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El restaurante es uno caro, muy caro. Lo sé apenas veo las luces doradas afuera y lo cuidado que está el recubrimiento de las paredes.

Estoy empezando a arrepentirme de haber propuesto el venir. Incluso me fijo en mi vestido un par de veces para definir si está acorde al lugar. Diablos, no.

— ¿Nerviosa? —pregunta Beck mirándome con una ceja levantada.

— ¿Por qué debería estarlo? —Suelto una risita— ¿Tú lo estás?

— Mucho. —admite cuando sus ojos se posan en el edificio. No puedo ni imaginarme lo que está sintiendo ahora y a decir verdad, nunca lo había visto así. Nervioso. Siempre suele estar relajado, como si ignorara todo a su alrededor, es inusual ver a un Beck a punto de quebrar el volante del auto por la manera en la que lo aprieta.

Decido distraerlo un poco— Escucha, —obtengo su atención nuevamente— nos quedaremos, comeremos la cena, tal vez el postre si la situación está bien y si no, entonces pretenderé que me duele el estómago y me acompañarás al baño antes de desmayarme. —hablo con rapidez— De ese modo tenemos vía libre para huir.

Su cuerpo tiembla al soltar una risa profunda que hace mi piel erizar.

— ¿Tenías pensado un plan de escape?

— Es en lo primero que pienso siempre. —Respondo— Hay que estar preparados para cualquier cosa. Incluso tengo un manual de supervivencia en caso de una invasión zombi.

Asiente con orgullo — Eso si me interesa. —Toma aire— ¿Lista?

— No.

— Puedes usar el plan de escape cuando quieras. —me guiña un ojo y sale del auto mientras yo lo sigo por detrás.

Apenas entramos mi único pensamiento es que el lugar es hermoso. Todo parece haber sido recubierto en oro y a seguramente esas servilletas valen más que mi casa.

Conozco al padre de Beck sólo por una foto que vi una vez en el periódico alegando su compromiso con la sociedad de la medicina y sus proyectos a futuro.

En el instante en que cruzamos todo el salón veo una mesa junto a un ventanal que da justo a un jardín precioso y es ahora que empiezo a sentir como me tiemblan las manos. El hombre que parece más mayor que los demás se levanta y sé en ese instante de quién se trata.

Callum Earwood.

— ¿Tu madre no vino? —susurro cuando nos aproximamos hacia el grupo.

Niega— No le gustan estas cosas. Tuvieron un argumento por eso, pero ella ganó. —Responde de la misma forma colocando una mano en mi espalda baja.

— Que bueno es coincidir con alguien. —bufo provocando una sonrisa en su rostro.

— Le agradarías. —murmura cuando ya nos encontramos a un metro de ellos.

Apenas nos ve, el Sr. Earwood sonríe satisfecho. — Beckett, —su padre se levanta de su asiento— que bueno es que nos acompañes.

— Espero que no te molestara lo de la compañía. —comenta mi acompañante.

— Para nada, tu madre me contó sobre ello, —el hombre me mira. Bueno, mirar no es el verbo que usaría, en realidad me inspeccionó de cabeza a pies como un robot buscando algún tipo de arma escondida en mi ropa interior. Sonríe y levanta su mano para saludarme— es un placer conocerla, señorita...

— Bright, —estrecho su mano— Marlene Bight.

Hace una mueca con sus ojos— Es un hermoso nombre, señorita Bright.

El valor de X ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora