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— ¿Se busca ayudante? —Pregunto apenas entro a la tienda— Pensé que tenías suficiente conmigo.

El papel blanco pegado en el ventanal junto a la puerta principal llamó mi atención desde que crucé la calle.

— Apenas nos las arreglamos nosotros tres —responde la abuela Phoebe— que en realidad contaríamos como uno y medio porque tu abuelo y yo ya no somos tan ágiles.

— Tonterías, —el abuelo Gibson aparece de entre los estantes con un par de libros en sus manos— ¿no has visto como levanté esa caja que recibimos hace unos días? —camina hacia el mostrador donde se encuentra la abuela para mostrarle los músculos de sus brazos.

— Si, —le quita los libros y los coloca sobre la mesa junto a ella— y luego te vi colocando ungüento en la parte baja de tu espalda. —Ahogo una risa— Si sigues así no hay forma de evitar un tirón.

— Yo puedo hacer esos trabajos. —me quejo.

— Podemos permitirnos a alguien más, no te preocupes. —Responde Phoebe— Además, no me gusta que te quedes sola hasta tarde para cerrar.

— ¿Y prefieres que me quede con un completo extraño en su lugar? —dejo mi mochila junto a la silla donde Phoebe estaba sentada. La fragancia a vainilla inunda el ambiente, me doy cuenta que la abuela cambió las baterías del pequeño aparato que aromatiza todo el lugar y que estuvo fallando por días. También oigo la dulce melodía de un piano que sale de la vieja radio que Gibson tiene desde que es joven y que afortunadamente aun funciona.

— Soy buena leyendo a las personas, puedo identificar a las buenas —afirma caminando hacia los archiveros de la esquina decorados con pequeñas fotos pegadas alrededor haciéndolo combinar con el ambiente cálido y familiar que crea la librería.

— Tu sexto sentido puede fallar a veces, —replica Gibson con una sonrisa— ¿acaso no recuerdas cuando confiaste en ese jovencito para que te ayudara con las compras? El timado se escapó con mis galletas.

— Fue un pequeño desliz... —Phoebe mueve su mano despreocupadamente

— Que te perdoné solo porque después horneaste galletas —ríe el abuelo acercándose para darle un beso en la mejilla— aunque aun no le veo el caso a esto.

— No me importa lo que piensen. —Nos mira a ambos— Es mi tienda, yo doy las órdenes.

— No voy a discutir contra eso. —levanto mis manos en rendición.

— Yo podría ayudarlos. —dice Catlyn saliendo de la parte trasera de la tienda con su bolso. Seguro estaba haciendo alguna de sus asignaturas.

— Ni hablar, estás estudiando y luego empezarás a trabajar. —Contesta la mujer a su lado— Concéntrate en eso.

Cat levanta sus manos. Sabe que es inútil discutir con ella.

— Si, señora.

— ¿Al menos podré estar presente para el sistema de elección? —pregunto colocando los brazos sobre el mostrador.

— Oh si, por supuesto, necesito la opinión de alguien joven.

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