Las miasmas de Londres. El Gran Hedor.

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Como comentó lady Caroline en la novela, el río Támesis era un gran basurero

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Como comentó lady Caroline en la novela, el río Támesis era un gran basurero. Todos los deshechos de Londres terminaban allí: el contenido de los orinales, el vertido de los nuevos inodoros, los animales muertos, la comida en descomposición. También la basura industrial, como por ejemplo los restos de los mataderos y los productos químicos de las fábricas de cuero. Aún no se había construido el terraplén del río y las personas que se ahogaban por accidente o que se suicidaban tirándose a las aguas se quedaban ahí, pues casi nunca se recuperaban los cuerpos.

     Como el Támesis fluía a lo largo de Londres era imposible de evitar y el hedor se conocía con el nombre de «miasma». Una capa de aguas negras siempre flotaba encima. A esta peste se le sumaba el estiércol generado por los caballos, con lo que las moscas pululaban y transmitían enfermedades: diarreas, fiebre tifoidea, más adelante epidemias de cólera. En el verano esta situación se agravaba y ponerse en las proximidades del río hacía vomitar. Por eso los aristócratas solían abandonar la capital durante los meses de calor.

     El problema radicaba en que no había un sistema de alcantarillado y que la población seguía creciendo a pasos agigantados. En 1858, año en el que las temperaturas subieron a más de treinta grados durante el verano y que fue conocido como «El Gran Hedor», Londres era la ciudad más poblada del mundo. Tenía alrededor de dos millones y medio de habitantes, que utilizaban este río contaminado no solo para tirar los deshechos, sino también para sacar el agua que bebían.

     La pestilencia era insoportable. Una de las soluciones que se daban, rociar las cortinas con cloruro de sal, no ayudaba a sofocar el mal olor dentro de las casas. La gente estaba muy asustada porque creía que respirar el miasma transmitía las enfermedades, aunque también comenzaba a aceptarse que las provocaba beber el agua.

     Durante ese verano tan tórrido, el Parlamento estaba en sesiones y los políticos, afectados por el problema, decidieron ponerle una solución. Benjamin Disraeli, Ministro de Hacienda en aquella época, propuso un proyecto de ley que aprobaron en tan solo dieciocho días. La obra de ingeniería fue la más ambiciosa del siglo, un sistema de alcantarillas interconectadas que captaban los deshechos de Londres antes de que llegasen al Támesis y nuevos terraplenes con alcantarillas dentro de ellos. Las aguas residuales, asimismo, se canalizaron a las estaciones de bombeo.

     Hemos mencionado al principio los inodoros, que eran parecidos a los actuales y se los ocultaba en muebles de madera. Alexander Cummings patentó en 1775 el inodoro moderno, que incorporaba un sifón en el desagüe.

 Alexander Cummings patentó en 1775 el inodoro moderno, que incorporaba un sifón en el desagüe

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     Lógicamente, solo las clases acomodadas podían disponer de él, el resto se tenía que apañar como siempre, tal como muestra esta imagen satírica de la época que se burla de las costumbres de los distintos países:

     Lógicamente, solo las clases acomodadas podían disponer de él, el resto se tenía que apañar como siempre, tal como muestra esta imagen satírica de la época que se burla de las costumbres de los distintos países:

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     Joseph Bramah presentó varios cambios en 1778 a fin de que mejorase el funcionamiento y para aislarlo mejor. Puso una válvula más eficaz que cerraba el sifón y que se mantenía limpia gracias al flujo del agua. También una segunda válvula que trancaba la cisterna y evitaba así las filtraciones.

     Para profundizar más en estos temas os recomiendo leer el artículo de la BBC News del 25 agosto de 2018 titulado El Gran Hedor: la ola de calor que tornó a Londres en una alcantarilla pestilente (pero dejó una valiosa herencia), escrito por Judith Burns. Y también el de National Geographic, publicado el 19 de noviembre de 2019, El nacimiento del inodoro, escrito por Juan José Sánchez Arreseigor.

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