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Dos semanas antes del estallido.

La oscuridad de la noche lo había alcanzado, pero el cansancio no parecía existir ni en su mente, ni en su cuerpo. El sudor que le recorría todo el cuero cabelludo se escondía debajo de su camiseta ancha negra.

El cabello se le pegaba a la frente y su respiración era errática, pero no podía detenerse en su carrera contra sí mismo. El balón que tenía en las manos oscilaba entre el piso y la canasta de dicha cancha.

Jeon Jungkook era un alma que disfrutaba del autosabotaje, y la prueba de ello estaba en las ampollas —ya reventadas un par de veces— de sus manos a las que no les había dado ni una mirada. Ni siquiera el ardor de las heridas lo habían podido sacar del trance. El dolor siendo algo con lo que estaba familiarizado.

La soledad resultaba asfixiante.

Extrañaba a Taehyung, ¿así de dependiente se había vuelto?

No parecía ser el único, o eso quería creer cuando vio al castaño detrás de la reja de metal que separaba la cancha de básquetbol de las otras en dicho centro de entrenamiento.

Y quizá eso de la telepatía realmente funcionaba entre ellos, porque Taehyung entró mostrando en alto una caja de banditas para las heridas y algo de agua oxigenada.

—Es mi bandera blanca. ¿Tienes tiempo?

Jungkook ignoró la pregunta.

—Deberías estar en casa, es tarde.

—Estoy aquí porque tú necesitas ir a casa.

—Yo necesito estar solo —espetó el pelinegro, quién no pretendía sonar como lo hizo. —¿Yoongi te dijo que vinieras?

Taehyung soltó una risa sarcástica.

—Hyung no me dijo nada. ¿Olvidas que sé lo que significa para ti este día?

El balón se detuvo sobre su cabeza, a punto de ser lanzado al aire en dirección a la canasta.

—Esperaba que lo dejaras pasar.

Aunque era una mentira. Jungkook realmente esperaba que Taehyung no lo olvidara. No pensó que iría a verlo, pero debió suponerlo, Kim Taehyung tenía un alma tan preciosa...

—No podía... no pude. —Tomó con delicadeza las manos del pelinegro para quitarle el balón que tenía entre ellas. ¿En qué momento se había acercado tanto? —Vamos a casa, Jungkookie.

Jungkook, que tenía años sin escuchar dicho apodo, se derritió un poquito y se dejó hacer. Se sentaron en una de las bancas de descanso y permitió a Taehyung limpiar sus heridas, y no puede recordar que haya sido diferente en los últimos cinco años.

No cuando lo persiguen todos esos recuerdos de su infancia. No cuando recuerda la cara de su madre. O la de su padre.

«—¡Pero no quiero irme!

Jungkook de 10 años no entiende porque tenían que mudarse.

—Jungkook, amor, escúchame, necesito que lo hagas por mí, ¿sí, cielo? Ve a tu cuarto y haz una maleta, no traigas mucho, una poca de ropa y tus juguetes favoritos, anda, ve.

Observa a su madre limpiarse las lágrimas de los ojos, y aunque no sabe porque llora, no quiere ser la causa de un llanto nuevo, así que se dirige a hacer lo que su madre le ha pedido.

Toma la mochila pequeña que hay sobre su cama y empieza a poner algo de ropa, no sabe realmente que debería de llevar pero supone que con lo que ha puesto es suficiente, la cierra y al contrario de lo que su madre le dijo, no toma ninguno de los juguetes que hay en el estante al fondo de su habitación, toma mas bien su pequeño balón de básquetbol que le regaló su padre cuando tenía 7 años.

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