Prólogo

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La prisa se volvió urgencia.

El profesor selló la carta y escribió a duras penas la dirección del destinatario. Con la conciencia nublada, apenas le dio tiempo para salir de ese lugar, frío y oscuro. Le entregó la carta al policía de la entrada y una generosa propina a cambio de hacer el encargo en silencio.

Condujo a casa. A casa, donde estaba su esposa, esperando por él. Quería un beso de bienvenida, una cena tranquila y una ducha de agua caliente.

Pero aquello no sería posible, no sería posible nunca más.

Cuando la ambulancia llegó, el Profesor Kang llevaba horas muerto tras el volante de su flamante coche deportivo.

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