INTERLUDIO III

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La sangre fue un fracaso

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La sangre fue un fracaso.

Luego de varios intentos, el zorro se quedó sin ella. El rastreo no funcionó, y estaba de nuevo en un callejón sin salida ¿Qué haría ahora, sino decepcionar a su familia por haber fallado otra vez? Lo intentó tantas veces, todas las que fue posible, pero el rastreo llevaba a un callejón sin salida. El rastro se perdía siempre en Iron Hills.

Y todos sabían que la magia y las líneas ley en Iron Hills hacían todo más difícil.

O eso había aprendido hasta ahora.

Lo que era una suerte, sin embargo, era que nunca hubo un contraataque. Le pareció extraño, no dejaba de darle vueltas en su cabeza al hecho que jamás sintió nada defensivo, agresivo o remotamente parecido a la hostilidad detrás de todos los rastreos que los demás hicieron. No tenía teorías, pero...

Se estaba quedando sin opciones.

El zorro respiró hondo, pensativo y perdido en las imágenes de todo lo que había intentado a lo largo de los días, recluido en la oscuridad del refugio que tenían entre los contenedores de la zona abandonada en el puerto. Podía escuchar el mar a la lejanía, el salitre pinchaba en su nariz cada vez que respiraba y el ruido de los pasos de los cazadores que resguardaban el lugar hacía eco.

Observó la última gota de sangre que le sobraba en el vial. Una última prueba.

Solo le quedaba una última prueba.

La puerta a sus espaldas se abrió, reconoció el peso de esos pasos que vinieron en compañía. Tres que parecían ir en coordinación al andar, pero que arrastraban un tercer ruido y cuando el zorro giró, reconoció la figura decaída de algo entre los brazos de sus compañeros.

—¿Quién es? —preguntó, apuntándole con un movimiento de la cabeza.

Un conejo, una pantera y un cuervo le devolvieron la mirada a través del material crudo de sus máscaras adornadas en oro y joyas.

—Un brujo —dijo la Pantera. Su máscara era negra por completo, con surcos de un dorado viejo y apagado que la hacían ver antigua.

—¿Y lo traen aquí por qué...?

El Cuervo y el Conejo tiraron el cuerpo en el centro de la habitación, donde una trampa para brujos había sido dibujada. Emitió un quejido, casi inaudible.

—Dijiste que ojalá tener un brujo que si hablase ¿No? —dijo el Cuervo.

El Conejo se encogió de hombros, apuntando al brujo en cuestión.

—Así que te trajimos uno.

El zorro chasqueó la lengua.

—A penas si está vivo, son unos brutos —regañó el zorro.

—Pero respira —inquirió el cuervo, danzando con cuidado hacia la mesa junto al Zorro. Se apoyó contra el borde y alcanzó una daga vieja y desgastada—. Y eso te basta ¿No? No seas malagradecido, zorro rastrero.

La filosofía de Rex Gold.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora