Capítulo 29: La fortaleza del volcán

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Se encontraba corriendo. Había conseguido escapar de sus enemigos. La suerte le había sonreído. Aquel trozo de brasa candente fue una bendición para él. Y sus captores habían sido tan confiados como para no vigilarlo. En verdad había tenido suerte. Pero ahora debía seguir corriendo, llegar a la fortaleza de Gornak y avisarle de la situación actual.

Sin embargo, lejos de ahí, el enano era vigilado por uno de los clones de Kleyn, quien se mantuvo seguro ante los ojos del enemigo desde la distancia. Solo tenía que esperar que el enano llegase con los suyos, y entonces encontraría el escondite del tal Gornak.


Una pequeña tormenta de arena en aquel desierto rocoso impedía ver con claridad nada más allá de diez metros de distancia. Kleyn y Ágata parecían conformes con ello, sus capuchas los ayudaban a impedir que el exceso de suciedad se les metiese en los ojos. A Biggon no le molestaba en lo absoluto, no tenía ojos. Pero Fritz tenía que ir con el brazo delante para cubrirse durante todo el camino.

—¿Estás seguro de que estamos yendo por el camino indicado? —le preguntó Ágata al pelirrojo.

—Sí.

—¿Cómo puedes estarlo? Esta tormenta no deja ver nada de nada. Tranquilamente podríamos estar yendo noventa grados al este y cruzar de largo el volcán, y seguro que ninguno de nosotros se daría cuenta.

—Estoy seguro por varias razones: la primera, estoy recreando en mi cabeza el camino que el clon hizo mientras perseguía al enano hasta llegar a la fortaleza. La segunda —se agachó un momento y pasó sus dedos índice y medio por el suelo. Sobre la piel blanca de estos se podía ver una capa gris—, esto no es arena, ni tierra, es ceniza. La ceniza proveniente del volcán. No debemos estar demasiado lejos.

La respuesta pareció conformar a la chica, pero no dijo nada, solo siguió a Kleyn.

En cierto punto del camino, el pelirrojo creyó ver algo a lo lejos: una luz naranja. Tenue entre la tormenta de arena y cenizas, pero inconfundible.

Siguieron caminando hasta que vieron una muralla alzarse en la distancia. Eran murallas grandes. Debían de medir, al menos, unos veinte metros de altura. Más a la izquierda, un gran portón de hierro doble y dos grandes torres junto a esta. A lo largo de la muralla había más torres, una cada cien metros.

Kleyn dio una señal a sus compañeros para que detuvieran el paso y se escondieran detrás de una enorme roca cercana. Al cabo de unos segundos les hizo compañía.

—¿Qué ocurre? —quiso saber Ágata.

—Es la fortaleza enana —dijo Kleyn.

—Enanos —susurró Biggon como si estuviese a punto de escupir.

—¿Y qué pasa con eso? —reiteró Ágata.

—Debe de haber enanos en las torres —rebuscó en la mochila y sacó los binoculares—. Ten —se los entregó a Ágata—, fíjate si hay guardias en las torres.

La chica tomó los binoculares y observó a las torres. Tal y como Kleyn había supuesto, había enanos allí: uno en cada torre.

—Tienes razón —dijo ella, bajando los binoculares—. No podemos entrar de frente ni por los costados.

—Entonces, ¿cómo entraremos? —dijo Fritz.

—Yo tengo una idea, pero tenemos que ser rápidos y discretos —dijo Kleyn—. Necesito que alguien mantenga vigiladas las torres contiguas a la de allá —señaló a la cuarta torre a la derecha de la entrada—. Cuando los enanos al lado de esa no estén mirando a su compañero, abriré un portal y nos transportaremos ahí, noquearemos al enano y veremos cuál es el panorama para preparar nuestro siguiente movimiento.

La forja (SVTFOE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora