CAPÍTULO 23. La boda.

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«Si una mujer se vuelve a casar al quedarse viuda, odiaba a su primer marido; si un hombre se casa por segunda vez, adoraba a su primera esposa»

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«Si una mujer se vuelve a casar al quedarse viuda, odiaba a su primer marido; si un hombre se casa por segunda vez, adoraba a su primera esposa».

Oscar Wilde

(1854-1900).

Recordaba las caricias y los besos apasionados de John con nostalgia cuando su protector le comentó:

—En unos días seréis mi marquesa, hermosa dama. ¿Cómo os sentís al respecto? —Conrad la colocó a lo largo del cuerpo.

—¿Estáis completamente seguro, milord? —En los ojos de la joven se reflejaban miles de dudas—. Sabéis que a pesar de mi noble origen he sido cortesana. Tal vez deberíais considerarlo con más detenimiento antes de conferirme el honor de ser vuestra esposa. Me da un poco de miedo porque ya conocéis el dicho, «la cabra siempre tira al monte».

—Yo tampoco soy un santo. —Winchester le acarició el rostro con posesividad—. Sé que me queréis y esto es lo único que cuenta para mí. ¡Nada impedirá que seáis mi mujer!

—Os respeto demasiado como para manchar vuestra reputación. —Caroline se sentía atrapada.

—No os inquietéis, milady, me he encargado yo solo de mancharla. ¡Nunca me he preocupado del qué dirán! —El hombre le mordió la oreja con suavidad—. Además, yo no deseo que os acostéis con otros hombres, pretendo que seáis mía hasta que la muerte nos separe.

—Es cierto, milord, habéis llevado una vida más salvaje que la mía. Por suerte esa conducta ha quedado en el pasado.

     Lady Caroline constató que él le escondía la mirada, como si intentara que no le leyese la verdad en los ojos. Una actitud huidiza que le despertó las alarmas.

—Para eso está la juventud, para cometer errores. Vos conseguís que me asiente y no tengo la menor duda de que deseo formalizar nuestra relación. —Y Conrad iba a acariciarle un pecho cuando golpearon a la puerta.

—Debe de ser algo importante. —El marqués salió de la cama, y, apurado, se colocó la bata.

     Del otro lado se hallaba Hobson con cara de preocupación.

—Siento interrumpiros, Excelencia. El señor Berrycloth, vuestro abogado, está aquí y trae malas noticias.

—Me visto en un segundo y bajo —Conrad le indicó y cerró con impaciencia.

     Se colocó la calza, sin preocuparse por ponerse antes la ropa interior, y solo se echó por encima una camisa blanca de largos faldones.

—Vuelvo enseguida, cariño. No os mováis de la cama —le pidió y le dio un beso apasionado.

     Cuando su prometido la dejó para cumplir con las obligaciones, Caroline se levantó y comenzó a caminar de un extremo al otro de la alcoba, elaborando millones de conjeturas. «¿Y si el letrado vino a ponerlo al tanto de algún impedimento que evite que nos casemos? Quizá se olvidó de cumplir con alguna formalidad», pensó y apretó una mano contra la otra hasta hacerse daño con las uñas. «Deberíamos suspender la boda, no me siento preparada para dar este paso». Llevaba muchas noches soñando con John y se despertaba transpirada, arrollada por una sensación de vacío que le trituraba el alma. Lo amaba más que antes porque al perderlo era consciente de que el lazo inigualable que habían compartido no se podría repetir en esta vida ni en ninguna otra. Lord Nigellus y lady Margaret le escamoteaban, incluso, la posibilidad de que él la contactara desde el Más Allá. Entonces, ¡¿cómo podía unirse a otro caballero sintiéndose tan desolada?!

DESTINO DE CORTESANA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora