal, amigos. -Entonces, es hora de irse a la cama y dormir -anunció Frederick-. Pero, antesde irte, creo que puedo decir que has completado la primera fase de tuentrenamiento con éxito, ¿no os parece, compañeros Administradores? -Claro que sí -lo apoyó Kira-. Aún te queda mucho por aprender, Connie,pero ahora ya puedes andar sola. Niño Águila asintió con expresión seria y añadió: -Pero creo que no deberíamos permitir que los demás conozcan este éxito. Si esposible, deberíamos evitar que Kullervo se entere de que tienes estas habilidades: teconvierten en una aliada, o en una cautiva, aún más deseable. Pero empiezo a dudarque podamos esconderle algo de ti. Parece saber más de ti que todos nosotros. Connie se reunió con Evelyn en la granja, sin dejar de dar vueltas a aquellainquietante idea. Con la enorme cazuela de albóndigas preparadas por la señoraMasterson aún delante, el señor Masterson se ofreció a llevar al señor Coddrington ala estación aprovechando que tenía que dejar a las Lionheart en casa. Connie deseóde todo corazón que no lo hubiera hecho. Con el examinador rondando porHescombe, Connie estaba segura de que no pasaría demasiado tiempo antes de queKullervo se enterara de todos los detalles de sus progresos, así que permaneciócallada a la mesa. Sin embargo, el señor Coddrington estaba muy parlanchín. -Estoy desolado por no haber evitado que se la llevaran, señorita Lionheart -dijo en voz alta, para que todos los comensales le oyeran-. Pero ¿qué podía hacer yocontra un dragón tan grande? Hice todo lo posible, se lo aseguro, pero desaparecióen un tris. -No debes culparte, Ivor -lo interrumpió el señor Masterson-. Ninguno denosotros hubiera podido hacer nada. -Bueno, al menos estaba cerca para dar la alarma. Eso fue una suerte... Una gransuerte -concluyó el señor Coddrington dedicando a Connie una sonrisacompungida.

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