-¿Connie? -era su tía, desde la puerta de su habitación, a la mañana siguiente. Tras los sueños de dragón que expandían el alma, a Connie le costó levantarsepara acudir a su entrenamiento en la granja de los Masterson y permaneció un buenrato tumbada, observando el reflejo de las olas del mar en el techo de su habitación. -¿Quieres que cancele tu clase? ¿Cancelarla? ¿Dejar de lado la oportunidad de conocer a otra criatura mítica? ¡Nihablar! Debía estar de broma. -No, gracias -respondió Connie, poniendo los pies en el frío suelo-. Enseguidaestaré lista. Su tía se rió. -Ya me lo figuraba.
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Entre los coches y el remolque para caballos aparcados en el patio de la granjaesperaba de pie una pequeña figura escondida bajo una capa: era Gard, el enano deroca, vestido de riguroso negro, como de costumbre. -Bienvenida, compañera universal, bienvenida a mi hogar temporal -le dijo,dándole una poderosa mano. Connie se sorprendió un poco porque, a diferencia de la primera vez que sehabían visto, al tocar su fría mano negra no notó nada. -Sígueme -le indicó Gard divertido, como si pudiera leerle el pensamiento y seestuviera riendo de su curiosidad-. Ahora aprenderás a comunicarte con un enanode roca. No se nos lee tan fácilmente como a las demás criaturas que has conocido. Gard llevó a Connie a la cantera donde ya había estado el día anterior. Bajandopor otra parte del precipicio, llegaron a un refugio de madera oculto entre los árboles, donde otros dos enanos de roca clasificaban varios montones de piedras,machacando algunas con un martillo de plata y golpeando otras con un cincel. A unlado, Connie vio que Frederick Cony dormía en una tumbona, muy bien arropadocon una manta y con un sombrero calado hasta los ojos. Gard se sentó ante una montaña de piedras color cobre y gesticuló pidiendo aConnie que se sentara frente a él. -Bueno, manos a la obra -dijo, acercándole unas herramientas. Connie agarró el martillo y el cincel y empezó a imitar al enano. Al principio sesintió muy rara y no entendía qué se suponía que iba a conseguir con todo aquello. -¿Qué hacemos? -preguntó tras diez infructuosos minutos golpeando laspiedras que tenía en la falda. Gard gruñó. -Si te refieres a «¿para qué es esto?», la respuesta es que estamos clasificandounas cuantas rocas para los dragones. Tu amigo, el doctor Brock, se guarda un asbajo la manga para la reunión anual de la Sociedad. Si a lo que te refieres es a «¿porqué hacemos esto juntos?», la respuesta está en tu interior. Sólo tienes que buscarla. Connie suspiró y volvió a aplicarse en la tarea. Cuando se metió de lleno en lamonótona repetición de levantar, golpear, colocar, levantar, golpear, colocar, sumente empezó a vagar. Tomó conciencia de la hierba que tenía bajo sus pies, de latierra que pisaba, de la inmensidad del globo de roca de miles y miles de kilómetrosque se extendía por debajo. Luego notó algo más: había alguien en sus pensamientos,compartiendo el mismo camino de tierra, golpeando las mismas rocas. Levantó lavista y vio que Gard la observaba atentamente. -Bueno, al fin me has encontrado, compañera -le dijo-. No es a través del tactocomo hay que encontrarse con un elemental, sino a través de las materias que noscomponen a ambos, a través de la tierra que nos sustenta y nos alimenta. Escucha denuevo. Connie cerró los ojos para tratar de volver a capturar la sensación de la presenciaque tan brevemente había experimentado. En la oscuridad, escuchó un susurro, quefue creciendo a medida que ella se iba concentrando en la esencia rocosa de Gard, ensu esencia terrestre. Al penetrar en los pensamientos superficiales de la mente delenano de roca, Connie notó que había muchas capas debajo, como si contuvieraeones de historia, como si hubiera visto los mares cubrir la Tierra para despuésretirarse, como si hubiera visto formarse glaciares que después se derritieron dejandosu huella. Los primeros pensamientos del enano concernían a Connie: se preguntabasobre sus habilidades, recordando a los universales que había conocido antes. Conniesintió que los recuerdos de Gard se remontaban a eras anteriores a la humanidad, alnacimiento del planeta. Sin embargo, no parecía anciano como Morjik. Para Gard, el tiempo no era una ristra de incontables años alineados como perlas de un collar: eraun momento eterno. Profundizando más, halló la siguiente capa con las preocupaciones relacionadascon alguien a quien ella había intentado olvidar: Kullervo. -¿Pensabas que había venido sólo por ti? -le preguntó Gard, riendo entredientes-. De algún modo, estás en lo cierto, puesto que tú apareces ligada a nuestrospensamientos cuando se trata del negro espíritu del mal. ¿Qué planea? En la siguiente capa, Gard estaba profundamente triste por la fragilidad deFrederick Cony. Los recuerdos de cuando Frederick era joven y trepaba por lasladeras de las montañas con él, enérgico e indomable, se mezclaban con las imágenesde un anciano, cansado y soñoliento. -Se está muriendo -pensaba Gard-, como muchos otros antes que él. Su cuerposerá sólo un recuerdo para la Tierra, pero su espíritu... ¿adonde irá? Los ojos de Connie se llenaron de lágrimas porque comprendió la desolación quesentía Gard al ver desaparecer a sus compañeros humanos en las profundidades dela muerte que él jamás llegaría a conocer. Las lágrimas rodaron por sus mejillas,trazando en ellas salados regueros. -Ya está bien, universal -musitó Gard como un susurro de arena. Connie sabía que quedaban muchos más estratos por explorar, capas más extrañasy ricas. Deseaba continuar. -En otro momento, universal -fue la respuesta de Gard al pensamiento de laniña-. Por hoy, ya has aprendido bastante. Ahora sabes que los enanos de rocapodemos sentirte siempre que estés en contacto con el suelo y, a medida que vayasmejorando tus habilidades, tú también podrás encontrarnos, aunque estemos en laotra parte del mundo, o en sus entrañas. Connie abrió los ojos y vio que había trabajado un montón de rocas sin darsecuenta. -Dáselas al doctor Brock -le dijo-. Dile que son un regalo de los dos para quepueda causar sensación en el desfile.