XXX. Volver a empezar

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Los pasos resonaron a mis espaldas, arrastraban un arma enfundada y todo el peso de miles de muertos en sus hombros, el guardia se detuvo frente a las barandas de acero roñosas del balcón, a contraluz con la iluminación de un atardecer precioso en...

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Los pasos resonaron a mis espaldas, arrastraban un arma enfundada y todo el peso de miles de muertos en sus hombros, el guardia se detuvo frente a las barandas de acero roñosas del balcón, a contraluz con la iluminación de un atardecer precioso en las tierras del desierto, rodeados de pilares que sostenían el techo y estructuras de color crema y mármol. Me miró, sonrisa de victoria en su rostro y le devolví el gesto.

—Entonces, majestad ¿qué opina? —preguntó.

Suspiré, sosteniendo la sonrisa en mis labios tintados y, con un gentil movimiento de la capa en mis hombros, asentí.

—Es una idea maravillosa —dije —. Permíteme felicitarte por eso.

El hombre se irguió de visible orgullo e infló el pecho en el momento justo que levanté una de mis piernas y lo pateé directo en el pecho, empujándolo por encima del barandal de acero. Gritó, y seguí sus gritos al inclinarme sobre el acantilado hecho de pantalla verde, y fingí que lo veía caer con placer, aunque el actor golpeó contra la colchoneta en menos de tres segundos. Puse cara de mirar sin piedad, la actuaba muy bien. Sonreí, disfrutando de su muerte y demostré con esa simple sonrisa y el mentón en alto lo que significaba desafiarme: morir.

—¡Corte! ¡Buen trabajo!

El grito del director me hizo girar al verlo, todo el equipo de producción aplaudió la actuación y el hombre que empujé se alzó, apareciendo frente a mis ojos con una gran sonrisa para apartarse al área de descanso, rompiendo toda la magia humana que significaba actuar.

—Preparen la corte para la siguiente escena ¡Rex!, tomate veinte. ¡Traigan a los extras!

Los gritos y las órdenes llovieron. Todos los actores en escena nos movimos fuera del lugar de las cámaras y nos desperdigamos, por mi parte preferí irme a picar algo mientras esperaba, podría haber ido hasta el tráiler para descansar ahí, pero estaba hasta la coronilla de escenas pendientes que grabar, todo estaba ocurriendo demasiado rápido. Luego teníamos que viajar, y dioses, ¿por qué nadie me advirtió que el trabajo de actor era tan ocupado? Comí, los estilistas se encargaron de mí entre tanto, maquillaje y peinado, el rey Khaël era un exhibicionista de primera que siempre salía con el pecho descubierto en las escenas dentro de su palacio, siempre con pantalones holgados o túnicas que caían por los hombros y dejaban a la vista más piel de la necesaria. Quizás los únicos implementos que jamás faltaban eran las joyas, collares y piedras preciosas. Usaba el cabello suelto, despeinado intencionalmente y con cicatrices de batallas en el cuerpo. Cosa que, además, me hacía pasar horas en el departamento de maquillaje para que lograran tapar a la perfección todos mis tatuajes y luego por encima, las cicatrices. Dioses míos, que trabajo.

Grabé más escenas el resto de la tarde siendo el rey Khäel, tan único él como papel, gritándoles a los miembros de la corte que a él jamás se le desafiaba o si no, terminaban como el pobre hombre que había lanzado por la baranda. Encantador. Adoraba el papel, desde que lo había conseguido hace dos años no me había despegado de él, era un recurrente en la serie de Hijos de La Tierra, era divertido interpretar a un rey, desconfiado, hostil, rudo, letal. Un hombre con el que nadie debería meterse.

La filosofía de Rex Gold.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora