°8. Cosas de la Vida

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Bianca Becker

Como diría Cooper: ¡Hijos de la fregada! Sí, su familia es mexicana.

Te explico: Como todos los días, era hora de la salida y yo me encontraba en la espera de mi grupo para irnos juntos, pero, como parece costumbre ya, el primero en salir fue Warren. Ofreció irnos, pero le dije que esperaría a mis amigos y él, como el chico bueno que es, también se quedó a esperar.

Bueno esa no es la peor parte...

Cuando íbamos de camino a nuestras casas, al inteligente de Guillermo se le ocurrió lanzarle una piedra a el techo de una casa, sin saber que esa casa tenía como tres mini perritos guardia. Su porte decía: Somos adorables, pero su cara y ladridos decían: Bienvenidos al infierno, humanos.

Ahora nos persiguen tres mini perritos del demonio por las calles poco transitadas de San Francisco.

Todo digan: Gracias, Guillermo.

Hugo lleva a Heidi de la mano para que corra a su velocidad —porque ella no es muy atlética de digamos—. Kim es la última de nosotros. Guille era el primero —el que más asustado va por cierto—. Ashley va a la par con Cooper, detrás de Guille, mientras lo insulta. Y a mí, Warren me lleva de la mano porque dizque corro muy lento.

Diosito, se que te dije que me eliminaras, pero no así.

—¡Vuelve a lanzarle piedras a las casas, Guillermo Enrique! —Ashley regaña con un grito a Guille.

—¡Lo siento! —se disculpa con la voz entrecortada.

Y eso no le sirve a Ashley, lo sigue insultando.

Mi mente sólo dice: Corre y busca un escape, Bianca.

La gente que va y viene por la calle nos mira feo. No todos los días se ve a colegiales correr por sus vidas. Los ladridos de los perros son tormentosos y después de cruzar la primera cuadra, más perros nos persiguen.

¡Esto no es una carrera por un premio, es un problema en cantidades industriales!

Nunca me han asustado los perros, pero ahora solo estoy en pánico de ser mordida. Ya entiendo a mi mamá.

No puedo más, estoy muy cansada.

—¡Busquemos un lugar donde escondernos hasta que los perros no nos vean! —vocifero como puedo. Todos responden con
un sí.

Y cómo si eso les hubiera entrado por un oído y salido por el otro; en lugar de buscar un lugar para escondernos todos, los que iban en pareja se fueron por un lado y los demás por otro lado.

¡¿Dónde estoy queda lo que dije?! ¿En recuerdos?

Aunque pensándolo bien... Si nos vamos en direcciones diferentes los perros nos sabrán por donde ir y nos dejarán en paz.

Gracias por no seguir mi consejo.

No sé por dónde se han ido los demás, pero Warren y yo, terminamos entrando en una iglesia. Y por puras cosas de la vida —porque parece que me odia, en definitiva— choco con el pecho de Warren al ser jalada por el mismo cuando subimos los escalones de la iglesia.

Tiro la mirada hacia arriba y él me está mirando. Nuestros pechos subiendo y bajando con rapidez, nuestras mejillas coloradas por el calor y el agitamiento de la situación. Y siento que me pierdo mirando sus ojos color azul demasiado claro, pero se escuchan unos ladridos —que interrumpen por completo mi admiración hacia sus ojos— y corremos hasta adentro de la iglesia, sentamos cada uno en una silla diferente.

Diosito, ésta es otra de tus señales, ¿no?

—Vaya forma de empezar el fin de semana —menciona Warren con una pequeña sonrisa y respiración pesada.

Por Amor a las Gomitas © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora