Capítulo 29

221 43 71
                                    

Los compañeros de Sara la abrazaron hasta más no poder y, aunque siempre evadía la respuesta de dónde había estado, todos estaban muy contentos.

—¡CHICOS, TRES HURRAS POR SARA! —gritó Julián y todos aplaudieron.

—¿No se supone que están castigados? —le preguntó Sara a Emilia.

—Sí, pero logramos que el subdirector nos dejara buscar nuestras cosas.

—Ahora debemos ir al salón de clase —agregó Agustina, abrazándola—. Así que mejor nos vamos.

—Sí, porque si no vamos nos podrán a hacer un trabajo de Historia —rio Manuel y de a poco todos sus compañeros se fueron de la sala de juegos.

—¿Y a ustedes no los van a regañar? —le preguntó Sara a María Jesús, quien estaba sacando unas papas de la máquina expendedora.

—Sara, luego de que descubrimos al subdirector con las manos en la masa, créeme que no es necesario ir a clase.

—No me contaron nada de eso.

—Luego te cuento. Por cierto, ¿no crees que deberías llamar a tu madre? Jason y Rebeca dijeron que pensó en llamar a la policía. Debe estar preocupada.

—Sí, mi madre es de hacer esas cosas. Voy a llamarla afuera —salió de la sala de juegos.

—Estaba muy preocupado por ti —escuchó que le decía una voz.

—Hola, Chad.

—Sara, desde que te fuiste, entendí que fui un patán en dejarte ir. No merecías todo lo que te hice y te tendría que haber tratado mejor. ¿Podrás perdonarme? Realmente quisiera una segunda oportunidad.

—Chad, ¿por qué tuve que desaparecer por meses para que te dieras cuenta de lo especial que soy? Si vas a vivir en paz por el simple hecho de que te perdone, te perdono. Pero no voy a regresar contigo, ya no te quiero en mi vida.

—Oye, Sara... -intentó abrazarla, pero ella lo esquivó—. Seguro ahora estás confundida y quieres pensarlo mejor, lo entiendo.

—Chad, ¿no entiendes? Eres un bueno para nada y jamás voy a regresar contigo. Y si sigues así, puedes apostar que la vas a pasar mal.

—Sí, seguro... —intentó abrazarla nuevamente y Sara le dio una cachetada.

—¡¿Qué...?!

—Vete de aquí, Chad

—Como sea —Chad desapareció por una esquina, adolorido.

—Ese fue un buen golpe —Hernán cerró la puerta detrás de él.

—Bueno, desde que estuve en otra dimensión, entendí que soy más fuerte de lo que parezco.

—Claro que sí, Sara. Yo... no sabes cuánto te extrañé cuando te fuiste. Estaba realmente muy preocupado —le colocó un mechón detrás de la oreja y Sara se apartó.

—¿Qué ocurre Hernán?

—Sara, nunca te lo dije, pero es porque estabas con Chad. Pero... tú...

—¿Sí?

—Me gustas mucho -apretó los labios—. Yo... Solo quería decirte eso. Y, quería ver si te gustaría salir conmigo alguna vez.

—Hernán, si te soy sincera, luego de todo lo que acabo de pasar, me di cuenta de que, por ahora, solo me necesito a mí misma. Necesito conocerme, saber quién soy y qué es lo que quiero.

—Comprendo —se encogió de hombros.

—Lo siento, yo...

—No, por favor —rio—. No tienes por qué disculparte. Creo que es verdad. Quizá no es el momento para que intentemos tener una relación —se encogió de hombros—. Solo, me alegro de que estés bien. Creo que ibas a llamar a tu madre, mejor te dejo sola.

—Hernán, ¿saludo militar? —sonrió.

Hernán le devolvió la sonrisa y ambos hicieron un saludo militar con la mano. Una vez que Hernán entró a la sala de juegos, Sara llamó a su madre.

—No lo entiendo —Hernán se sentó junto a María Jesús en el sillón grande.

—¿Qué no entiendes?

—Cuando Rebeca quería estar con los chicos, apareció en la otra dimensión. Pero cuando yo quería ver a Sara no aparecí con ella.

—Bueno, yo también quería ir a verlos y no sucedió —respondió, comiéndose su última papa frita—. Espera... ¿Te gusta Sara? —le preguntó en susurros.

—Sí, pero ella solo me quiere como un amigo.

—Hernán, sé que la magia nos lleva hacia dónde queremos ir, pero quizá nuestra misión era encontrar esas luces. Además, Sara necesitaba hacer ese viaje por sí misma. ¿No crees que fue lo mejor?

—Sí, creo que tienes razón —sonrió.

—Y, puedes quedarte tranquilo, no diré nada acerca de que te gusta Sara. Será nuestro secreto de amigos —ambos chocaron los puños.

—Chicos, acaba de llegar una notificación al campus del instituto —avisó Juliana, quien, desde el sillón pequeño, le bajó el volumen a la televisión—. Dice que quieren a todos los alumnos en el auditorio para un anuncio.

—Estoy cansada de sus anuncios —dijo Rebeca, que estaba jugando al ping pong junto con Jason.

—Quizá sea algo bueno.

—Eso espero —resopló María Jesús.

—Ya llamé a mi madre -avisó Sara, cerrando la puerta detrás de ella.

—¿Y cómo salió todo? —preguntó Hernán.

—Me dijo que estaba a punto de llamar a la policía.

—Bien... Oye Sara, mañana darán un anuncio importante en el auditorio —le avisó Juliana.

—Ahora lo único que quiero es dormir —Sara se sentó en el otro sillón pequeño y en un abrir y cerrar de ojos, se quedó dormida.

En el interiorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora