capitulo 19 La tormenta

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Tras los acontecimientos de la Cueva del Hombre Muerto, Connie supo que lavida jamás volvería a ser como antes. En presencia de una impresionante bandada degaviotas, enterró a Scark al pie de los acantilados que él tanto había amado. Su hija,Mew, picoteaba el montículo de arena, incapaz de asimilar su pérdida. Connie sabíamuy bien cómo se sentía. Los miembros de la Sociedad se dejaron llevar por una inquieta calma. Kullervohabía desaparecido de nuevo y no parecía que las sirenas fueran a atacar otra vez. Apesar de todo, Connie sabía que sólo era cuestión de tiempo: Alas de Gaviota podríacontrolar unos días a sus hermanas, tal como Connie le había pedido, pero la niñaestaba segura de que no pasaría mucho tiempo antes de que Aliento de Pluma oalguna de las otras se dejara llevar por el instinto de cazar a quienes las acosaban.Además, no había encontrado ninguna solución para la amenaza que Axoilsignificaba para el hogar de las sirenas y sentía que les había fallado. También había otra amenaza, en este caso más mundana. El padre de Jane buscabadesesperadamente otro trabajo antes de que se le acabara el contrato a final de año y,de momento, no había tenido mucho éxito. Todo apuntaba a que Jane y su familiatendrían que trasladarse en enero y esa perspectiva empañaba el ánimo de los cuatroamigos que intentaban acabar su exposición sobre la industria petrolera local. -Me gustaría saber por qué no ha habido más accidentes -comentó Anneena,pegando una foto de las Chimeneas en el corcho de la exposición. Parecía un pocodecepcionada. -Quizá la compañía ha aprendido la lección y ha arreglado la maquinariadefectuosa -sugirió Jane. -Lo dudo -murmuró Col. -Bueno, ¿qué os parece? -preguntó Anneena, retrocediendo para admirar elconjunto de su obra-. ¿Creéis que al señor Quick le gustará? -¡Creo que le encantará! -exclamó Col con una sonrisa de oreja a oreja.

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Los primeros indicios de más problemas llegaron por donde menos lo esperaban.Un sábado de principios de diciembre sonó el teléfono. Eran los padres de Connie,que anunciaban su intención de pasar las vacaciones de Navidad en Inglaterra, enlugar de quedarse en Manila, tal como habían planeado al principio. Connie escuchóa Evelyn interpretando el papel de la anfitriona encantada que intenta que la familiade su hermano se sienta bienvenida en su casa. Un escalofrío recorrió el espinazo deConnie como una premonición. Estaba encantada de ver a sus padres antes de lo queesperaba, pero sabía que eso iba a complicar aún más las cosas. -Pero ¿qué voy a decirle a tu padre cuando llegue? -exclamó Evelyn cuandocolgó. Parecía horrorizada por la idea de tener que explicar a su hermano, quedesaprobaba todo lo extravagante, que sobre la vida de su hija se cernía una granamenaza. -Pues... Nada -dijo Connie, sacudiéndose para espantar la angustia. Conintención de distraerse, empezó a secar los platos con un trapo-. Ya sabes que, si ledices algo a papá, me prohibirá cualquier tipo de contacto con la Sociedad. Sinembargo, Kullervo ya sabe que existo, así que aún correría más peligro. Necesito a laSociedad y tengo que aprender a utilizar mi don para defenderme. A Evelyn no se le ocurría nada para rebatir aquel argumento y, como le daba unaexcusa para escaparse de una difícil conversación con su hermano, se mostró másdispuesta a aceptar la sugerencia de lo que Connie hubiera esperado. -Pero me niego a decir mentiras, Connie -le advirtió-. Si tu padre me hace unapregunta directa, tendré que decirle la verdad. -Claro, y yo también -repuso Connie, sonriendo maliciosamente-. Pero si, deentrada, no sabe nada de Kullervo ni de las criaturas míticas, ¿qué probabilidadeshay de que pregunte?

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La mañana de la reunión de evaluación, la clase del señor Johnson expuso sustrabajos en el vestíbulo de entrada bajo el lema: «Nuestra comunidad.» Entre losproyectos de historia local, tráfico y pesca, destacaba el collage de información que loscuatro amigos habían preparado sobre la refinería Axoil. El señor Johnson se habíaacercado a supervisar el resultado final y se le había escapado la tos nerviosa. -Mmm... ¿No es un poco...? ¿No es comparativo? -le murmuró a Anneena. -Eso exactamente pretende ser, señor -respondió ella, alegremente. El hombreretrocedió un poco para valorarlo a distancia-. Usted nos pidió que buscáramos un tema de interés local y eso hemos hecho. Si lo piensa, verá que no podemosfigurarnos cuál será el impacto medioambiental aquí si no lo comparamos con otrosejemplos internacionales, ¿no le parece? Y usted dijo que nos apoyaría... El señor Johnson gruñó. -Sí, pero yo no esperaba que fuera tan... Tan parcial. Anneena no se había podido resistir a la sugerencia de Col: aceptar la oferta deMack Clamworthy de ayudarlos a recopilar viejos artículos sobre Axoil en todo elmundo. Mack había confesado a Col que estaba más que contento de «sacar lostrapos sucios» de la empresa que dirigía su antiguo enemigo de clase. El collage, llenode escándalos debidos a los accidentes y la contaminación, no iba a complacer nada asu invitado. -No pensará pedirnos que lo quitemos, ¿verdad? -lo retó Anneena, clavando sumirada retadora en el profesor. -Mmm... No, pero... Bueno, ya veremos -respondió el señor Johnson,incómodo-. Ahora volvamos a clase y no levantéis la cabeza del libro. Después de comer toda la escuela debía reunirse en la sala de actos. Col entró conJustin y se sentó al fondo. En la primera fila estaba el señor Quick, encorvado en unasilla demasiado pequeña para él. Parecía un buitre negro a la cabeza de filas y filas deniños sonrientes con ropa multicolor. Su sonrisa daba pena: parecía una tétricamueca de calavera. Sin duda, no estaba de buen humor. Col no era el único quedeseaba verle cambiar de cara. -Espera a que vea nuestra exposición -murmuró Col para sí con una sonrisa desatisfacción. -¡Niños y niñas, sentaos, por favor! -gritó la señora Hartley por encima delbarullo-. Supongo que ya estáis todos enterados de que hoy tenemos un invitadomuy especial. El señor Quick, de Axoil, ha venido a anunciar quién ha sido elganador del concurso del patio y a entregarnos un cheque. Gracias a todos los quehabéis participado... Hemos tenido aportaciones maravillosas, ¿verdad? -la señoraHartley miró al señor Quick buscando la confirmación, pero la sonrisa del hombrehabía desaparecido y miraba con malicia a Rupa, que acababa de entrar en la sala yestaba de pie al lado de la puerta con su fotógrafo. -Mmm... Sí -respondió el señor Quick, algo abruptamente, cuando se dio cuentade que la señora Hartley se estaba dirigiendo a él. -Pues bien, ahora voy a anunciaros el nombre del ganador. Si eres el afortunado,nos gustaría que te quedaras un segundo después del acto para que podamos ir conel señor Quick a ver el dibujo colgado en la exposición. Col guiñó el ojo a Anneena, que le devolvió una sonrisa, sin dejar de removerseinquieto en su asiento para ver mejor. -Y el ganador es... Úrsula Jones, de cuarto. ¡Muy bien, Úrsula! La escuela aplaudió educadamente mientras una niña con coleta se acercaba alfrente para recibir su certificado. -Hemos escogido el dibujo de Úrsula porque ha tenido la original idea de crearuna estructura en forma de petrolero para trepar por ella. El señor Quick ha hecho labromita de decir que habría que pintarla con los colores de Axoil -añadió la señoraHartley, muerta de risa. Su invitado sonrió a Úrsula, que le devolvió la sonrisanerviosamente. -No es ninguna broma -murmuró Col a Justin-. Te apuesto lo que quieras aque el canalla quiere que se pinte así de verdad. -Hemos colgado el dibujo de Úrsula en la exposición para que todos podáis verlo-añadió la señora Hartley-. Muy bien, Úrsula, ya puedes volver a tu sitio. Al acabar el acto, los niños salieron corriendo de la sala. Connie siguió a Anneena,ansiosa por saber si el señor Quick habría visto ya su collage. Las niñas chocaron conCol, que observaba enfadado al grupito de periodistas que se agolpaban en elvestíbulo principal. -¡Mirad! -exclamó-. Han quitado nuestro trabajo y han colgado ese dibujo deun petrolero -estaba rojo de ira y ni siquiera se molestó en hablar en voz baja. El señor Johnson apareció a su lado al escuchar el alboroto. -Temía que algo así pudiera ocurrir -dijo, con los ojos encendidos de rabia-.Lo habrá hecho cuando nos ha visto entrar en la sala. La señora Hartley, que se olió el problema, se acercó también al grupo. -Está saliendo todo muy bien, ¿verdad? -exclamó-. He tenido que quitar unascuantas cosas para hacer un poco de espacio al dibujo ganador, Terry, pero measeguraré de que vuelvan a colgarse nada más terminar el acto -nadie hizo ademánde moverse, así que la señora Hartley tuvo que improvisar otra estrategia-. Terry,más vale que vuelvas a clase para despedir a tus alumnos. Ya empiezan a llegarpadres a recogerlos -e hizo un vago gesto en dirección a la puerta principal, dondeno había ni una sola persona esperando, antes de volverse para interceptar a Rupa,que buscaba en vano el trabajo de su hermana. El señor Quick estaba posando antelas cámaras, con el brazo alrededor de los hombros de Úrsula, que sujetaba uncheque desproporcionadamente grande y con un montón de ceros. -Vamos -dijo el señor Johnson, en tono hastiado-. Debí suponer que pasaríaesto. El profesor los instó a seguirle hasta el aula. Connie agarró a Col del brazo,temiendo que pudiera hacer alguna locura. -Vamos, Col, Axoil no va a tener siempre la última palabra.

el secreto de las sirenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora