«Adiós, compadecedme y no dejéis de amarme».
Marqués de Sade
(1740-1814).
Tanto Conrad como lord Robert le confirmaron a Caroline el fallecimiento de John y una interminable semana demoraron en llegar sus restos mortales a Londres. Quisieron ahorrarle los detalles truculentos, pero no se los permitió. Así que se enteró de que en el campo de batalla los trozos de cuerpos se entremezclaban unos con los otros y de que los rostros eran irreconocibles debido a los sablazos y a las explosiones de pólvora. No obstante, la mano cegada de John portando el anillo del zafiro azul en el anular era inconfundible, pues en el interior lucía su nombre completo y la fecha de nacimiento. Ya no podía seguir autoengañándose.
Para la baronesa fue una agotadora espera. Siete días de llantos, de inevitables cuestionamientos que no alteraban la cruda realidad, de millones de preguntas hechas al vacío. Se hallaba a la deriva sin él —había perdido el ancla que la ataba a tierra— y culpaba de esto a la brutalidad del destino más que a las elecciones personales.
Resultaba inadmisible aceptar que nunca más volvería a escuchar las risas tiernas ni las palabras de amor incondicional. Ni que tampoco aspiraría su perfume almizclado que se le impregnaba en la piel. Ni que jamás sentiría la suave dureza del miembro enterrándose en ella hasta el fondo, mientras los ojos miel se derretían de pasión, de ternura y de adoración. Ahora todo lo que amaba de John era pasto de los gusanos y estos, inclementes, acababan con el último despojo de humanidad.
Caroline buscó a madamoiselle Clermont, desesperada. Anhelaba comunicarse con John a la brevedad. Esta mujer era la única capaz de unir sus mundos paralelos mediante una esperanzadora línea. Sería durante un pequeño lapso para saber dónde se hallaba y para decirle que no le guardaba rencor y que descansase en paz. Pero daba la impresión de que se la había tragado la tierra. Algunos decían que había vuelto a Francia y que la habían guillotinado por bruja. Otros sostenían que el esfuerzo al realizar los conjuros para contactar con los fallecidos la había consumido y que un día había desaparecido, sin más, esfumándose en el aire como el agua al convertirse en vapor. Los más crédulos pensaban que se había reunido con su aquelarre y que ahora combatían contra los republicanos montadas en las escobas.
El duque de Somerset tuvo la consideración de no exigirle nada durante este lapso de duelo, pero descartó la propuesta de la joven de que la acompañara al funeral argumentando:
—Solo conocía a Derby de vista y nunca hemos hablado, no me parece apropiado asistir. ¿Y en calidad de qué iría? No somos un matrimonio. Si fuéramos juntos solo conseguiríamos que los pocos chismosos que no saben de nuestro pacto especulasen sobre nuestra relación. Además, odio todo lo que huela a muerte, prefiero celebrar la vida y el sexo... Lo siento, milady, no iré con vos a Derby House. ¡Ni siquiera me apetece visitar el campo! Soy un caballero de ciudad. Detesto la campiña, está repleta de insectos que se cuelan dentro de la nariz, de la boca y de los oídos.
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DESTINO DE CORTESANA.
Ficción histórica🔞ATENCIÓN, ESTÁ CATALOGADA COMO MADURA🔞 No había demasiadas opciones en el año 1788 para lady Caroline, baronesa de Stawell, una joven viuda, hermosa y rica. El problema radicaba en que significaba un imán para los cazafortunas de la noble e hipó...