CAPÍTULO 5. ¿Un posible protector?

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«Prohíbenos algo y eso será lo que más desearemos»

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«Prohíbenos algo y eso será lo que más desearemos».

Geoffrey Chaucer

(1340-1400).

—¡Depravado! —chilló Caroline al recordar el atrevimiento de Winchester.

     Había tirado la indumentaria masculina al suelo y se había sumergido en la bañera, pues necesitaba quitarse el perfume a fresas del burdel que le había traspasado el marqués al estrujarla. Por eso solo llevaba una bata de seda roja sobre el cuerpo desnudo mientras caminaba de un lado a otro del dormitorio. A pesar del cansancio era incapaz de dormirse, había acumulado demasiadas emociones negativas. En especial, las que se derivaban de la disputa que había mantenido en el carruaje con ese pervertido y el repugnante beso que le había dado, lleno de las babas de las meretrices.

     Para distraerse entró en el vestidor y acomodó los complementos de acuerdo al orden de importancia. Esta tarea le correspondía a Emily y sabía que luego le reñiría por hacer su trabajo. Solo se detuvo cuando escuchó unas piedrecillas estrellándose contra el cristal. Se acercó a la ventana y salió al balcón: John la observaba desde abajo con rostro apesadumbrado.

     Al verla empezó a recitar:

Es oriente y Caroline es el sol. Levántate, bello sol, y mata a la envidiosa luna, que ya está enferma y pálida de dolor porque vos, su doncella, eres más hermosa que ella: no seas su doncella, puesto que es envidiosa; su ropaje de vestal no es sino pálido verde y no lo llevan más que los locos; arrojadlo. Es mi dama; ¡ah, es mi amor!

—¡Loco sois vos! ¡E imprudente! ¡Callaos, vais a despertar a la servidumbre! —la baronesa chilló para que John pudiese escucharla y frunció el entrecejo—. Si creéis que por plagiar a Shakespeare os voy a disculpar por cómo os habéis comportado estáis muy equivocado.

—¡Oh, Julieta, mi dulce Julieta! Permitidme entrar y haré cualquier cosa para que me perdonéis.

—¿Cualquier cosa? —Caroline lo contempló con la mirada brillante, el deseo le aleteaba en el vientre—. ¿Lo que sea?

—Lo que sea, mi amada Julieta. ¡Vos sois mi dueña!

     John se llevó la mano izquierda a la altura del pecho, de forma tal que la luna hizo resplandecer el anillo del zafiro como si fuera mágico. Después con ella le envió un beso.

—Pues para empezar dejad de llamarme Julieta, ¡no me gusta ese nombre! —Caroline le recriminó, molesta: John debería esmerarse para que olvidase su deserción—. No sé por qué habéis elegido justo esta obra en la que los amantes terminan bajo tierra. ¡Es de muy mal gusto! Da la impresión de que estáis llamando a la Muerte para que se ensañe con nosotros.

—¡Nada más lejos! La he elegido porque el afecto de Romeo es idéntico al que yo siento por vos, amada Caroline. Y también debido a que un compromiso entre nosotros resulta imposible. ¡Reconocedlo, yo soy vuestro Romeo!

DESTINO DE CORTESANA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora