°9. Soy Muy Sensible

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Warren Eyesid

Me cae bien.

Es linda.

Es adorable.

Y gusta de Malcolm.

Algún defecto debía tener, nadie es perfecto.

Entro a mi casa por la ventana; dejé las llaves en mi habitación y mi mamá no está en casa para abrirme la puerta porque tiene su turno de la tarde en el hospital y mi papá tampoco porque tiene un trabajo 4x4, vuelve en una semana.

Ellos nunca están para mí.

A veces...

Dejo mi mochila en un de las sillas de la mesa de comedor y me dirijo a la cocina para tomar un poco de agua. Hoy he corrido más que de costumbre. Y tampoco es que corro mucho.

La puerta de mi casa se abre. Por ella entra Francis Sidyes; él no es ni mi hermano, ni mi primo ni nada de eso. Él es sólo un chico que un día dejaron en frente de la puerta de mis padres cuando yo tenía no sé... ¿un año?. Él también tenía un año, y como no sabían de donde salió, lo adoptaron.

Mis papás dicen que llegó con todo y papeles de nacimiento.

Me crié con él, y para mí es mi hermano, aunque para él... yo no lo sea.

Éramos mejores amigos, hasta hace un mes, que me culpo de haber botado el único recuerdo que tenía de sus padres...

—¿Qué buscas, Francis? —le pregunté al ver que husmeaba mis cosas.

—Sólo busco mi cadena —respondió haciendo volar mis cosas al sacarlas del cajón.

—Pero tampoco desórdenes lo que tarde tres días en ordenar —le dije un poco molesto. No me gustaba ver mis cosas desordenadas y menos si fue causada por otra persona.

Después que vacío todo mi clóset, encontró su cadena, pero estaba diferente, le faltaba el muñequito de arcilla que traía colgando.

Francis se levantó con su cadena en una mano y la otra en forma de puño, se volteó y estrelló su puño contra mi mejilla. Toqué mi labio y salía sangre de éste. Estaba atónito, me había partido el labio. Francis nunca había demostrado ser agresivo.

—¡Tú lo rompiste! —exclamó molesto, enseñándome su cadena.

—Yo nunca —siseé por la herida en mi labio—. Tú sabes que no me gusta meterme con tus cosas —me excusé con dificultad, el sabor metálico me desagradaba.

—¡Pero está en tus cosas! —volvió a exclamar molesto. Sus reparación estaba agitada y miraba la cadenita.

—Primero; no me grites —dije lo más calmado posible, no me gustaba la agresividad y menos de alguien que quería mucho—. Y segundo; yo no fui, Francis.

—Explicame qué hace mi cadena en tus cosas sin el muñequito —exigió saber cuándo levantó la cabeza y sus ojos mieles me querían matar.

Él no era así, ese no era el Francis que yo conocía. Me hacía sentir mal porque me avisaba de algo que no había hecho, más no me creía. Pensé que había confianza entre nosotros.

Por Amor a las Gomitas © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora