- INTERLUDIO I -

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La leona cerró los ojos en un gesto de pena.

El cuerpo a sus pies era irreconocible entre tantas mordidas y arañazos, era un destrozo sin explicación ni descripción posible. Había sido una masacre, y lo único que fue capaz de decirles quien era fue esa máscara de gato rota junto a su cuerpo. El silencio reinó entre los cazadores que observaban los dos cadáveres.

—¿Cómo es esto posible? —preguntó la leona, entre dientes.

A su lado, un cervatillo pasó saliva.

—Sabuesos infernales —dijo ella —. Una jauría, nos atacó en el piso de abajo. Acabamos con ellos, pero en cuanto salimos...

—Ya se lo que pasó, Elain —rugió la mayor —. ¿De dónde coño salieron? ¡Alguien debe haberlos invocado!

Sus palabras sonaron fuertes y tensas. El cervatillo se encogió sobre ella, pero de inmediato alzó la cabeza para mantenerse firme frente a la mujer. Ella, por sobre el resto, no podía mostrar sumisión.

El resto de cazadores no se atrevió a hablar, en sus máscaras frías y manchadas se reflejaba la pena y la rabia.

La leona le dio la espalda al cadáver y caminó para acercarse al otro. En él, la máscara de ave seguía sobre su rostro, la sangre corría en el suelo como ríos interminables, y los siete disparos en su cuerpo eran tan evidentes que ni ella debía esforzarse para encontrarlos. Otro cazador, una mujer de piel oscura con máscara de un halcón estaba revisando el cuerpo, negó cuando la leona se acercó.

—Es magia —explicó—. No hay balas, ni pólvora. Solo la herida...No te va a gustar lo que vas a oír: Creo que es otro rebote.

—¿Perdón? ¿Escuché bien?

—Creo que otro rebote —repitió, más segura. Se levantó para encararla —. Otra protección que atacó de vuelta.

La leona no respondió. Mantuvo el silencio y el ambiente se fundió en una tensión capaz de asfixiar a cualquiera, su presencia era imponente, fuerte e intimidante. Miró al cadáver, luego al otro a la distancia y tras unos segundos pensativa, asintió.

—Estuvo aquí —dijo, segura —. Es él. El vástago. Lo sé.

Bufó, estaba tan molesta. Perder gente, a los suyos, siempre era difícil, pese a que era algo con lo que siempre contaban por la vida que llevaban, jamás se hacía fácil, menos cuando era tan cruel como esa escena.

Hubo un ruido a la distancia, no la alertó. Ya conocía el sonido de esos pasos, debía regañarlo ¿Cómo era posible que se acercara haciendo ruido? No le había enseñado eso, le había enseñado a ser silencioso. Levantó la mirada cuando lo vio oportuno, en el momento que el cuerpo delgado de un muchacho apareció entre los escombros usando una máscara de zorro que cubría la mitad de su rostro, roja y blanca con detalles de oro que brillaban gracias a la luna sobre él. Un cabello color miel revuelto envolvía parte de la máscara.

La filosofía de Rex Gold.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora