Llegó noviembre y, con él, el mayor acontecimiento del año para la Sociedad: laconvención anual. Criaturas y compañeros de todo el país acudían a Tintagelaprovechando los fuegos artificiales y las hogueras del 5 de noviembre para cubrir sullegada. La gente estaba demasiado ensimismada viendo luces y explosiones en elcielo para darse cuenta del exceso de dragones y pegasos. En el minibús que llevabaa los miembros de Hescombe hacia la costa oeste, Connie iba al lado de Jessica yambas sentían tanta emoción como aprensión. Connie ansiaba ver a toda la Sociedadreunida pero no dejaba de recordar las palabras de Jessica sobre el hecho de que launiversal no iba a pasar desapercibida. Lo último que ella quería era llamar laatención de los desconocidos. -¿Preparada? -le preguntó Jessica, como si le hubiera leído el pensamiento. -En realidad no -admitió Connie-. Tengo un nudo en el estómago. -Son sólo nervios. No te preocupes. Te encantará -por la cara de su amiga, supoque no la había convencido, así que cambió de tema antes de que Connie se pusieramás nerviosa-. ¿Tuviste muchos problemas? -¿Lo dices por lo de los muelles? Pues, unos cuantos. Mi tía me estuvomachacando una semana entera. Parecía más preocupada por el hecho de que mehubiera vuelto a acercar a una sirena que porque salvara a dos hombres de morirahogados. A veces no la entiendo. -Ah, claro -dijo Jessica rehuyendo el bulto, sin mirarla a los ojos. Connie tuvo laextraña sensación de que Jessica sí que entendía a su tía. Guardaron silencio unos minutos. Connie notaba los ojos de Evelyn clavándose ensu nuca. Desde que había recibido la carta de queja por su irrupción en los muelles,su tía ya no veía a Jessica como una amiga con la que Connie pudiera estar segura.Seguramente, a esas alturas Col ya se había enterado de su aventura. El niño ibasentado unas filas más atrás, con los gemelos, los jinetes de dragón. Connie sepreguntaba qué pensaba Col de todo aquello. ¿Sabía que había tenido parte de culpaen lo de que Anneena hubiera ido a buscar maquinaria defectuosa? De todos modos, Col tampoco le iba a decir lo que opinaba. El ambiente glacialentre ambos se había prolongado tanto tiempo que Connie ya no confiaba en poderarreglarlo. Con un suspiro, se sacudió las migajas del nuevo traje marrón para volar.Quería mantenerlo pulcro para su primer vuelo con Morjik esa misma noche. -¿Cómo es Tintagel? -preguntó Connie. -Es un antiguo castillo en ruinas, al lado del mar, justo al borde de un acantilado-respondió Jessica-. Es un lugar famoso por sus mitos y leyendas... El hogar de loscaballeros exterminadores de dragones del rey Arturo. Cuando el minibús entró a trompicones en el aparcamiento, un campo que leshabía prestado un amable granjero, ya había oscurecido. Estaba lleno de coches yautobuses alineados bajo los árboles y Connie vio que la gente hacía cola, comocuando se agolpa una multitud antes de un partido importante, hablandoagitadamente y saludando con entusiasmo a los viejos amigos. La niña siguió a sugrupo, que pasó ante la mesa de inscripciones, donde un cartel rezaba: «A partir deaquí, sólo miembros de la Sociedad.» A continuación, recorrieron un escarpadosendero iluminado con antorchas que bajaba hasta la playa. Las llamas fluctuaban enla oscuridad, proyectando sombras danzarinas en los impacientes rostros de la genteque se reunía al borde del mar. Connie se dejó llevar con un escalofrío de curiosidadganando fuerza en su interior. Casi a nivel del mar, en un valle entre dos acantilados, el grupo iba más despaciopara que los miembros subieran en fila los escalones empinados que los llevarían alcastillo de Tintagel. Las ruinas se alzaban en una lengua de tierra, casi como una isla,un ancho bloque de roca con la superficie llana que se adentraba en el mar. Debajo,las olas habían excavado persistentemente la roca, tratando de socavar el frágil lazodel castillo con tierra firme y dejarlo a la deriva para siempre. Connie vio la boca deuna cueva bostezando en la base del acantilado y escuchó el retumbar de las olascontra la roca. El suelo parecía temblar a sus pies, a punto de rendirse al poder delmar. Subiendo los escalones de madera tan deprisa como pudo, llegó a un patioalfombrado de césped. Cruzaba un arco cuando rozó unos hierbajos que sobresalíande una grieta y percibió que hasta las viejas hierbas esperaban ansiosas el inicio de lacelebración. La rodeaban tres paredes del ruinoso castillo, que se sostenían comodientes rotos, pero ella se fijó en la cuarta pared, la más baja. Apenas tapaba el negroagujero que se convertía en un peligroso precipicio sobre las olas. Allí abajo estabaScark volando en círculo sobre el mar encrespado. Connie sonrió al ver que tambiénél había volado hasta allí para la reunión. -¡No es por ahí! -gritó Jessica-. ¡Hay que subir más! «¿Más?», pensó Connie con un escalofrío. Odiaba las alturas. -El encuentro se celebra arriba del todo. Sígueme. Connie siguió los pasos de Jessica, subiendo todavía más escalones hasta la cimallana de Tintagel. Ya no estaba tan cerca del precipicio y empezó a respirar mejor. Alllegar arriba, vio que la gente había formado un cuadrado, en cuyo centro había unenorme montón de leña todavía sin encender. Llegaba una brisa fría del mar quetrajo a los oídos de Connie el rumor de las olas. Aquella noche, el murmullo parecíacargado de significado. El pelo de Connie centelleaba; su piel, brillaba. Era como siTintagel se hubiera convertido en una gran arpa de tensas cuerdas de energíainvisible que iban de una pared a otra, resonando armoniosamente con cada soplo deviento. -¿Lo notas? -le preguntó Jessica, agarrándole la mano y apretándosela conemoción-. Son las criaturas marinas: también están aquí. Arran y las demás selkiesestán ahí fuera. Connie le devolvió el apretón: sí, lo notaba. Allí, rodeada de todos aquellosmiembros de la Sociedad, se sentía segura, como en casa. Sabía que estaba sonriendode pura felicidad. No se podía aguantar. Miró a su alrededor. Había cientos depersonas reunidas en la cima, pero parecían pocas en la inmensa planicie. Eso la hizodarse cuenta de cuán poca gente quedaba para proteger a las criaturas míticas. -¿Aquí está todo el mundo? -preguntó a Jessica. Jessica asintió. -Sí. Antes había miles de miembros en Gran Bretaña, pero la Sociedad hace añosque va en retroceso. Cada vez se identifican menos dones y, por eso, cada vez haymenos miembros. Por eso tú eres tan importante, ¿sabes? Dicen que tú significas elcambio de rumbo para el futuro de la Sociedad. Dicen que si han vuelto losuniversales, ¿por qué no van a volver los demás? Connie pensó que la confianza que Jessica depositaba en ella era excesiva. Paracambiar algo, iban a necesitar a más de una persona. La niña encontró asientorápidamente al lado de Jessica, junto a los Serpientes Marinas, y trató de pasardesapercibida. Esperaron. Compartiendo un instinto común, todos callaron. Fueentonces cuando hicieron su aparición las criaturas míticas. Lo primero que notaronConnie y Jessica fue el tamborileo de las pezuñas sobre la tierra blanda, unaprofunda percusión en comparación con el rumor vibrante del viento. Por el oestellegó a la cima una estampida de animales de todos los colores, formas y tamaños. Ala cabeza iba Windfoal, que agachó su dorado cuerno cuando pasó ante la hoguera.Tras ella, bramando, relinchando, rugiendo en una cacofonía de sonidos, iban loscentauros, los pegasos, los minotauros, los becerros de oro, los grandes osos, losgigantes y muchas otras criaturas que Connie ni siquiera sabía nombrar. Mientrasestos seres entraban en el recinto, empezaron a llegar también las bestias de las otrastres compañías. Ante los Dos-Cuatro, Connie vio una nube de animales que seacercaba por el este, liderada por una silueta negra que disparaba dardos de luzblanca: Pájaro de la Tormenta. No vio demasiado bien la llegada de los que seguían alos Elementales, pero no tuvo ningún problema para distinguir al escuadrón de dragones, capitaneado por Morjik, que se acercaba por el cielo nocturno formandouna flecha. Cuando pasaron por encima del montón de leña, Morjik soltó una granbocanada de fuego y lo encendió. Cuando las criaturas míticas hubieron tomado posiciones en sus compañías, ochofiguras avanzaron formando un círculo en el centro. -Son los Administradores -susurró Connie a Jessica, encantada de saber algosobre la Sociedad que su amiga desconocía. Kira Okona levantó la mano y se extendió un expectante silencio entre lospresentes. -Bienvenidos -dijo la compañera de los unicornios en voz alta y clara-. Ennombre de los Administradores y de la familia universal formada por La Sociedadpara la Protección de las Criaturas Míticas, os doy la bienvenida a esta celebraciónespecial. Casi nunca acudimos a vuestra Noche de las Hogueras, pero es que hastaahora no se había producido la llegada de una universal, y eso hay que celebrarlo -se extendió un murmullo de curiosidad entre la gente. El murmullo crecióconvirtiéndose en un rumor y, de repente, todo el mundo empezó a gritar y reír.Connie se escondió tras la bufanda. Notó que las criaturas la buscaban y, a sualrededor, los miembros de la Sociedad se abrazaban y algunos incluso lloraban dealegría. -¿Quién es? ¿Dónde está? -oyó que preguntaba todo el mundo. Jessica la miró,le guiñó el ojo y volvió a mirar hacia delante, guardándose la información para sí. Kira levantó la mano y el ruido cesó lentamente. -Por favor, amigos míticos, no intentéis conectar con la universal: ¡soisdemasiados! Las risas se escucharon por todo el cuadrado. Connie notó que la presencia decentenares de criaturas la abandonaba, dejándola sólo con el cosquilleo de energíaque había sentido al principio. -Y, amigos humanos, nuestra universal aún es joven y, ¿cómo os lo diría?, unpoco tímida ante las cámaras. La conoceréis cuando esté preparada, así que, porfavor, sed pacientes. Connie se sintió aliviada. Por un terrible instante había creído que la arrastraríanante todo el mundo y la expondrían a la vista de todos. -Pero, hablando en serio, también tenemos que pediros que estéis ojo avizor. Noes ninguna coincidencia que, con el retorno del don universal, haya resurgidonuestro más gran enemigo. Como ya debéis saber por la alerta que se mandó avuestras secciones, Kullervo, la criatura de forma cambiante, ha regresado y seespera que se presente en esta zona cuando lleguen las tormentas de invierno -porel silencio de la gente, Connie supo que la noticia no era nueva para ninguno de lospresentes: era sólo un terrible recordatorio-. Sin embargo, no nos dejemos llevar por tan oscuros pensamientos esta noche. Esta noche es noche de celebración ycelebraremos todos nuestros dones y los vínculos que nos unen a nuestroscompañeros. Así pues, tal como marcan las tradiciones de vuestro país, iniciemos lacelebración con los entretenimientos preparados por las cuatro compañías. Estanoche corresponde inaugurar los actos a la Compañía de los Cuatro Elementos. Saliendo del círculo por el norte, Kira se sentó con los Dos-Cuatro. Los demásAdministradores, excepto el enano de roca, se reunieron con sus respectivascompañías. Gard esperó a que varios enanos de roca con capucha se adelantaran,cada uno con un juego de campanillas montado en un bastidor de madera y unmartillito de plata. Se dispusieron en círculo alrededor de Gard y, quitándose lascapuchas, se dispusieron a tocar. Connie se quedó boquiabierta: hasta entonces no había visto la cara de Gardporque la había mantenido oculta en las profundidades de su capucha. Esperaba quelos enanos se parecieran a los hombrecillos con barba que había visto en sus libros decuentos y la realidad la sobrecogió. Los enanos, aunque tenían forma humana, erancomo estatuas de piedra que hubiesen cobrado vida. Algunos tenían una superficielisa de color negro azulado parecida al basalto; otros los contornos blandos y blancosde la tiza; uno en concreto parecía hecho de una increíble roca cristalina y brillabafosforescente a la luz trémula; las peñascosas manos y el anguloso rostro de Gardbrillaban negros como el carbón. Con una solemne reverencia al público, los enanos de roca empezaron a tocar. Golpeando las campanas en un intrincado orden, crearon una música que parecíacompuesta con los materiales propios de la Tierra. Connie no pudo evitar pensar enmartillos golpeando las paredes de profundas minas, en el rugido de las rocasdesprendiéndose de las laderas de las montañas, en el campanilleo de las piedraspreciosas en la cámara del tesoro. No era la música a la que estaba acostumbrada, nisiquiera podía decirse que fuera armoniosa o bonita, pero era alucinante escucharaquel ritmo insistente con sus extrañas notas discordantes. Para su gusto, la músicaterminó demasiado pronto y los enanos volvieron a asentir a la audiencia, queaplaudía con distintos grados de entusiasmo. -Gracias a Dios que ha terminado -gruñó Jessica. -¿No te ha gustado? -preguntó Connie, sorprendida. Entonces fue Jessica la sorprendida. -¿Quieres decir que a ti sí? Yo no le he encontrado ni pies ni cabeza. Era unbarullo interminable de ruidos chirriantes y metálicos. ¿Cómo ha podido gustarte? Connie se rió. -Bueno, ¡a mí no me ha sonado así! -Mmm... -murmuró Jessica-. Igual es por lo del don universal. Pero si implicaapreciar esa horrible música, a lo mejor tampoco eres tan afortunada. Los enanos de roca abandonaron el ruedo con el aplauso entusiasmado de losElementales y las educadas palmas del resto. Ocupó su lugar una banda de jóvenesde Serpientes Marinas. Jessica le dio un codazo a Connie. -¡Esto estará mejor! Ahora podremos bailar. La banda (dos violines, una flauta, un tambor y una guitarra) empezó a tocar unapieza basada en una canción folclórica escocesa, incorporando sus propias armonías,que destacaban sobre la melodía o palpitaban por debajo como acompañamiento.Cerrando los ojos para concentrarse en lo que escuchaba, Connie se percató de queestaban intentando expresar su experiencia como Serpientes Marinas: la corriente delmar y la emoción de montar un dragón. Enseguida, algunos jóvenes de las filas deSerpientes Marinas empezaron a bailar. Se agarraron las manos y se entrelazaroncomo los tentáculos de una enorme bestia marina. Jessica levantó a Connie del sueloy, de pronto, se vio enganchada al final de una hilera. La danza se iba enroscando ycasi no tocaba el suelo con los pies por la velocidad de los bailarines. El baileenloqueció. Se amontonaban alrededor del fuego criaturas y compañeros: las bansheesse retorcían con Evelyn en el centro; los diablillos del fuego atravesaban las llamas,con sus compañeros saltando detrás; los pegasos volaban haciendo acrobacias, consus jinetes gritando y riendo. Col y Skylark bajaron en picado hacia Connie y viraronhacia el mar en el último momento. Los osos se habían puesto de pie y bailabantorpemente con sus compañeros, gruñendo al ritmo de la música. El señor Mastersongalopaba a lomos de un enorme verraco, con el rostro encendido de gozo. En la filade Connie, los bailarines acabaron chocando entre sí y terminaron amontonados enuna montaña de cuerpos risueños sin aliento. -¡Vale, vale! -gritó Kira a la barahúnda, sin dejar de reír. Windfoal relinchó,apremiando a las criaturas para que volvieran a sus posiciones en el cuadrado. Pocoa poco se restauró el orden y Connie se encontró de nuevo entre los SerpientesMarinas, colgada del brazo de Jessica por un lado y de un niño al que no conocía porel otro. -Estoy agotada -jadeó. -Y yo. ¡Ha sido bestial! -resopló Jessica. Acabada la danza, cesó el jolgorio y la calma se apoderó de los asistentes al verentrar en procesión a diez dragones con sus diez jinetes. Abriendo el desfile iba eldoctor Brock con Argot. Connie se enderezó, ansiosa, en su asiento. Había oídodemasiadas alusiones a la sorpresa que había preparado el doctor Brock y se moríapor ver qué les tenía reservado. Rojo, marrón, azul pizarra, gris, verde: los dragonesparecían brillar en la oscuridad. Los jinetes hicieron una reverencia con la cabeza asus monturas y treparon ágilmente a sus asientos. Los dragones batieron las alas alunísono y levantaron el vuelo en perfecta sincronización. -¡Es impresionante! -exclamó Connie. -Pues espera... Seguro que hay más. Lo del vuelo sincronizado ya lo habíamosvisto antes, pero el doctor Brock nos prometió algo especial. Los dragones empezaron a rodear el castillo formando un enorme corro. Derepente, a una señal de Argot, salieron disparados hacia el fuego de campaña. Alaterrizar con todo su peso en el suelo, abrían las fauces y echaban una cascada dechispas plateadas. Se escuchó entre el público un murmullo de admiración mientrasaquella preciosa lluvia iba cayendo lentamente, obligándolos a entrecerrar los ojoshasta que las chispas tocaban el suelo. Los jinetes se inclinaron hacia delante ymetieron algo en la boca de sus monturas antes de volver a emprender el vuelo. Cadacriatura encontró su lugar en el gran corro. Volando sin prisas, los dragones sacaronla cabeza hacia fuera y soltaron un chorro de llamas rojas. Desde abajo, el efecto eraun enorme círculo rojo de fuego en el cielo nocturno. De pronto, dos jóvenes dragones llegaron por el norte y dispararon una salva deráfagas y explosiones. . Las ráfagas recorrieron el cielo abriéndose en llamaradasdoradas y rojas. Se escucharon los gritos y vítores del público reverberando en losacantilados. Y llegó el final. Los dragones rompieron el círculo y sobrevolaron las cabezas delos espectadores, espolvoreándolos con destellos dorados, esmeralda y topacio.Crearon tal mar de fuego que los dragones apenas se distinguían entre los destellos ylas explosiones del cielo. Entonces, se hizo la oscuridad. La gente forzaba el cuellopara buscar a las criaturas en la negrura, pero habían desaparecido. Y, de golpe,como surgida de la nada, les llegó una gran ráfaga de viento y los dragones salieronde dos en dos en cinco direcciones, dejando caer chispas de color verde sobre losDos-Cuatro, amarillo dorado sobre los Elementales, naranja sobre los SerpientesMarinas y azules sobre los Altos Vuelos. La última pareja voló sobre la hoguera paradibujar un círculo plateado de fuego que brilló unos instantes antes de desvanecerse. -¡Madre mía! -gritó Jessica, con admiración-. Han rendido homenaje a todaslas compañías, incluida la tuya: el círculo de plata, la brújula, es tu signo. Connie se emocionó. Aunque prefería pasar desapercibida entre los SerpientesMarinas, le gustó que el doctor Brock rindiera homenaje a su don de aquel modo. Sinduda, había hecho muy buen uso de las rocas de Gard. Se había fijado en que losjinetes habían estado alimentando a los dragones con diferentes minerales para quepudieran sacar los fuegos artificiales de sus ardientes estómagos. El público se volvió loco, aplaudiendo, silbando y gritando de admiración,mientras los dragones aterrizaban con tanta precisión como habían despegado. -¡Espero que el doctor Brock y Argot lo borden con una gran explosión! -exclamó Connie, riendo y levantándose para unirse a la ovación de los demás.