IX. Los acuerdos

731 73 33
                                    

Los anteojos oscuros son el mejor amigo de los famosos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los anteojos oscuros son el mejor amigo de los famosos. No lo digo yo, lo dice la revista en la que me entretuve esperando en el lobby del Museo de Arte Contemporáneo de Rivershire. Casualmente, no estuve usando lentes de sol mientras leía ¿Quién usa lentes de sol dentro del museo? Tan solo estoy esperando, las horas pasan y pasan y el minutero me hace compañía mientras veo a distintas y peculiares personalidades entrar y venir, pasar por el lobby, comprar boletos para alguna función interactiva del museo o solo para ver las obras. Algunos nos reconocemos, pero hemos preferido no saludarnos hasta que estemos en La Cabaña.

Mi reloj marcó la hora, cerré la revista y la dejé a un lado para caminar entre los pasillos del museo. Estaba tranquilo, pocos visitantes acudían tan temprano aquellos días de semana. Eso estaba bien.

Me entrometí hacia el pasillo que dirigía a la eterna exhibición de Rivershire: la de su historia. Aquella que exhibía cuadros tan viejos realizados por artistas de aquel entonces, retratos de personajes importantes para la comunidad y el mayor misterio de todos: La Cabaña. Un cuadro solitario en una sola pared en medio de la sala y en la cual su cartel de información nombraba al pintor: Anónimo.

Me detuve frente al cuadro. Era enorme y era solo eso: una cabaña en mitad de la nada, flotando en un inmenso mar y rodeado de nada. Solo un muelle que lo conectaba con la entrada. Era una cabaña sosa, de madera oscura y techo mojado por lluvias.

Suspiré y me arremangué la camisa, miré la hora en mi reloj otra vez y decidido, caminé para cruzar el cuadro.

Me tragó como siempre y supe que estaba en el otro lado cuando mis zapatos tocaron la madera del suelo del muelle; detrás de mí no había absolutamente nada más que mar a la deriva, y aunque sabía que nunca encontraría nada no podía evitar mirar por sobre el hombro con la esperanza de conocer el secreto en su soledad. Avancé y cuando crucé la puerta, lo que me recibió fue una estancia gigante que no parecía estar dentro de esa pequeña cabaña.

Pero así funcionaba la magia espacial: es más grande por dentro.

La habitación parecía haberse detenido en el tiempo, decorada como si el periodo barroco hubiese pasado por ella y jamás abandonado el lugar, un puñado de personas conversaba alrededor de la chimenea, de la larga mesa y en torno a toda la estancia. Era curioso, pues por fuera era una casa horrible y de mala muerte, pero por dentro parecía el mismísimo palacio Versalles.

—Rex Gold.

Metí las manos en los bolsillos cuando alguien se acercó a saludarme. Un hombre con musculo en los músculos que siempre me rompía la mano al estrechármela.

—Philips—Saludé —. Gracias a ti y a los del aquelarre Valborg por prestarnos tu lugar.

—Es lo más seguro que habrá por ahora. Y en estos tiempos es necesario. Aún estamos esperando a las hadas, envié a mis chicos a escoltarlas.

La filosofía de Rex Gold.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora