Tras una miserable semana evitando a Col en el colegio, Connie vio con alivio quellegaba el esperado fin de semana y su primera sesión de entrenamiento deldomingo: un encuentro con Pájaro de la Tormenta y una oportunidad para empezara utilizar su don. Sentía que estaba a punto de abrírsele una puerta a un nuevomundo y estaba decidida a hacer todo lo posible para vivir según su llamada. Elencuentro iba a producirse en un valle cerrado, tras la granja de los Masterson, yNiño Águila le había pedido que llevara dos artículos un poco raros: unos guantes degoma y unos zapatos con suela de goma. Apenas había amanecido cuando su tía la dejó en los terrenos de la granja; unpálido rosa teñía el cielo y los pájaros alzaban las agudas notas de su canto al airehúmedo y frío. Mientras Connie y Niño Águila subían por la colina de detrás de lagranja para llegar al punto más alto de los páramos, vieron extenderse ante sí unmundo diferente. Los cerros se elevaban sobre un mar de niebla como ballenasemergiendo entre las olas. El mundo humano de casas y calles se había perdido.Connie siguió al compañero por una puerta de reja con cinco barras que daba a unvallecito boscoso. Los árboles cubiertos de líquenes se despojaban de sus hojas portandas. Las rocas grises salpicadas de musgo se extendían por las laderas, abriéndosepaso entre las raíces de los árboles. El aire estaba muy quieto. Connie se tambaleabaentre las hojas caídas y las zarzas que aún estaban cargadas de rocío adherido a losfinos hilos de las telarañas. Con el roce, las gotas se le pegaban a los vaqueros, cadavez más rígidos y pesados. Niño Águila, en cambio, avanzaba con el movimientofluido de un león montañés como si apenas tocara el suelo con sus mocasines. -¿Niño Águila? -preguntó Connie, atreviéndose al fin a romper el silencio-.¿Puedes decirme para qué son los guantes de goma? No te imagino con ellos. La risa de Niño Águila sonó como si brotara de un profundo almacén de alegríaescondido tras su impasible rostro. -No -dijo-, pero si los hubiera tenido al principio quizá me hubieran hechobuen servicio. El pájaro de la tormenta es una especie difícil, Connie: compleja,voluble y peligrosa. Si no consigues una conexión completa, te arriesgas aelectrocutarte. -¿Y si consigues una conexión completa? -Ah, entonces... Entonces eres como una raíz enérgica profundamente anclada enla tierra y sientes la energía bombeando por tu cuerpo sin sufrir ningún daño. El pájaro de la tormenta estaba esperando a Connie y a Niño Águila en el lugarmás profundo y recóndito del valle, con su siniestra silueta de cuervo apostada sobreuna roca. Su pico parecía de ébano pulido; sus plumas, brillantes manchas de tinta.Al ver que se acercaban, desplegó las alas y se deslizó de su percha para aterrizar alos pies de sus visitantes. Sus alas extendidas lanzaban ruidosas chispas de luzblanca, como si las plumas albergaran una fuerza explosiva lista para dispararse.Connie levantó la vista para mirar sus impenetrables ojos negros; negros globos quereflejaban el mundo que los rodeaba sin expresión alguna. -Bueno -empezó Niño Águila con suavidad, agazapándose detrás de Connie-.Piensa que Pájaro de la Tormenta no suele establecer vínculos con nadie más queconmigo. Los pájaros de la tormenta son criaturas únicas, nacidas de la furia deltrueno que acompaña al rayo. Tendrías que verlos, Connie. En mi país, vuelan antelas nubes de tormenta, guiando incansablemente las turbulencias hacia los rayos. Losúnicos compañeros de los pájaros de la tormenta que se conocen proceden de mitribu y en América ya quedamos muy pocos: también nos estamos extinguiendo.Vamos a empezar. Ponte los guantes y acerca la mano a él. Sintiéndose completamente indigna de reunirse con tan extraordinaria criatura,aunque ansiosa por hacerlo, Connie siguió las indicaciones de Niño Águila y tendióuna mano enfundada en el guante amarillo chillón. El pájaro agitó las alas y graznó,malhumorado. Niño Águila frunció el ceño. -Mmm... -murmuró-. A Pájaro de la Tormenta no le gustan los guantes. Tras decir esto, apoyó la palma de su mano sobre el negro pico del pájaro. Al cabode un instante cayó en trance. Respiraba rítmicamente. Permaneció así unos minutos,hasta que dejó caer el brazo y le dijo: -Tenemos que hacerlo sin guantes. Los zapatos bastarán en caso de apuro, peroPájaro de la Tormenta me ha prometido que te indicará el camino para que tevincules a él. Sin embargo, debo advertirte, Connie, que no puedes seguir adelantesin cierto riesgo. ¿Quieres continuar? -No tengo miedo -repuso Connie-. Prefiero quitarme los guantes: no sonnaturales y sólo se interpondrían en nuestro camino -y, quitándoselos, los dejó caeral suelo y volvió a extender el brazo. Esta vez, el pájaro se inclinó hacia delante hasta que sus plumas rozaron las yemasde los dedos de la niña. Connie notó la fuerza vital de la criatura bajo su mano y fueincrementando el contacto hasta que su palma estuvo completamente extendidasobre el cuello del ave. Con una fascinante descarga, la niña notó que su mano seconectaba al pájaro como si él fuera un poderoso imán y ella un pedazo de metal. Se sentía inexorablemente atraída hacia Pájaro de la Tormenta, envuelta en la energíaque corría por cada célula de su cuerpo, volando en medio de un gran remolino defuerza. Era como si se hubiera convertido en pájaro y se encontrara en el corazón deuna bandada en pleno vuelo, subiendo y bajando en respuesta a una intuicióncompartida. Cada movimiento seguía la guía del campo magnético de la Tierra y ellapodía verlo brillando en el aire como cuando se riza la superficie azul de un lago.Mientras atravesaba disparada el campo magnético, rozándolo con las puntas de susalas, Connie distinguía exactamente el punto del globo en el que estaba, cuan al nortedebía deslizarse para llegar a las regiones de hielo y nieve, cuan al sur debíatrasladarse para llegar a los ardientes desiertos... Estaba extasiada con aquella reciéndescubierta habilidad, su individualidad perdida en la identidad del grupo,controlando el aire y los elementos. Connie trató de definir lo que sentía dentro deaquella arremolinada bandada. Poder. Rabia. Melancolía. La naturaleza del pájaro dela tormenta no tenía nada que ver con la del unicornio. Se parecía más a la de lassirenas; se clavaba en su conciencia con un peligroso filo, como un ala de hojas deespada. «-¿Por qué estás enfadado?», le preguntó Connie con el pensamiento, mientras labandada seguía arremolinándose y rozando las nubes del cielo. La respuesta le llegó como un fogonazo que estuvo a punto de hacerla caer, yhubiese caído de no ser porque Niño Águila estaba allí para sostenerla. «-Destrucción. Suciedad. Vientos asquerosos que ensucian el aire superior.» Connie notó que se hinchaban grandes nubes de tormenta a su alrededor,ofuscando su visión interior, perturbando su conexión con el centelleante campomagnético azul. «-¿Qué vas a hacer?», pensó la niña, preguntándose hasta dónde llegaría todaaquella rabia. No hubo ningún pensamiento por respuesta, sólo una sensación: un crecientecosquilleo en el brazo, después en el resto del cuerpo. Ella no lo vio, pero NiñoÁguila le dijo luego que se le había erizado el vello y había empezado a echar chispasde estática. Las cosquillas empezaron a dolerle en el brazo que no tocaba al pájaro.Connie cerró el puño y volvió a abrir la mano libre para aliviar la tensión. Un rayo deluz blanca surgió de las yemas de sus dedos, impactando a unos metros contra unarbusto, que prendió inmediatamente y quedó reducido a cenizas. Sorprendida, Connie rompió abruptamente su vínculo con el pájaro y observóatónita lo que había hecho... O más bien lo que había hecho el pájaro a través de ella.Pájaro de la Tormenta silbaba estridentemente, complacido por los estragos quehabía provocado. Niño Águila los miró a ambos con curiosidad. -No había visto hacer una cosa así salvo en las relaciones más avanzadas entrecompañero y criatura. Sin duda, jamás en un primer encuentro. Yo casi esperaba quesufrieras algún daño, pero no lo has sufrido, ¿verdad, Connie? Pájaro de la Tormenta graznó, irritado, como si la pregunta le hubiera ofendido. -No, sólo estoy sorprendida-dijo Connie, consciente de que temblabaincontroladamente. Niño Águila le rodeó los hombros con el brazo para que parara de temblar. -Me equivoqué al decir que eras una simple pollita en nuestra primera reunión:has hecho tu primer vuelo con Pájaro de la Tormenta como una maestra. -Ahora entiendo lo que decías del peligro -dijo Connie con una leve sonrisa,señalando con tristeza el arbusto consumido. -Eso, sólo puedes hacerlo si así lo desea Pájaro de la Tormenta y, hasta elmomento, a pesar de su rabia, nunca ha actuado descuidadamente o con intención dehacer daño a un inocente. Has sentido rabia, ¿verdad? -Sí, sin duda. -Entonces ya empiezas a conocer a Pájaro de la Tormenta. Como muchascriaturas, se está volviendo impaciente con nosotros, los humanos.