VII. Eco

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Olía a miel y arándanos, masa recién horneada y naranjas frescas

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Olía a miel y arándanos, masa recién horneada y naranjas frescas. Agradable. Inundó toda la casa. Me hizo sonreír en el sueño, imaginé el sabor apenas olerlo, solo conocía una persona que tenía esa sazón en sus desayunos y el recuerdo me llevó muchos años atrás. Rodé en la cama y choqué contra el cuerpo a mi lado, cálido y de piel pálida con sus tonos azulados eran una hermosa visión nada más despertar, tenía el cabello oscuro desperdigado. Hermosa hada, bonita hada. Después de todo, mi noche si terminó bien y al parecer mí mañana también comenzaba de una forma exquisita.

Podía oír los utensilios de la cocina siendo usados, chocando los unos contra los otros ¿quién estaba preparando el desayuno? No era el hada a mi lado, era alguien más, aun dormía plácidamente, boca abajo, con su espalda al aire con un tenue grabado color plata brillando cada vez que respiraba, sus alas ocultas bajo su piel. Mykal tampoco porque por favor, era Mykal. Me incliné hacia la mesa auxiliar para ver el reloj, tuve que medio montarme sobre el hada para ver la hora, el sol ya estaba afuera así que eso solo reafirmaba que no podía ser Mykal. Al tampoco. Miré hacia la puerta de la entrada, donde Faraón estaba siempre que llevaba a alguna conquista y ahí se quedaba: mirándome y juzgándome por todas las decisiones de mi vida.

Pero Faraón no estaba ahí.

La curiosidad estaba matándome, terminé por levantarme. Seguía desnudo y medio dormido, ni idea de dónde podía estar mi ropa así que tomé lo primero que conseguí en una de mis gavetas, un par de bermudas. Me calcé las pantuflas y salí del cuarto. La casa seguía a oscuras con todas las cortinas echadas hacia abajo, pero a penas puse pie en la sala pude ver las puertas de la cocina abiertas y la luz que salía de ahí iluminaba el salón. Había un par de maletas y una pamela negra sobre el sillón.

Bostecé y entré a la cocina sobándome la espalda, me ardía un poco. Cristo, el hada tenía las uñas largas.

Había una mujer frente a las hornillas, con un sartén en la mano y miles de utensilios de cocina, platos y cubiertos volando por toda la estancia. Un tazón de mezcla siendo batido en el mesón, naranjas exprimiéndose solas en la máquina. Faraón paseando cómodamente entre las piernas de mi invitada.

¿Qué diablos?

¿Qué diablos hacía mi madre en mi cocina?

Ella volteó, tenía un aspecto tan joven que difícilmente se podía creer que tuviera más de miles de años, joven y hermosa, sin arrugas ni manchas en su piel oliva bronceada por el sol. Su cabello largo y ondulado, castaño, brillante que voló al girar hacia mí.

—¡Buenos días mi rey! ¡Te hice el desayuno! ¡Siéntate! Ya le he dado de comer a Faraón ¡Está gordísimo! —movió su mano en el aire y uno de los taburetes se separó del mesón. —Tu favorito. Panquecas con miel, arándanos y tocino.

Inmediatamente un plato se colocó en la mesa frente al taburete que se había movido, una pila de panquecas se sirvió en el plato y la miel y los arándonos llovieron sobre ellas.

La filosofía de Rex Gold.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora