Capítulo 4

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Los cuatro chicos regresaron a sus habitaciones a esperar que se hicieran las ocho de la noche. Mientras tanto, los alumnos de último año se la pasaban enviando mensajes de texto al grupo, recordándoles a todos el plan. A las ocho en punto, los alumnos bajaron al comedor del instituto. Todos se habían bañado, peinado y perfumado. El plan era que, luego de la revisión de cuartos, se pondrían la ropa que habían escogido para la fiesta.

Las chicas se sentaron todas juntas en una mesa mientras decían en voz baja qué chico era para quién y quién era el más guapo. Mientras, los chicos charlaban casi en susurros de cuánto alcohol tomarían y de la chica que les parecía más guapa.

Cuando terminaron de comer, todos los alumnos subieron a sus habitaciones. Después de un rato, todos escucharon a la supervisora de siempre, pidiendo que apaguen las luces. Una vez que se fue, enviaron un mensaje de texto al grupo diciendo que era hora de accionar y que todos siguieran el plan. Los chicos comenzaron a bajar de a dos personas al sótano. Jason, Chad y Hernán habían bajado primero para poner la música. El ambiente ya estaba en su punto máximo y la fiesta ya había comenzado.

—Hasta luego, chicas —se despidió Rebeca y, junto con María Jesús, salieron de la habitación.

—Sara, no te preocupes por lo que ocurrió hace un rato con Chad —le dijo Juliana—. Ustedes son la pareja perfecta. Sé que lo resolverán.

—Sí, sí... En un momento bajo.

—¿No quieres que te espere?

—No, está bien —sonrió. Juliana cerró la puerta detrás de ella y comenzó a bajar por las escaleras.

—Mi amor, gracias por tener la idea de esta fiesta para que podamos pasar tiempo juntos... —escuchó Juliana que decía una voz femenina, mientras se dirigía al sótano. A medida que se acercaba, pudo distinguir a una chica hablando por teléfono. Parecía ser de su misma edad, aunque de distinto año escolar. Llevaba puesto un vestido escotado y mucho maquillaje—. Y gracias a todo lo que hiciste por mí, hoy te toca ese regalo tan especial del que te hablé por meses.

Al llegar al sótano, Juliana entró después de ella. La siguió con la mirada y vio cómo la muchacha se encontró con Chad y ambos se besaron. Luego de unos minutos, Sara entró al sótano y Juliana se acercó a ella.

—Oye Sara, ¿no te gustaría ir a otro sitio? —Sara negó con la cabeza.

—No, estoy bien. Creo que me va a hacer bien estar en una fiesta con mis amigos, ya sabes, para despejarme —luego de dar unos pasos vio a Chad besándose con la chica que Juliana había visto anteriormente.

—Escucha, lo siento mucho... —Sara salió corriendo del sótano.

Subió llorando al baño más cercano al sótano y cerró la puerta detrás de ella. Se metió en un cubículo y subió sus piernas en la tapa del retrete.

Comenzó a escuchar voces que provenían fuera del cubículo. Eran unas voces femeninas que hablaban de lo patética que era. Las voces comenzaron a hacerse más y más fuertes. Levantó la vista y vio que la pared del cubículo del baño estaba escrita con frases que decían: "Sara Paulson es patética", "Sara es ridícula" y, a medida que el tiempo pasaba, aparecían más palabras insultándola. Eran tantas que al juntarse parecían garabatos.

Fue entonces cuando tomó el bolígrafo que se encontraba en el suelo y rayó con enojo una cinta pegada a la puerta del cubículo del baño. Gritó muy fuerte cerrando los ojos y se desvaneció. El instituto de pronto comenzó a temblar. Parecía como si fuera un terremoto, el cual duró dos minutos máximo.

—¿Se encuentran todos bien? —preguntó el subdirector, quien entró al sótano cuando había terminado el temblor—. Lo que acaban de presenciar es un terremoto, muchachos. Así que, si alguien se lastimó, debe avisarme. Por otro lado, me he enterado de su pequeña fiesta y quiero decirles que tendrán graves consecuencias. Todos a sus habitaciones —ordenó y los chicos comenzaron a salir del sótano.

—¿Quién nos delató? —le preguntó Juliana a Jason, saliendo por la puerta.

—Bueno... Tomás y Roberto tomaron un poco de más. Traté de evitar que salieran, pero no me hicieron caso y se fueron, aparentemente, a dar un paseo por el instituto.

—¡Brillante! —Rebeca rodó los ojos.

—También, Matías y Agustina se quedaron besándose delante de unos casilleros —comentó Hernán—. Así que o fueron Roberto y Tomás o Agustina y Matías. Por cierto, ¿cómo la pasaste con Madison, Jason?

—Muy bien... Es muy linda —se limitó a decir.

Al llegar al vestíbulo, las mujeres se fueron a su sector y los hombres al suyo.

—¿Sabes algo de María Jesús? —le preguntó Juliana a Rebeca cuando llegaron a su habitación.

—No, nada. Intenté llamarla, pero me mandaba al buzón de voz —María Jesús entró por la puerta.

—¿Sintieron el terremoto? —preguntó, cerrando la puerta detrás de ella.

—Sí y también el castigo que nos pondrán mañana por la fiesta.

—¿Los descubrieron?

—Sí, pero cuéntanos, ¿cómo te fue con Austin?

—Chicas, ¡fue maravilloso! Estuvimos besándonos toda la noche.

—¿Y no le dijeron nada?

—No, estuvo todo muy tranquilo. Oigan, ¿dónde está Sara?

—Quizá se fue con alguna amiga —sugirió Rebeca.

—Chicas, tengo que contarles algo importante —susurró Juliana, apagando la luz de la habitación y encendiendo la luz de la mesita de noche—. Chad le fue infiel a Sara.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó María Jesús.

—Cuando estaba bajando al sótano, escuché cómo una chica hablaba por teléfono. Decía que, debido a la fiesta, le daría un regalo especial del que le habló por meses. La seguí al sótano y vi cómo se besaba con Chad.

—¿Por meses? Pobre Sara.

—Ese patán —lo insultó Rebeca.

—Sí, Sara se marchó muy angustiada cuando lo vio con esa chica en la fiesta. Tengo miedo de que le haya pasado algo malo.

—¿Pero dónde podría haber ido? —se extrañó María Jesús—. El instituto está cerrado de noche.

—No lo sé, chicas. Sara se fue tan rápido que no pude seguirla. Tengo un mal presentimiento.

—Voy a ir a buscarla. Quizá la encuentre en algún lugar del instituto.

—Pero ¿y si te encuentran?

—No lo sé, chicas. Pero en algún lugar debe estar. Si me atrapan les digo que estoy borracha —se puso los zapatos y salió por la puerta.

—Esto es horrible —Rebeca se tumbó en la cama.

Luego de veinte minutos, entró María Jesús en la habitación, cerrando la puerta detrás de ella.

—No está por ningún lado —avisó con lágrimas en los ojos.

En el interiorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora