X. La torre de babel

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El aire olía a cuero, sudor y pólvora. Podía sentir el calor de los focos calentándome la piel y los oídos embotados por la histeria del público que se alzaba emocionado entre gritos y saltos; ah, cantar, cómo lo amo. Cómo amo desvivirme en un escenario para generar esas sonrisas que soy capaz de ver incluso a la distancia, sin importar que el sudor perle mi frente y el cansancio me ataque con agresividad luego de horas de faena. No hay nada más placentero que ver la alegría de los fanáticos disfrutando.

Apreté el micrófono luego de sacarlo del pedestal, con el pecho agitado en una respiración frenética.

—¡Muchas gracias, Rivershire, esto es Sinnerman!

Los gritos aumentaron y sonreí, la banda redoblaba tambores a mis espaldas, la pirotecnia explotaba en ciertos puntos del escenario. Y esa emoción me arrancaba enormes sonrisas que eran imposibles de borrar. Me quité los monitores in ear para escuchar al público sin obstáculos —entre ellos los regaños de Al, prefiero ignorarlos—, podría estarme quedando sordo de tantos gritos pero ¿importaba, cuando la pasaba bien?

Si así iniciaba el tour, no podía esperar para continuar con todo lo demás. Rivershire siempre sería la casa de nacimiento de mis giras, la tierra que me dio la fama era la primera y la última en tenerme ahí para ellos y me aseguraba que cada vez que mis pies se posaran en ese escenario, la ciudad entera recordase que Rex Gold era una estrella imborrable en su cielo.

Vale, me he pasado de egocéntrico.

La voz de Al estaba eclipsada, sus regaños quedaron muy atrás en el monitor, escondidos mientras yo tomaba aire para volver a retomar la letra de la canción mientras despedía el concierto. Se estaba quejando por no subir a una chica en específico al escenario, una influencer entre el público que aseguraba mucha publicidad si la subía para una de las canciones más llamativas de todo el tour, aquella en la que subía siempre a alguien al escenario y seducía al cantarle. Pero no subí a la personalidad importante, terminé subiendo a un atractivo muchacho que vi en primera fila desde que comenzó el concierto y no pude sacarle la vista de encima. Y sí, soy insufrible, pero como disfruté sentarlo y tenerlo pegado a la silla mientras cantaba aquella sensual y divertida canción. Todos ganamos, no necesito subir a 'alguien importante' ¡Un fanático como cualquier otro basta! Todos merecen la misma oportunidad. Y ese bombón no era tan común y corriente, era un buen espécimen.

Me despedí del público, entre lamentos de ellos recorrí el escenario levantándome la camisa negra para secarme el sudor de la frente, regalándoles una visión de mi abdomen que sé que ya debe estar inundando las redes para ese momento. Era sorprendente que por más que intentara variar y que mi estilista diera buenas y geniales ideas, siempre terminaba las presentaciones sacándome todo de encima y quedándome igual: pantalones de cuero y camiseta. La brillantina que me ponían los de maquillaje terminaba regada por todos lados, la botella de calentao', un licor que mamá me había enviado desde Venezuela, descansaba a un costado del escenario ya vacía. Amaba ese licor, no podía esperar para visitar el país y conseguir más; mamá siempre podía enviar y yo siempre podía ir gracias a la magia pero no había mayor placer que recorrer un lugar con la libertad que todos saben que estás ahí.

La filosofía de Rex Gold.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora