XXIX. Veritas

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—¿Estás bien, corazón?

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¿Estás bien, corazón?

Lily, mi estilista, se inclinó sobre mí con una brocha en la mano y un vaso en la otra. Sus grandes ojos café me miraron con preocupación mientras me entregaba el batido de fresa y volvía a su trabajo. No, no lo estoy, pero aun así le sonreí lo mejor que pude.

No es nada —carraspeé, tome un poco del batido de fresa—. No dormí bien, eso es todo.

Dime algo que no sepa, genio ¿Crees que no noto estas ojeras? —se quejó la pobre, girándome el rostro con delicadeza —. Corazón, te llegan hasta las rodillas. No sé cómo he logrado ocultarlas hasta ahora. Me toca retocar cada cinco minutos.

Pasó la noche viendo el final de temporada de Doctor Who —señaló Ed. Lily suspiró, como si entendiera mis pesares.

Terrible ¿no? —volvió a suspirar, negando. Tomó sus cosas para ponerse a trabajar sobre mí, con brochas y maquillaje mientras continuaba hablando—. Me destruyó el corazón ¡Se sacrificó!

No sé a qué se refirió, honestamente hablando. Porque de esa serie solo he voy por la mitad, pero agradecí en mi interior la excusa que montaron para mí, aunque Lily se largó a hablar largo y tendido de todo lo ocurrido y ahora el final me lo comí sin siquiera verlo. No es relevante, tampoco, tenía otros problemas de los que preocuparme. Los chicos estaban parloteando a mí alrededor, bebiendo y comiendo unos aperitivos mientras descansábamos un par de minutos antes de volver a lo que hacíamos, la grabación de un programa de variedades. El conductor estaba por ahí, con retoques de su equipo de estilistas. Estaba haciendo mi mejor esfuerzo para concentrarme y dejarles a las cámaras mi mejor sonrisa, pero era difícil. Estaba nervioso, asustado, ansioso, no dejaba de observar de reojo mi teléfono celular, esperando un mensaje que aún no llegaba y que su tardanza solo aumentaba mis nervios. Y todos me notaban disperso, porque todo nuestro equipo no había hecho más que preguntar si todo estaba bien conmigo, y ya no sabía cómo mentirles.

¡Estamos en tres!

Me mantengo firme para una grabación en la que no quiero estar, Lily trabajó sobre mí a mil por hora, y el plató nos recibió con nuestras sonrisas fingidas y respuestas planeadas para mentirle al público en la cara. Creo que desde hace demasiados años los chicos y yo no nos comportábamos así, tensos y molestos unos con los otros, porque nada era tan grave como para llevarnos por ese camino, pero ahora Mateo me detesta por haberme acostado con quien mató a su tía, y el resto desconfía de mí porque parece que no me importa.

Me importa. Muchísimo. Estoy en una encrucijada dónde no sé valorar que está bien o que está mal, porque al final de cuentas ¿no los llevamos nosotros a tener que defenderse? No somos santos, tampoco buena gente, y nuestra cruzada lleva el objetivo de cuidar a los humanos pero descuidamos la vida de a quienes matamos... Me di cuenta demasiado tarde de ello.

Los focos del plató iluminaban mi cara, casi al punto de quemar. Me siento agobiado. Asfixiado. Y no mejoró al salir, con todo lleno de fanáticas gritando. Las amo, son lo mejor que pudo pasarme desde que inicié en esto, pero tantos gritos y tantas personas hace que mi cabeza quiera explotar, temiendo romperme en cualquier segundo frente a todos intento olvidar los problemas por un segundo, solo para regalarles unos buenos momentos a los fanáticos. Sentí el alivio una vez que estuvimos en la van. Me senté al fondo y cerré los ojos, la tensión que asoló el pobre transporte fue inmediata, nada se había solucionado entre nosotros. Mateo seguía enojado, y era obvio que Jake y Ed no estaban muy conformes con la situación tampoco. Pero no podía exigir mucho, no había pasado ni un día. Tenía que darles tiempo.

La filosofía de Rex Gold.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora